A la búsqueda del primer Pirineo

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11.08.2021

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Caminamos una vuelta completa alrededor del Castiello d’Acher (valle de Echo, Huesca), una montaña imponente que enseña como muy pocas la historia geológica de la cordillera. En un excursión de paisajes muy variados y colores asombrosos, recorremos una selva, un valle glaciar, un humedal de altura y unas laderas de alta montaña, para encontrar los restos del primer Pirineo, mucho más antiguo que el actual.

Estas arcillas rojas son los restos del primer Pirineo, que se erosionó y desapareció bajo las aguas hace millones de años.
Estas arcillas rojas son los restos del primer Pirineo, que se erosionó y desapareció bajo las aguas hace millones de años. Por Ander Izagirre.

—Si tuviera que elegir una sola montaña para explicar los Pirineos, escogería el Castiello d’Acher —dice el geólogo Asier Hilario, experto en esta cordillera.

Y como nos gusta entender el mundo con los pies, emprendemos una caminata alrededor de esa montaña: una bonita paliza de ocho horas, una de las excursiones circulares más variadas de los Pirineos.

Todavía en el coche, mientras subimos por el valle de Echo (Huesca), nos hacemos ya una idea del carácter de uno de los protagonistas: el río Aragón Subordán, un cauce modesto pero tan testarudo como para abrir una rendija entre los murallones calcáreos de la Peña Forca y del macizo de Agüerri. Por el fondo de esa rendija fluye el río burbujeante; en las paredes excavaron una carretera asomada al abismo, que en el punto más estrecho atraviesa la roca viva con un túnel: es la Boca del Infierno. Debieron de bautizarlo así en tiempos en que la montaña era un territorio hostil de tormentas, avalanchas, lobos y osos, donde solo se aventuraban pastores, leñadores y arrieros, porque en estos tiempos en que la montaña es escenario de ocio, cualquier consejería de Turismo lo habría llamado Boca del Paraíso. No demos ideas.

El río Aragón Subordán traza meandros en el altiplano de Aguas Tuertas, a 1.600 m de altitud. Por Ander Izagirre.

En la Boca del Infierno entendemos los tres pasos para formar una cordillera, como explica Hilario. 

Primer paso: la creación de las rocas. Durante millones de años, trillones de animalitos marinos vivieron, murieron y dejaron sus conchas, caparazones y esqueletos de carbonato de calcio en el fondo del océano. Esos sedimentos se compactaron hasta formar capas de cientos de metros de caliza, la roca pálida que predomina en estos parajes.

Segundo paso: el impulso. Las placas tectónicas se mueven sobre una capa más fluida de nuestro planeta, como pedazos de galleta sobre una natilla. Hace unos ochenta millones de años, la placa Ibérica empezó a chocar contra la placa Euroasiática, muy despacio (el choque duró cincuenta millones de años) pero con una fuerza descomunal (comprimió los materiales del fondo del mar y los levantó hasta dejarlos miles de metros por encima de las aguas).

El tercero: la erosión. El hielo, la lluvia y los vientos modelaron la cordillera hasta darle la forma que vemos, como el río Aragón Subordán abriendo la rendija por la que ahora nos colamos hacia los valles más altos.

Así se creó… el Pirineo actual. Porque Hilario explica que hubo otro Pirineo mucho más antiguo, que se acumuló, se elevó y se erosionó hasta desaparecer casi por completo. A eso vamos: a buscar los restos del primer Pirineo. 

De Oza a Aguas Tuertas

—El Pirineo es un regalo —dice Hilario—. Los montes y los valles tienen unas dimensiones lo suficientemente grandes como para impresionarnos, pero no son tan altos ni tan difíciles como para impedir el acceso a la mayoría de los montañeros. A los investigadores nos da mucho, porque muestra con claridad algunos procesos geológicos complejos.

Nos calzamos las botas en el aparcamiento de la Selva de Oza, una masa oscura de hayas, pinos y abetos, de la que emerge la impresionante fortaleza calcárea del Castiello d’Acher, mil metros sobre nuestras cabezas. Castiello es castillo, en aragonés. Acher deriva de la voz vasca aitz o atx, roca, un topónimo habitual en muchas montañas. Tenemos que echar el cuello atrás y mirar al cielo para ver ese castillo de roca en el que abundan los fósiles marinos, como en tantas partes del Pirineo: quién le iba a decir a aquel pez, a aquella ostra, incluso a aquel cocodrilo que iban a terminar fosilizados en las cumbres de una cordillera. 

Tarareando la sintonía de Twin Peaks (km 0, 1.150 m de altitud), echamos a andar por la carretera hasta el aparcamiento de la Mina. Podríamos seguir por la pista asfaltada, como los coches, pero nos salimos a la izquierda, cruzamos un puente y pasamos a la margen derecha del Aragón Subordán (km 2,5, 1.220 m). Las márgenes derechas o izquierdas, recuerdo, se refieren al sentido en el que bajan las aguas. Una pista de gravilla nos lleva hasta el refugio de la Mina (km 4, 1.280 m). 

Crómlech en el valle de Guarrinza. Por Ander Izagirre.

A partir de aquí un sendero sube suave por el amplio valle de Guarrinza, excavado por los glaciares y ocupado por los humanos, siempre tan minúsculos, siempre tan intrépidos. Los pastores de hace cuatro mil años firmaron el valle con varios crómlech, círculos de piedra en los que enterraban a los muertos. Y así, de alguna manera, con alguna leyenda, con alguna idea de lo sagrado, transformaron por primera vez la naturaleza en paisaje. Esta es la recompensa de elegir los tropezones del sendero y no la superficie lisa del asfalto: nos topamos con una corona de piedras ciñendo un pequeño promontorio en el centro del valle, porque los crómlech solían construirlos en emplazamientos significativos, en puntos de paso, en collados, en elevaciones dominantes. En medio del caos pétreo, la geometría de los monumentos megalíticos transmite un mensaje de nuestros tatarabuelos. No podemos entenderlo pero adivinamos una intención. Y en estos paisajes abrumadores, entre montañas colosales y hielos aplastantes, percibimos ese eco humano de hace cuatro mil años, tan remoto, tan conmovedor. 

No todos los montañeros sentirán lo mismo, claro. Cuando las vacas nos dejan paso, avanzamos hacia el fondo del valle por un sendero evidente, señalizado con marcas de pintura roja y blanca del GR-11 (el gran recorrido del Pirineo meridional), cruzamos el pequeño puente de Os Chitanos (km 9, 1.440 m) y trepamos un tramo muy empinado sin ninguna dificultad técnica, con la cascada del Aragón Subordán a nuestra izquierda. Asustamos a dos marmotas que echan a correr ladera arriba chillando avisos. Media docena de buitres vuelan en círculos sobre nuestras cabezas, pero no nos preocupamos demasiado: atravesando la pista por la que viene la mayoría de los montañeros, atajando recto, siguiendo las marcas del GR, alcanzamos enseguida el refugio libre de Aguas Tuertas. Ya podemos echar un trago de nuestra cantimplora, comer un bocado, recuperar fuerzas, decepcionar a los buitres

Según llegamos al refugio, hacia la izquierda sale una senda de doscientos metros hasta un pequeño dolmen: una losa horizontal a modo de cubierta, tres losas verticales para sostenerla y otra pequeña losa en la entrada de la cámara (km 10,3, 1.610 m). Miremos de cerca las losas, que dan pistas: son de arenisca y conglomerado.

El dolmen se alza en el umbral de un altiplano verde y empapado, el humedal de Aguas Tuertas (aguas torcidas, por el festival de meandros que traza el Aragón Subordán), cerrado al fondo por una muralla de montañas calizas. Queda enmarcado en un escenario espectacular, su mínima presencia le da otra dimensión al lugar, pero ya digo que no todos sentirán lo mismo, claro.

Los pastores de hace cuatro mil años levantaron este dolmen de Aguas Tuertas. Por Ander Izagirre.

—El dolmen, el dolmen, tanto rollo con el dolmen y mira qué birria —dice un montañero a los tres que van con él. Quizá creía que todo el monte es Stonehenge.

Por el Puerto d’Acher 

Subida al collado rojo del Puerto d’Acher. Por Ander Izagirre.

Viene uno de los tramos más gozosos de la excursión: durante media hora atravesamos el humedal de Aguas Tuertas, un altiplano liso y verde como una mesa de billar, donde el río recién nacido culebrea con meandros y meandros y más meandros, muy cerrados, a punto de estrangularse. El río deja a la vista una tierra muy roja, en contraste con la llanura verde, las montañas blancas y el cielo azul que aquí arriba es tan azul. Colores básicos, materiales primigenios, esto parece el mundo recién hecho de los primeros versículos del Génesis pero con vacas. 

El barro es de un color rojo muy vivo, casi sangriento, y eso da otra pista para ir entendiendo la formación del paisaje.

En el Puerto d’Acher se ven las arcillas rojas del primer Pirineo y las calizas del Castiello d’Acher que emergieron después. Por Ander Izagirre.

El barro también es peligroso: el altiplano está encharcado, un montañero se ha atascado en un paraje pantanoso, el fango le ha hecho efecto ventosa y ha tenido que sacar los pies de las botas para salir de mala manera. Las botas han desaparecido bajo el barro. El montañero y sus dos amigos se arrodillan y se afanan removiendo el puré movedizo con los bastones. Por eso conviene evitar el fondo encharcado del valle y tomar el senderito que avanza un poco elevado en la ladera. 

En el extremo sur de Aguas Tuertas, casi al pie de las murallas del Bisaurín, las señales del GR giran a la izquierda para subir al ibón de Estanés. Nosotros las abandonamos, cruzamos el riachuelo que baja por el barranco de la Roya (km 12,7, 1.620 m) y giramos a la derecha para emprender el tramo más fatigoso: la subida al Puerto d’Acher, siguiendo los hitos de piedras, estalagmitas de solidaridad que levantaron otros montañeros para orientarnos. En días claros no hay mucha pérdida. Solo debemos subir el barranco hasta aquel collado de un color rojo resplandeciente, al pie del pico Secús o punta de la Roya (es decir: la roja), con sus estratos plegados tan vistosos. Son tres kilómetros para superar 500 metros de desnivel. Los trepamos con calma y buenas excusas, como las pausas para sacar fotos, porque en este paisaje empezamos a ver con claridad los dos Pirineos: el de las calizas grises a nuestra izquierda, el de las arcillas rojas como el pimentón a nuestra derecha.

Al final de Aguas Tuertas, cruzamos el arroyo que baja del barranco de la Roya. Al fondo se ve el collado rojo del Puerto d’Acher. Por Ander Izagirre.

Da gusto cuando la mayor fatiga culmina con la mayor recompensa. En el puerto (km 16, 2.157 m) se abre una vista panorámica del Castiello d’Acher: en el centro de una amplia montaña roja brota una montaña gris. Parecen una encía y su muela.

El geólogo Hilario mira una cordillera y ve geometrías, identifica capas, fallas, pliegues, interpreta ausencias y continuidades, entiende lo que le dicen los colores tan diversos de dos montañas contiguas: proceden de épocas separadas por millones de años. 

Aquí, en el Puerto d’Acher, puede explicar los dos Pirineos.

Hace 380 millones de años, no sabemos si por la mañana o por la tarde, la masa continental de Laurasia empezó a chocar contra la masa continental de Gondwana. La colisión, que acabó formando el supercontinente único Pangea, duró unos cien millones de años y produjo la orogenia varisca: la elevación de cordilleras tan altas como el Himalaya, en una extensión que actualmente va desde Iberia hasta los Balcanes. Ocurrió aquí, donde ponemos nuestros pies, aunque este aquí estaría entonces en algún allí. 

En los siguientes millones de años, aquellas tremendas montañas se erosionaron hasta desaparecer. Solo quedaron los materiales arrastrados por los ríos, depositados en grandes escombreras de arenas, arcillas y cantos rodados, que se fueron oxidando y enrojeciendo en un clima muy árido. Cuando Pangea se disgregó otra vez en varios continentes, el océano se coló por las grietas, inundó aquellas escombreras rojas y así empezaron a formarse, bajo las aguas, las rocas de un nuevo ciclo: el del Pirineo actual.

Este nuevo Pirineo ya nos lo sabemos. Caracoles, ostras, mejillones, corales y demás animalitos marinos proliferaron, murieron y depositaron su carbonato cálcico en el fondo durante millones de años, hasta acumular capas colosales de sedimentos calcáreos que se fueron compactando. Hace unos ochenta millones de años, la placa Ibérica empezó a chocar contra la Euroasiática y fue plegando y levantando esos fondos oceánicos. Se alzaron las viejas escombreras de arcillas rojas y las más recientes capas calcáreas, como apreciamos con extraordinaria claridad en el Castiello d’Acher.

Así emergió la cordillera que conocemos hoy, explica Hilario, con dos zonas muy distintas. En el centro está el Pirineo axial, el núcleo de materiales antiquísimos de aquella orogenia varisca: las montañas oscuras y bruscas como el Vignemale, los Infiernos, el Garmo Negro, el Posets o el Bachimala (constituidas con las viejas calizas, areniscas, esquistos y pizarras de los tiempos de Pangea) y las montañas grises y redondeadas del Aneto-Maladeta, el Balaitous o el Neuville (el calor de una presión tan descomunal fundió las rocas y creó bolsas de magma que al enfriarse dieron estas moles de granito). Alrededor se encuentran los sedimentos rojos de aquella antigua erosión, reconvertidos en montes como el Castiello d’Acher o el Vértice del Anayet.

Ese viejo y oscuro Pirineo axial se extiende de este a oeste. Y tiene un Pirineo más luminoso que lo envuelve por el norte y por el sur, el de las calizas que se alzaron del mar en el segundo choque. Sabemos que el impulso fue tremendo, porque el Monte Perdido es el macizo calcáreo más alto de Europa: no es habitual que los fondos marinos se eleven con sus fósiles de pececitos a más de tres mil metros. También sabemos que Iberia se hundió ligeramente debajo de Eurasia: desde las llanuras del Ebro actual, las montañas van creciendo de manera escalonada hasta las cumbres más altas, y luego se desploman a las llanuras del norte, sin transición. El Pirineo creció como una ola de sur a norte y así quedó petrificado.

Una inminente ampolla -modestísima orogenia- pugna por emerger en mi dedo gordo del pie izquierdo, y esa sensibilidad me devuelve a las dimensiones humanas. Ante estas montañas, no somos mucho más que unos animalitos reducidos por el dolor, el cansancio, el hambre y la sed. Ampliados, también, por las alegrías y las esperanzas.

Tendremos que ir, por lo tanto, rematando la excursión. 

Descenso del Puerto d’Acher a la Selva de Oza. Por Ander Izagirre.

Desde el Puerto d’Acher, una senda se acerca a la base del Castiello y permite subir por una rendija hasta la cumbre de la muela. La ampolla nos conduce a otra opción más sencilla: tomamos la senda que baja por el barranco evidente hacia el este, entre el Castiello y la sierra caliza de Agüerri, hacia la Selva de Oza, que ya asoma sus barbas verdes allá al fondo. La senda llega a los alrededores del refugio de Acher (km 19, 1.720 m) y se mete entre hayas y pinos para descender en picado hasta el aparcamiento y el camping de la Selva de Oza (km 23, 1.140 m).

Pero antes de bajar abrimos las mochilas en el Puerto d’Acher, nos tumbamos un rato en la pradera donde corren las marmotas, chillan las chovas y zumban las moscas que solo viven quince días, y nos inunda el placer del montañero: mirar el Pirineo y sentir que toda esa inmensidad de tiempo petrificado creció como un atril para el pensamiento de los humanos, estos bichos conscientes de sí mismos que contemplan el misterio comiendo un bocadillo de jamón.

Aviso: Es un recorrido para personas con un cierto nivel físico y con experiencia en la montaña. Son 23 kilómetros (y unos 1.100 metros de desnivel positivo) sin dificultades técnicas, pero puede exigir unas ocho horas de caminata en las que es necesario cargar una mochila con comida, bebida y prendas de abrigo o lluvia. 

Con buen tiempo y visibilidad, la ruta se presenta evidente. Con mal tiempo o con niebla, siempre es fácil perderse en la montaña. 

  • Existen buenos mapas de escala 1:25.000, a la venta en algunos campings y establecimientos del valle.  
  • Recorrido para el GPS

Ander Izagirre

Comentarios

  1. J 14 de agosto de 2021 a las 17:13 - Responder

    Maravilloso artículo.
    Didáctico, entretenido, bien contado!!
    20 años largos que no piso la montaña (ni Pirineos, ni Picos), y cada vez que leo/veo algo tan maravilloso, mi cabeza vuela hasta allí…
    Gracias!!

  2. Rocío 15 de agosto de 2021 a las 20:04 - Responder

    Quisiera recibir e-mails

  3. Vicente 16 de agosto de 2021 a las 20:41 - Responder

    Lo más es lo de escribir con los veinte dedos 😂😂😂. Muy buen relato de una bonita excursión. Yo recuerdo haber subido por otra ruta más directa.

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