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Hay palabras de difícil traducción al español. Por ejemplo, awe. Este término inglés se suele asociar con el asombro, pero abarca mucho más que el encorsetamiento de una traducción automática. Más bien describe la sensación de maravilla reverencial combinada con un temor latente.
Algunos fenómenos de la naturaleza pueden inspirar el awe. El cuerpo humano, también. Quizá en el instante de un corredor rompiendo el récord de los cien metros lisos. O alguien con memoria eidética capaz de recordar todas las palabras de un libro, sin fallar ni una.
El awe es común a algunas demostraciones sobrehumanas, más propias de un cómic de superhéroes que del mundo real. Sin embargo, hay rasgos o características muy naturales y propios de toda nuestra especie que, si bien en un primer momento no parecen revestir mayor sorpresa, cuando se conocen en profundidad resultan de todo punto extraordinarios, sobrehumanos, sobrenaturales. El sudor es una de estas características.
¿Por qué sudamos?
Uno de los argumentos más repetidos para desprestigiar la evolución darwiniana y, por contraposición, defender el diseño inteligente, es la analogía del reloj en el desierto. Si encontramos un reloj, tiene que haber un creador detrás; no puede ser fruto de fuerzas naturales azarosas. A nivel humano, el ojo es el otro órgano que se suele invocar para echar por tierra la teoría de la evolución de Darwin.
Sin embargo, cuando uno profundiza en los secretos del sudor, empieza a dudar de que no sea incluso más espectacular que un ojo (aunque tampoco sirva para desacreditar la teoría de la evolución, por supuesto, sino que únicamente sirve para evidenciar la escasa comprensión de la misma).
Veámoslo.
Sí, como mucha gente sabe, el sudor sirve para enfriarnos. Sudamos cuando sube la temperatura para combatir el calor. Sin embargo, esta capacidad no solo es importante, e intrincada, sino que resulta exclusiva del ser humano. Los perros, por ejemplo, no sudan: se refrigeran a través de los jadeos. Tampoco lo hacen los cerdos: por eso se rebozan en fango fresco (no es porque sean sucios, pues son animales pulcros, sino que necesitan refrigerarse). Lo explica así Marvin Harris en su ya clásico Vacas, cerdos, guerras y brujas:
El ser humano, que es el mamífero que más suda, se refrigera a sí mismo evaporando 1.000 gramos de líquido corporal por hora y metro cuadrado de superficie corporal. En el mejor de los casos, la cantidad que el cerdo puede liberar es 30 gramos por metro cuadrado. Incluso las ovejas evaporan a través de su piel el doble de líquido corporal que el cerdo. Así mismo, las ovejas disponen de una lana blanca y tupida que refleja los rayos solares y proporciona aislamiento cuando la temperatura del aire sobrepasa a la del cuerpo.
La capacidad de sudar es tan especial en nosotros porque somos monos sin pelo. También porque en nuestra piel sin pelo están repartidas millones de glándulas sudoríparas. Sí, hay mamíferos con glándulas sudoríparas, pero solo en las palmas. Los simios también tienen glándulas en algunos otros lugares del cuerpo. No obstante, fue nuestra especie que la que logró cubrirse de unos 5 o 10 millones de estas glándulas por todo el cuerpo (salvo en muy pocas zonas muy localizadas, como el glande).
Existen dos tipos de glándulas del sudor: las ecrinas, que permiten refrigerar el cuerpo; y las apocrinas, que nos confieren el olor personal.
Con todo, no hay que confundir los superpoderes que nos confiere el sudor con las supercherías: a pesar de que se le ha otorgado al sudor la capacidad de desintoxicarnos, cuando sudamos no estamos expulsando ninguna «toxina», como explica Mauricio José Schwartz en su libro La izquierda Feng-Shui: «El sudor es 99 % agua, más un poco de sal, minerales y urea. En su composición, por enfermo que esté uno, no se encuentran las misteriosas toxinas».
Siglos atrás, el exceso de toxinas era eliminado por las sanguijuelas como método terapéutico, colocándolas en diferentes partes del cuerpo, dependiendo del humor a eliminar. Eso nos da una idea de lo anticientífica que es esta idea, como añade el investigador médico Ben Goldacre en su libro Mala Ciencia: «En términos de bioquímica humana básica, la desintoxicación (entendida como la eliminación de toxinas) es un concepto absurdo».
La capacidad de andar muchos kilómetros
Una persona muy activa suele sudar entre 1,5 y 1,8 litros en una hora. Parece una cifra exagerada, pero lo cierto es que la mayoría del sudor se evapora, por eso no somos conscientes de que, diariamente, podríamos llenar una o dos botellas con él. Cuando el sudor se evapora, enfría la piel, la sangre que circula por debajo y, finalmente, el cuerpo entero. Si tuviéramos mucho pelo, el sudor no se evaporaría, por eso no resulta eficaz ser un animal peludo (lo cual también tiene sus ventajas, como reflejar la radiación solar).
El sudor también nos permite correr más que cualquier animal, lo cual nos otorgar otro superpoder único. No corremos más en términos de velocidad, naturalmente, sino más en términos de resistencia. Un animal que se pasara horas corriendo por un paraje caluroso tal y como es capaz de hacerlo un atleta acabaría sufriendo hipertermina. Pero el sudor permitió que, en el año 2004, durante la maratón femenina de los juegos olímpicos de Atenas, la ganadora corriera a una velocidad media de 17,3 kilómetros durante más de dos horas. Un simio, sin embargo, suele caminar menos de 3 kilómetros al día. Los antiguos cazadores-recolectores recorrían distancias medias de 9 kilómetros (mujeres) y 13 kilómetros (hombres).
Por supuesto, nuestra gran resistencia andando o corriendo no se debe exclusivamente a nuestra particular forma de refrigerarnos, sino también a otras tantas habilidades, como nuestra posición bípeda, tal y como explica en La historia del cuerpo humano el experto en biología evolutiva Daniel E. Lieberman:
Mantenerse en pie y caminar erguido reduce enormemente la superficie corporal, y hace que el sol nos caliente menos. Nosotros nos tostamos la coronilla y los hombros, mientras que los cuadrúpedos también se abrasan toda la espalda y el cuello.
Por si fuera poco habernos otorgado nuestras excelentes capacidades físicas, convirtiéndonos en una especie de aire acondicionado viviente, el sudor también ha contribuido enormemente en nuestra inteligencia, permitiendo que el cerebro alcanzara su tamaño relativo actual. ¿Sudor, inteligencia? ¿Puede haber conceptos menos relacionados entre sí? Sin embargo, están íntimamente vinculados, tal y como lo describe Nina Jablonski, una experta en paleobiología de la Universidad Estatal de Pensilvania, en Living Color: The Biological and Social Meaning of Skin Color:
La pérdida de la mayor parte de nuestro pelo corporal y la adquisición de disipar el exceso de calor corporal a través de la sudoración ecrina ayudó a hacer posible el drástico aumento de nuestro órgano más sensible a la temperatura, el cerebro.
En conclusión, el sudor parece algo desagradable y poco cosmético, puede incluso que nos haga arrugar la nariz, pero nos otorga capacidades exclusivas. Aunque solo sea la que una vez señaló el cómico inglés Noël Coward: «solo a los perros locos y a los ingleses se les ocurre pasear bajo el sol del mediodía». Por supuesto, también debemos añadir también a los homínidos sin pelo. ¡Awe!
Sergio Parra
Si la capacidad de sudar es exclusivamente humana por qué los caballos sudan? Agradecería enormemente la respuesta. Muchas gracias