A pesar de que el tictaqueo del reloj o el fluir del agua en la clepsidra nos pudieran transmitir la sensación de que el tiempo corre de hacia adelante y a un ritmo relativamente constante, lo cierto es que el tiempo psicológico, el que se sucede en nuestro cerebro, suele ir un poco más por libre.
En ese sentido, nuestras decisiones no solo están determinadas por un cronómetro digital o la posición del sol en el cielo, sino también por las zonas horarias que hemos aprendido a preferir o las que la cultura, la educación, la clase social o la estabilidad económica han propiciado.
Por todo ello, casi todas las personas tienden a desarrollar una orientación temporal sesgada que otorga más importancia a un período por encima de otros, escorándonos así psicológicamente hacia el pasado, el presente o el futuro.
Matrices de decisión
En función de cómo toman decisiones, las personas pueden dividirse en tres categorías.
Presentistas: son quienes toman la decisión según los datos inmediatos. Es decir, lo que otros están haciendo, lo que otros están diciendo, lo que otros están deseando. Los presentistas también suelen estar empujados por necesidades biológicas perentorias, desde el hambre al deseo.
Pretéritos: son quienes se enfrentan a las decisiones obviando lo que ocurre a su alrededor y centrándose en hechos del pasado. Así, los pretéritos establecen continuas analogías entre las situaciones actuales y pasadas, recordando cómo se hicieron las cosas antaño para aplicarlas hogaño.
Futuristas: son quienes ignoran más el presente y el pasado y organizan sus decisiones fijándose mayormente en las consecuencias de las mismas en un futuro, calculando costes y beneficios para cada decisión en sí misma sin tener demasiado en cuenta los hechos ya constatados.
A su vez, las tres categorías de personas pueden subdividirse, cada una de ellas, en dos categorías más según si el sesgo es optimista o pesimista.
Así un pretérito puede tener idealizado el pasado, así que toman decisiones con arreglo a cierta nostalgia; o puede que conceptúe el pasado como algo de lo que debe huir, ya sea por algún fracaso, un trauma, un abuso o un arrepentimiento.
Un presentista optimista adopta un estilo de vida básicamente hedonista, centrado en el placer inmediato, persiguiendo de forma constante la novedad. El presentista fatalista, sin embargo, se deja llevar por el derrotismo, asumiendo que nada de lo que haga puede ya cambiar su futuro.
Los futuristas optimistas suelen marcarse metas, planifican estrategias, y suelen considerar que sus decisiones están orientadas al éxito: quizá ahora no estén bien, pero están convencidos de que lo estarán. Los futuristas pesimistas, sin embargo, no solo imaginan un escenario futuro fatalista, sino que se centra más en el nihilismo, el sinsentido de esfuerzos muy prolongados asumiendo que el sepulcro es seguro para todos, que la vida es finita, y que el futuro, en suma, es solo incertidumbre.
Cada uno de nosotros nos inclinamos hacia una de estas seis categorías. A veces, incluso, podemos cambiar hacia una u otra en función de las circunstancias o de cambios importantes en nuestras vidas, como una enfermedad terminal.
Philip Zimbardo, profesor emérito de psicología de la Universidad de Stanford, y autor del libro The Time Paradox: the new psychology of time that will change your life, ha llegado a crear una inventario para determinar hasta qué punto nos adaptamos a cada una de estas zonas temporales en el llamado Time Perspective Inventory (ZTPI) y cómo se correlaciona otro ello con algunos rasgos psicológicos y conductas. Tal y como explica el propio Zimbardo:
Por ejemplo, la orientación futura se correlaciona en un .70 con el rango de la meticulosidad, que a su vez predice la longevidad. El hedonismo presente se correlaciona en un .70 con la búsqueda de sensaciones y de novedad. Los que tienen una alta negatividad hacia el pasado son mucho más propensos a tener altos índices de ansiedad, depresión y rabia, con correlaciones tan robustas como un .75.
Zimbardo ha demostrado que la perspectiva temporal tiene un efecto muy importante en buena parte de la naturaleza humana. Lo cual constituye una prueba más de que hay diversidad de cosmovisiones, tanto a nivel cultural como biológico; lo cual resulta trascendental no solo a la hora de verter recomendaciones, realizar terapias o proponer planes a los demás, sino también a la hora de convivir en aldeas cada vez más globales y transversales.
Ser conscientes de que hay estas diferencias de psicología temporal, entre otras, así como de sesgo optimista o pesimista, también ejerce como un esmeril que afila nuestra empatía: quizá no tanto para ponernos en la piel del otro sino sencillamente para tolerar su existencia, aunque piense, opine, o respalde políticamente ideas o posturas que nos resultan aberrantes.
De esta manera, podemos instituir políticas públicas para ayudar a las personas cuyo tiempo psicológico les impulsa a ser más infelices de forma mucho más eficaz, a la vez que evitamos estigmatizar o despreciar a quien no se conduce por la vida por aquello que nosotros hemos definido como virtud.
Algo semejante a lo que el escritor Orson Scott Card planteó en su novela de ciencia ficción El juego de Ender a la hora de establecer una convivencia entre especies repartidas por toda la galaxia: utlannings (individuos que comparte contigo cierto grado de cultura), framlings (miembros de tu especie pero de otros mundos o culturas muy diferentes, como los habitantes de Júpiter), ramen (miembros de otras especies con los que podemos comunicarnos), varelse (miembros de otras especies con los que no nos podemos comunicar, como una especie alienígena invasora cuyos mecanismos psicológicos nos resultan totalmente incomprensibles).
Sergio Parra
Cualquier deporte se me da bie