¿De dónde viene la expresión «Eres más feo que Picio»?
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24.03.2023
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Hay un lugar en Granada donde nació el hombre que sirve como escala, como referencia, para la fealdad: Picio. Vino al mundo en un pueblo llamado Alhedín, y murió en Granada capital, acosado cruelmente por culpa de su fealdad. La suya fue una forma bastante trágica de dejar el nombre para la posteridad. La manera en la que ha pasado a ser histórico no es muy lustrosa, como tampoco lo es hacerlo por ser la mujer barbuda. Pero también hay varios casos más.
Hay muchas formas de pasar a la historia. A veces conseguirlo tiene cierto mérito porque requiere alguna virtud. Otras, en cambio, uno lo obtiene de regalo, casi por nacimiento o por casualidad. Pocas veces el motivo es una desgracia. De igual forma, no es lo mismo pasar a la posteridad a través de los libros académicos que protagonizando una obra de arte importante. O pasar a la historia quedándose a vivir en la cultura popular, en el lenguaje. El caso de la Barbuda de Peñaranda es un caso muy especial.
La mujer barbuda fue retratada para dejar constancia de su aspecto
En el Museo del Prado, que uno debería visitarlo tantas veces como pueda y le deje el sentido común, hay una obra de Juan Sánchez Cotán cuyo título es Brígida del Río, la barbuda de Peñaranda. En este momento, por cierto, no está expuesta, pero se puede ver con todo detalle en la web del museo. A través de este cuadro, no muy grande, de poco más de un metro de alto y unos 60 centímetros de ancho, es una de las formas en las que Brígida del Río ha pasado a la historia. Porque esta mujer barbuda fue un personaje histórico.
Hay quien pasa a la historia y en su tiempo fue desconocido. Bien, ese no es el caso de Brígida del Río. Esta mujer fue muy popular en su tiempo, el siglo XVI. De hecho, no sólo aparece en este cuadro, sino también en otros y en algunas obras literarias tan relevantes como el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán. Además, nuestra protagonista fue llevada a la corte, donde ya saben que había bufones, enanos…
Brígida del río no es la única mujer barbuda que ha acabado retratada para siempre. Piensen que en un tiempo en el que no había fotos, la forma de dejar constancia más o menos fidedigna de la existencia de estas rarezas anatómicas era el retrato a manos de un pintor. De hecho, con esa intención de dejar constancia de la mujer barbuda, en el cuadro de Sánchez Cotán hay escrito un texto en el extremo superior izquierdo del cuadro.
Constata el autor ahí que la retratada es Brígida del Río, de Peña Arada, y que tenía 50 años cuando se la retrató. Este dato, por cierto, está escrito en números romanos. También se pone la fecha en la que se hizo el retrato.
Se conserva en el Prado una obra de José Ribera titulada La mujer barbuda (Magdalena Ventura con su marido), que es otro ejemplo de mujer barbuda retratada para la posteridad. En este caso la mujer está acompañada de su marido, como indica el título, pero además tiene un bebé en brazos. Un bebé al que está amamantando. En este caso, Magdalena Ventura era italiana, de la zona de los Abruzos, y tenía 52 años cuando fue retratada. El que tiene en brazos es el menor de sus tres hijos.
Picio, el feo por antonomasia
Pero ninguna de esas mujeres ha alcanzado la presencia en la cultura popular del feo Picio. Este es la personificación, la escala para medir la fealdad. Picio fue un pobre zapatero granadino que a finales del siglo XVIII se convirtió en ejemplo de fealdad. Luego vendría el dicho que todos conocemos: eres más feo que Picio. Lo cierto es que ese Picio existió de verdad. Y lo triste no es que sea la referencia para medir la fealdad, sino cómo se le desfiguró la cara y alcanzó esa fealdad.
Este granadino, concretamente de Alhedín, fue condenado a muerte. Según algunas fuentes, una riña de taberna acabó con un muerto por un navajazo y Picio, que en realidad se llamaba Francisco, cargó con el muerto, nunca mejor dicho. El estrés y la ansiedad, que diríamos ahora, le debieron afectar, como es de esperar para cualquiera que espere la muerte tras una condena, si bien la fealdad no llegó con la pena sino con la alegría.
Tuvo suerte, fue indultado al demostrarse su inocencia, y la buena noticia, la alegría y la excitación, fueron las que hicieron que el rostro le cambiara y se convirtiera en el feo por antonomasia. Según dicen, perdió todo el pelo, las pestañas y las cejas incluidas, y se le quedó en la cara un rictus extraño. Hasta le salieron bultos que le deformaron la cara.
Una obra de teatro fue la condena de Picio para siempre
Este cambio en su aspecto fue la verdadera condena. Quizás parezca no tan dura como la condena a muerte, pero igualmente le cambió la vida. El pobre Picio tuvo que enfrentarse con el desprecio de la gente y con ser objetivo de todas las miradas. No lo soportó, así que huyó de su pueblo. Trató de esconderse, primero en Lanjarón y finalmente en la propia capital, en Granada. Allí, malviviendo, le llegó la muerte poco después.
Pero, volviendo a los modos extraños de pasar a la historia, Picio podría haber sido el feo local y temporal de Granada, pero no fue así. A principios del siglo XIX su nombre como personificación del feo a rabiar fue incluido en una obra de teatro. La obra tuvo éxito y se popularizó el dicho de que alguien era más feo que Picio. Se convirtió en la escala de fealdad: ser más o menos feo que él. Y en poco más acabó su nombre en la RAE, donde hoy sigue. Y una vez que uno llega a la RAE como ejemplo de algo, pasa a la historia, con seguridad.
Manuel Jesús Prieto