Los excepcionales cristos imberbes de España y dónde encontrarlos
Escrito por
23.03.2024
|
6min. de lectura
Índice
Hay muchas discusiones sobre cómo era Jesucristo físicamente, pero el arte sacro ha creado, a lo largo de siglos y siglos de representaciones, una imagen universal. Puede ser acertada o no, pero es la que hay. Cuando el Mesías se hallaba en la cruz, tenía el pelo castaño largo y ondulado, barba más bien poblada y un cuerpo delgado pero fibroso. Al menos, así es como aparece en la mayoría de las tallas que se pueden encontrar en las iglesias católicas a lo largo y ancho de todo el mundo.
Sin embargo, siempre hay excepciones. En este caso son pocas, pero son: existen representaciones de Cristo en la cruz sin barba e incluso sin pelo en la cabeza. Son muy inusuales y, a no ser que haya más en algún lugar recóndito del planeta (que es muy posible), no llegan a diez. España acoge a un buen número de las que se conocen y, según Manuel Lecuona, sacerdote e historiador, otro de ellos está en la ciudad polaca de Cracovia.
Los cristos imberbes que se pueden encontrar en el país están en las siguientes localidades.
El Cristo de Azitain
La ermita de Nuestra Señora de Azitain en Eibar ha ganado mucha popularidad entre los aficionados al arte y los creyentes gracias a su talla del Cristo imberbe. Se estima que su origen se halla entre los siglos XIII y XIV, es de estilo barroco y no se conoce quién fue su autor.
Esta figura no siempre estuvo exenta de pelo en la cara. Según la prensa regional, el mencionado Manuel Lecuona descubrió, cuando era párroco de este templo allá por los años 70, que la barba que por entonces tenía la talla estaba pintada encima de la imagen original. Fue entonces cuando se llevó a cabo el proceso de ‘afeitado’ y el Cristo de Eibar pasó a formar parte del exclusivo club de los barbilampiños. Obtuvo el título de Bien de Interés Cultural el 14 de octubre de 1997.
El Cristo de la Vera-Cruz de Consuegra
Aunque no se conoce el nombre de quién lo elaboró, hay que aplaudirle el mérito porque no se trata de una imagen cualquiera por sus dimensiones y, por supuesto, por la ausencia de barba. Curiosamente, lo que sí tiene el Cristo de la Vera-Cruz de la localidad toledana de Consuegra es una larga melena lisa elaborada con pelo natural.
La talla, que pesa alrededor de 100 kilos, se realizó en 1944 en sustitución de la que se perdió en 1936, cuando tuvo lugar la Guerra Civil. Cada año se saca en procesión y es tradición que una persona de la cofradía le abra camino con movimientos de bandera en homenaje. Algunos de los fieles le siguen descalzos en señal de respeto y petición de ayuda.
Santuario de la Virgen del Rocío de Almonte
En 1983, Manuel Carmona Martínez pensó a lo grande cuando elaboró la imagen del Cristo Crucificado que reside en el santuario de la Virgen del Rocío de Almonte, en Huelva. La talla de Jesucristo en la cruz mide 2,16 metros y también forma parte del club de los cristos imberbes. La imagen convive con otras como otro Cristo crucificado de la escuela sevillana del siglo XVII o una talla de la Dolorosa del siglo XVIII.
Cristos imberbes pero no del todo
En el claustro de la vieja catedral de Segovia reside una talla de Cristo que podría considerarse lampiña y calva. Pero, en 2018, fue sometida a un proceso de restauración y se encontraron restos de pelo que hicieron pensar que originalmente tenía barba y pelo en la cabeza. El Cristo de la Agonía Redentora Catedral nueva de Salamanca también podría solicitar el ingreso en el colectivo de los imberbes, pero en la parte baja de su mentón y su barbilla se aprecia la sombra de una barba.
El más llamativo de todas las tallas que parecían afeitadas es el de la basílica del Santo Cristo de Lezo, en Guipúzcoa. Aunque mucha gente siga considerando que esta talla es imberbe, por lo visto después de una limpieza se descubrió que sí tenía algo de barba.
Sin embargo, el Cristo de esta localidad tiene una leyenda que le hace interesante más allá de la duda sobre su vello facial. Según se cuenta, en el siglo XV, esta talla apareció flotando en las aguas de la bahía pasaitarra dentro de un cajón. Los vecinos de la zona consideraron el descubrimiento como una señal divina y los pueblos de la zona –Lezo, Pasaia y Errenteria– comenzaron una disputa para ver quién se la quedaba. Tanto se enfrascaron en la discusión que se olvidaron del Cristo, que desapareció del cajón y se fue al lugar donde ahora está el templo que lo acoge.
Pero un vecino de Pasaia desconfió de los lugareños de Lezo pensando que se lo habían llevado a posta y se lo llevó metido en su cajón original. Su ‘secuestro’ tuvo como consecuencia una tormenta terrible que duró hasta que el Cristo se levantó de su caja y volvió a Lezo, dejando claro dónde quería residir. Imberbe o no, su fama se extendió más allá de las fronteras de la localidad y cada año cientos de personas acuden a la ermita para dejarle ofrendas.
Carmen López