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Viajar a tu aire por carretera siempre es una aventura. Pones la música, bajas la ventanilla, dejas que el aire entre y te acaricie, y avanzas kilómetros, sin prisas, siguiendo una ruta de sorpresas. No cuenta llegar rápido, sino disfrutar al máximo. Portugal está entre los mejores países para conocer por carretera: proximidad, buenas infraestructuras, diversidad de enclaves… Por eso, te mostramos tres de las mejores rutas en coche para que lo descubras.
1. Cruzar Portugal en coche
La carretera Nacional 2 (EN2) es en el mapa una línea trazada que recorre Portugal por el centro. Son algo más de 700 kilómetros sin desvíos que parecen querer partir el país en dos. En realidad, lo que hace es unirlo de norte a sur. Toda una aventura en forma de carretera.
Esta extensa ruta comienza en Chaves, en la región Trás-os-Montes y Alto Douro. Ahí aparece el soberbio puente de Trajano reflejado bellamente sobre el río Támega. Sin duda, es la mejor invitación a todos los kilómetros que aguardan por delante; pero antes, no hay que perderse el casco antiguo, el balneario de aguas medicinales que dieron fama al sitio, ni tampoco su castillo medieval.
Vila Real saldrá a tu encuentro en poco más de una hora de camino, tras pasar pequeñas villas agrícolas, campos de cultivos y las sierras escarpadas del Parque Natural do Alvão. Su centro histórico, plagado de curiosas iglesias, es toda una belleza. En las afueras, nos espera otra sorpresa con la visita del palacio de Mateus, conocido emblema de la marca de vinos rosados. Se trata de una de las villas más elegantes de Europa. Sus cuidados jardines son una excusa para hacer mil fotos y subirlas a tu Instagram.
Desde aquí, vale la pena desviarse a Pinhão, al encuentro con el río Douro. Desde este enclave salían los típicos rabelos cargados a Vilanova de Gaia. Pasando Tondela, se llega a Coimbra. La antigua capital medieval del país, enclavada en la orilla del río Mondego, sorprende con su ambiente universitario. Antes de continuar, hay que perderse por sus románticas callejuelas y subir y bajar sus escaleras monumentales.
Poco a poco, hacia el sur, se llega a tierra alentejana y los alcornoques dan la bienvenida en la ribera de la carretera. El color lo ponen los extensos campos de girasoles que se ven hasta el horizonte. Al dejar atrás los escenarios mineros de Aljustrel y sus molinos de viento, se alcanza Almodôvar, una preciosa villa, blanca y tranquila, con su icónico castillo alzado. Es la antesala al destino final: Faro y sus playas ideales, donde descansar de todos los kilómetros realizados.
2. Ruta en coche por el sur de Portugal
Esta es una ruta para hacer mejor en verano. Sus 240 kilómetros te llevan por tierras soleadas, al encuentro de extensos arenales, pueblos de pescadores y acantilados que se asoman sobre el Atlántico. Desde Faro hasta el cabo de São Vicente, un territorio de naturaleza privilegiada en el que todavía se sienten los ecos de cuando era más conocida como Al-Gharb, durante el dominio árabe.
Dejarás atrás las estrechas calles adoquinadas, los monumentos históricos y las tentadoras cafeterías de Faro, capital de Algarve, para emprender viaje por autopista hacia Tavira. Emplazada a orillas del río Gilao, que desemboca formando las ensenadas del Parque Natural de Ría Formosa, es una de las joyas más preciadas de la zona. Hay que dejar el coche y subir a una de las embarcaciones que salen del puerto para visitar la Ilha de Tavira. Para tu disfrute, más de 10 kilómetros de playas de arena blanca.
Toca retroceder por la nacional de nuevo hacia Faro, pero antes, hay que hacer un alto en la encantadora aldea de Santa Luzia, donde los antiguos pescadores de pulpo todavía siguen usando las artes tradicionales para su captura. En los restaurantes del puerto podrás probar el exquisito sabor de este plato tan típico de la gastronomía portuguesa.
A Santa Luzia le sigue la localidad de Olhão y su pintoresco barrio de pescadores, junto al puerto, el de mayor envergadura del Algarve. La localidad, además, tiene una amplia colección de playas, pero si hubiera que escoger solo una, sería la playa de Ihla Deserta y su icónico faro, uno de los más bellos de Portugal. Para acceder a ella, hay que llegar primero a Faro, desde donde salen las embarcaciones con excursiones diarias.
Se sigue hacia el noroeste, hasta llegar a Albufeira, uno de los rincones playeros más bellos del Algarve. La blancura de su casco viejo ocupa la altura del acantilado. El azul del cielo y del mar contrasta vivamente con el ocre de las rocas y el dorado de la arena de su playa, donde las coloridas barcas pesqueras aguardan enclavadas a la próxima jornada de pesca.
Esta es la zona más turística del Algarve, pero avanzando por la carretera hacia poniente, salen al encuentro Ferragudo, un pequeño pueblo situado en el estuario del río Arade que preserva su identidad de villa pesquera. Más allá, Portimao, la segunda ciudad más importante de Algarve, donde destaca su barrio de pescadores. En el extremo sur, aparece la impresionante Praia da Rocha, ¡no te la puedes perder!
Desde Portimao, ya solo queda pasar por Lagos y llegar hasta Sagres. Amplios arenales y acantilados se alternan de camino del cabo de São Vicente. Al modo del Finisterre gallego, este cabo fue también para los fenicios y romanos un lugar de culto. Para los grandes exploradores portugueses era la última porción de tierra patria que veían al partir.
3. Las aldeas de pizarra del centro de Portugal
En el centro del país hay un grupo de veintisiete aldeas que guardan sabores y tradiciones antiguas. El turismo rural las ha rejuvenecido y disfrutan de una segunda vida gracias a los visitantes que llegan atraídos por las diversas rutas de senderismo y de BTT en cualquiera de sus cuatro áreas naturales clasificadas.
Cada aldea tiene su propia esencia, pero en la mayoría domina el aspecto gris de la pizarra usada en los tejados y de las piedras con que están construidas las casas. No es fácil llegar a muchas. De hecho, en esta ruta de 200 kilómetros hay que disfrutar de lo que aparece en el camino, sin obsesionarse con cumplir metas kilométricas.
La aventura comienza en Piódão, un conjunto de casitas que ocupan el entorno natural con mimética perfección. La mayoría de sus casas son del S. XVI, hechas de esquistos y pizarra. Los vecinos, para resaltar, pintaron de blanco la bella Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción. Desde esta primera aldea, sale a tu paso Fajao, una de las más bellas de las cinco pintorescas aldeas que ocupan la sierra de Açor. Aquí todo transmite el ritmo y la cotidianidad de otros tiempos.
Cerdeira, una de las doce aldeas englobadas en la Sierra de Lousã. Conforme llegas, aparece una bella postal montañosa de casas, unas pegadas a otras. El urbanismo escalonado, desafiando a las alturas y rodeado de pinos, es un vivo ejemplo de la adaptación al medio. La textura de la piedra se superpone al verde de las laderas.
Se sigue hacia Talasnal, una de las más icónicas del grupo de aldeas. Hay que visitar el lagar de aceite y disfrutar de la gastronomía, de los paisajes naturales y del sonido del agua que corre por diferentes rincones. Vas a tenerlo muy difícil para escoger tu rincón favorito entre tantos que hay en sus callejuelas empinadas.
Llegar a Álvaro es seguir las huellas de la Orden de Malta. Esta aldea de la parte de Zézere destaca porque es blanca. No significa que el material de construcción no sea el mismo que en el de la mayoría de aldeas, sino que aquí se prefiere encalar y pintar de blanco. La ruta acaba en Agua Formosa. Su topónimo, avistado en los carteles de la sinuosa carretera, parece querer adelantarnos qué nos vamos a encontrar.
José Alejandro Adamuz