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La carretera sube, sigue curva tras curva y se adapta a la topografía del lugar. Dejamos atrás a algunos ciclistas. A un lado corre un torrente; hay huertos, campos cultivados, olivos. Pasada una de las curvas de la carretera Ma-110 por la que conducimos desde Palma, aparece Valldemossa.
Antes de llegar, un desvío a un hotel sirve de mirador. Colgado de la Serra de Tramuntana, el pueblo se recorta en el cielo como una composición cubista de colores terrosos. Estamos ante uno de los pueblos más bellos de Mallorca. Sobre una cascada de tejas, destaca la torre y la fachada de la Real Cartuja, el refugio de amor de la escritora George Sand y del compositor Fryderyk Chopin.
Un invierno en Mallorca
George Sand en realidad se llamaba Amantine Aurore Lucile Dupin y era fiel al espíritu del Romanticismo que imperaba en el siglo XIX: la rebeldía y la pasión que sentía por vivir le llevó a usar el traje masculino como disfraz para moverse con libertad por París.
Los amantes llegaron a Mallorca en el invierno de 1838 a bordo del vapor “El Mallorquín”, que había zarpado de Barcelona. No se trataba de turismo, sino de buscar un lugar saludable para Chopin, que sufría la enfermedad de los artistas románticos: la tuberculosis. Los enfermos, pálidos, ojerosos, delgados, se convertían en símbolo estético de la época y vivieron en Valldemossa. Durante aquel viaje a Mallorca, George Sand escribió un diario que se publicó en 1841 con el título de Un invierno en Mallorca.
La Cartuja de Valldemossa
Se alojaron en dos celdas. Una de ellas, la celda nº4, se puede visitar. Allí disfrutaron, en palabras del compositor polaco, del “más hermoso lugar del mundo”. En los meses de verano, los visitantes hacen cola en la plaza de la Cartuja para acceder a la celda, donde se conserva como principal reliquia el piano que utilizó Chopin entre enero y febrero de 1839 para componer algunos de sus famosos Preludios.
La visita a la celda de Chopin es independiente a la del resto de la Cartuja. En el complejo, además, se puede visitar la iglesia neoclásica, la botica, el claustro, los jardines y diferentes estancias donde comprobamos cómo era la vida de los monjes cartujanos.
La visita prosigue en el Museo Municipal de Valldemossa, donde hay una sección dedicada a la antigua Imprenta Guasp, que es una de las mejor conservadas de Europa, la sala dedicada al Archiduque Luis Salvador, la pinacoteca «La Serra de Tramuntana» en la que abundan pintores mallorquines y una colección de arte contemporáneo con obras de Joan Miró, para el que fue tan importante Mallorca, o de Picasso, Tapies y Santiago Rusiñol.
La familia Sureda y los artistas de Valldemossa
Si atravesamos la plaza de la Cartuja, encontramos el Palacio del rey Sancho I de Mallorca. En este edificio también se alojaron diferentes personalidades del mundo del arte. Valldemossa no es solo el lugar más hermoso del mundo, como dijera Chopin, también podemos afirmar que es uno de los más artísticos. En este palacio, el matrimonio formado por Juan Sureda y Pilar Montaner ejerció de mecenas de artistas como Rubén Darío, Santiago Rusiñol, Miguel de Unamuno, Azorín, Joaquim Mir o Jorge Guillén, entre muchos otros. Muchos de ellos dejaron testimonio de su paso por la Cartuja en versos y letras.
Paisaje cultural de la Serra de Tramuntana
Subiendo hacia el palacio del rey Sancho, hay una vista preciosa de Valldemossa con la Serra de Tramuntana de fondo. Este paisaje no solo muestra caminos, piedras y vegetación; más allá de la naturaleza, la Serra de Tramuntana es el contexto de un importante patrimonio cultural. Tal vez por ello la sierra fue uno de los lugares de la isla que rápidamente interesaron a los primeros turistas de Mallorca.
En el año 2010 la Unesco incluyó a la Serra de Tramuntana como Patrimonio de la Humanidad. Así que, vayan, viajen, y digan con Rubén Darío: “¡Y quedar libre de maldad y engaño / y sentir una mano que me empuja / a la cueva que acoge al ermitaño, / o al silencio y la paz de la Cartuja!”.
José Alejandro Adamuz