El origen de la cerámica en España se remonta al período Neolítico I Hispano de la región mediterránea y también de la boca del Tajo. Así lo afirmó Jacinto Alcántara, uno de los mayores expertos en este tema del país, en su discurso de entrada en la Academia de las Bellas Artes de San Fernando, que nunca llegó a pronunciar. Este hombre no solo pasó a la historia [tiene una calle en Madrid] por su sabiduría sino también por ser la víctima de un crimen delirante.
A finales de la década de los años 20 del siglo pasado, Alcántara le regaló a su amigo Serapio Blanco, médico y padre de un niño llamado Juan, un cuadro con el retrato de una campesina pintado por él. El pequeño, que ya daba algún síntoma de inestabilidad mental, se convenció de que aquella mujer era su madre y odiaba al autor por haberla pintado tan mal.
Nadie se imaginaba que casi 40 años después, en 1966, Juan iba a dar rienda suelta a su venganza. El 6 de junio de ese año se fugó del psiquiátrico de Ciempozuelos donde había sido internado después de matar a su antiguo profesor Miguel Kreisler en 1959 y apareció en el piso de Jacinto Alcántara, en la calle Pintor Rosales de Madrid. Llamó al timbre y cuando se le puso delante, le asestó una puñalada en el corazón.
Según el diario El Caso, cuando le detuvieron dijo tranquilamente: “Le odiaba desde niño”. Fue internado en el pabellón psiquiátrico de la prisión de Carabanchel, aunque el medio advirtió que aún quedaba un tercer profesor al que Juan había jurado la muerte. Que se sepa, el crimen nunca se llegó a cometer.
Explicar todo esto tiene varios motivos. Uno es que los sucesos causan un interés casi inexplicable (El Caso fue uno de los semanarios más vendidos de España hasta la Transición y hasta Camilo José Cela llegó a publicar en él). Y otro es que la historia de la cerámica está construida, en realidad, por otras que durante mucho tiempo se contaron en sus piezas. Crímenes incluidos.
Un recorrido con muchas paradas
Aunque en casi todo el territorio hay tradición, hay algunos puntos geográficos en los que su cerámica es uno de sus signos identitarios. Es difícil no pasar por Talavera de la Reina y no pararse a mirar alguna tienda o algunos de sus muchos muros decorados con azulejos típicos. Por algo se la conoce como ‘La ciudad de la cerámica’. Sus cinco siglos de tradición han dado tiempo para producir numerosas series diferentes: la blanca, la de las mariposas, del Renacimiento o las alcoreñas talaveranas, entre otras. En 2015 la cerámica de Talavera fue declarada Bien de Interés Cultural.
En relación con sus estilos, hay que mencionar a la cerámica de El Puente del Arzobispo (Toledo), que muchas veces se identifica como talaverana por los colores, el estilo y algunas temáticas de los dibujos. Pero tiene sus propias series y en 2019 fue declarada Patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad por la UNESCO junto a la de Talavera y Puebla y Tlaxcala (México).
La Asociación Amigos de la Cerámica Niculoso Pisano lleva años haciendo campaña para que la cerámica del barrio sevillano de Triana obtenga el mismo título. Los ojos del paseante pueden ir saltando de azulejo en azulejo según transita sus rincones, en especial en la calle Alfarería (su propio nombre explica el por qué). El mencionado Pisano fue un italiano que se asentó en Sevilla en el siglo XV, que con su técnica innovadora –azulejo plano policromado– instauró un estilo local y dejó un importante legado artístico.
Pero esa no es la única zona de Sevilla que tiene tradición en este tema. Al contrario: toda la ciudad está vinculada a esta técnica. Tanto, que hasta sus patronas Justa y Rufina vendían alfarería, allá por el siglo III. Las diferentes culturas que se fueron asentando en el territorio a lo largo de todos estos siglos fueron dejando su impronta y añadiendo nuevas técnicas para fabricar cerámica (mosaicos, estaño esmaltado, cuerda seca…).
Actualmente, la marca La Cartuja de Sevilla, que el británico Carlos Pickman fundó en el monasterio de la Cartuja en 1841 (que el emprendedor compró gracias a las desamortizaciones de Mendizábal en 1936), es una de las famosas del mundo gracias a la calidad de su loza. La fábrica está ahora en Salteras, pero en su antiguo edificio aún se puede ver el característico ‘horno de botella’.
Unas décadas antes del mismo siglo, otra de las firmas comerciales más importantes del país echaba a andar en la otra punta del mapa. En 1808, Antonio Raimundo Ibáñez montó en Sargadelos (perteneciente a Cervo, un municipio de Lugo) su fábrica de cerámica con un gran éxito. Sin embargo, la historia de la compañía es atribulada y desde sus inicios hasta su cierre definitivo en 1875, vivió sucesivos cambios de dueños, estilos, métodos de fabricación y ceses y aperturas.
Seguiría cerrada si no fuese por el ceramista Isaac Díaz Pardo que, después de reactivar la producción de cerámica en la zona con la creación de una nueva fábrica en Sada en el año 1949, rescató la marca Sargadelos junto al resto de integrantes del proyecto Laboratorio de Formas, dedicado al estudio y recuperación de cerámicas tradicionales. En 1970 se puso en marcha la nueva planta de producción, que se instaló al lado de los restos de la antigua, que en 1972 obtuvo la calificación de Bien de Interés Cultural.
Sin moverse del norte del país, se puede encontrar una cerámica muy peculiar: la de Llamas del Mouro (dentro del municipio de Cangas del Narcea) en Asturias. Lo que la hace diferente es su color negro, que se consigue al cocer las piezas en un horno de leña que se tapa una vez que están hechas para que no respiren. Es el humo el que les da su curiosa tonalidad. Los artesanos elaboran sobre todo productos tradicionales como ollas, cántaros para el agua o queseras entre otros.
Este tipo de alfarería también es propia de Faro y Miranda, también en Asturias. Las referencias a la alfarería mirandesa sitúan su origen en el siglo X, según descubrimientos arqueológicos. En el Museo de la Cerámica Negra de Avilés se puede conocer a fondo su historia.
Teruel también tiene su lugar en la ruta ‘ceramiquera’, con muchos puntos que visitar aunque quizás la más conocida sea la de Calanda. Tiene varias particularidades: se elabora con arcilla roja y se le da forma sin torno. Suele ir decorada con incisiones, relieves o pinturas. De hecho, las piezas llevan tres bandas negras pintadas, herencia de los moriscos. En un principio eran leyendas en árabe que decían ‘Alá es grande’, pero cuando la alfarería pasó a manos de los cristianos la sustituyeron por las franjas porque no sabían el idioma.
El recorrido por el país no puede olvidar otros tres puntos clave de la actividad alfarera de Andalucía, aunque Sevilla parezca llevarse toda la atención. Por un lado, está la cerámica de Níjar (Almería). Hace años en el pueblo había decenas de talleres, pero ahora el número se ha reducido notablemente aunque la fama de su cerámica aún sigue atrayendo a los visitantes. Los tonos azulados y verdosos, conseguidos con la técnica del ‘chinado’ (gotear óxidos sobre la pieza para darle color) la caracterizan. El paso por Úbeda o Granada también puede acabar con unas cuantas piezas de artesanía en la maleta. Los colores verdes y azules también predominan en su estilo, así como las influencias moriscas.
Estos son solo algunos ejemplos de la riqueza de la tradición de la cerámica en España, pero posiblemente hay muchos más ¿Sugerencias?
Carmen López