10 razones para comer en Santillana del Mar
Escrito por
14.10.2019
|
9min. de lectura
Índice
- 1. Para desmontar mitos
- 2. Para viajar al pasado y recordar (o aprender)
- 3. Para planear una boda
- 4. Para acercarse al cielo
- 5. Para aprender de nuestros antepasados
- 6. Para alimentar las redes sociales
- 7. Para recordar que el pasado no necesariamente fue mejor
- 8. Para sentirse en el medievo
- 9. Para llevarse un poco del Cantábrico
- 10. Para comerse Cantabria en uno de sus pueblos más bonitos
Raro será que las personas que escojan el norte de España como destino no incluyan la gastronomía en su lista de intereses. Es uno de los tópicos más certeros de los que se le atribuyen a la zona, además de la belleza de sus paisajes. Lo del mal tiempo está empezando a cambiar debido al cambio climático, pero aún hay que meter el chubasquero en la maleta.
Casi en cualquier pueblo de la zona se puede encontrar un sitio en el que alegrar el paladar, pero Santillana del Mar, en Cantabria, ofrece unos alicientes que la hacen irresistible. Por algo ostenta el título de Capital del Turismo Rural 2019, por delante de Cangas del Narcea o Parada de Sil (también grandes destinos, por supuesto).
Aunque parezca mentira, en la villa se pueden realizar viajes al pasado, pedir deseos sentimentales o descubrir mentiras que son mentira delante de un buen plato de rabas o un bizcocho tremendo. Que atiendan los escépticos, porque estas razones para llenar allí la barriga son irrefutables.
1. Para desmontar mitos
Según el dicho popular “ni es santa, ni es llana, ni tiene mar”, de ahí el sobrenombre de La villa de las tres mentiras. Pero en defensa de su honor, hay que decir que Santillana no solo es una villa, sino que también es un municipio y este sí llega a la costa. De hecho, la playa de Santa Justa pertenece a su territorio y bien merece una visita.
No es demasiado grande, casi podría ser una cala y en su acantilado se protege una pequeña ermita con la santa que le da nombre. Además, dato muy importante, hay un chiringuito en el que se pueden comer unas buenas anchoas del Cantábrico a pie de playa.
Y para poner la puntilla: el 28 de junio es la fiesta de su patrona, Santa Juliana, así que la primera mentira que se le atribuye también se puede tachar. En las celebraciones, además de actuaciones folclóricas o actividades infantiles, también hay degustaciones gastronómicas. Una ocasión perfecta para ponerse las botas.
2. Para viajar al pasado y recordar (o aprender)
Uno de los reclamos culturales de Santillana es el curioso a la par que goloso Museo del barquillero. Situado en la Casa de la Archiduquesa, al lado de la Colegiata, en su segunda planta acoge una colección de objetos utilizados hace décadas por los profesionales del barquillo además de juguetes antiguos.
Aunque en la parte superior se pueden ver auténticas preciosidades, los más dulceros puede que se queden hipnotizados en el escaparate de abajo. La planta está ocupada por una tienda con todo tipo de chucherías, tanto en formato tradicional como moderno, además de productos típicos de la tierra.
También se pueden comprar recuerdos como juguetes de hojalata o barquilleras. El dinero que se recauda de las ventas sirve para mantener el museo. Y resulta muy difícil salir de allí sin llevarse, al menos, unos cuantos caramelos.
3. Para planear una boda
En pleno centro turístico de la villa está Casa Quevedo, un obrador mítico que tiene su propia leyenda: María Luisa, la fundadora del negocio, se inventó que el dicho “quien no se tome un vasuco de leche y un bizcocho, no se casa”. Lo hizo como reclamo para sacar su tienda adelante y acabó siendo parte de la cultura popular de Santillana.
Su hija Leonor regenta el establecimiento desde hace 60 años y sigue teniendo la misma oferta. Leche de vaca fresca (recién ordeñada y hervida) y un trozo de bizcocho por menos de 2 euros ¿Quién da más por menos? Además, tanto la leche –que poco tiene que ver con la de brick– como el dulce llenan mucho más de lo que parecen.
En su mostrador también ofrece otros productos típicos de la zona como quesadas, sobaos o incluso arroz con leche. Solo por probarlos ya merece la pena parar en Santillana. Y quién sabe, quizás alguien se encamine al matrimonio después de merendar allí.
4. Para acercarse al cielo
Bien sea por una cuestión espiritual o de apetito, pero visitar a las monjas clarisas que viven en el Monasterio de San Ildefonso es más que recomendable. Ellas también tienen un obrador en el que elaboran dulces de los que nunca pasan de moda (especialmente para los buenos comedores).
Su especialidad es la tableta, que es un bizcocho hecho a base de huevos, harina, azúcar y mantequilla. Que nadie se engañe: pese a la sencillez de sus ingredientes, tiene un sabor delicado y hasta adictivo.
Además, también hacen otros dulces típicos como pastas de té o mantecados. Irse de la villa con el estómago vacío es bastante improbable. Las tentaciones están por todos lados, incluso en los religiosos.
5. Para aprender de nuestros antepasados
Visitar las cuevas de Altamira es casi obligatorio cuando se va a Santillana del Mar. Nombrada Patrimonio Nacional en 1985, también es conocida como la Capilla Sixtina del Paleolítico, por el arte rupestre que contiene.
Fue descubierta en 1879 y actualmente su acceso está restringido a cinco personas a la semana (la entrada se otorga mediante un concurso) que tienen que llevar un atuendo especial. El recorrido dura 37 minutos. Lo que sí está abierto es el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, en el que hay una réplica de la cueva.
En la Neocueva de Altamira se reproducen lo más fielmente posible las pinturas y grabados encontrados en el yacimiento. Un buen plan para después puede ser un plato de cocido montañés: caminar por la historia puede dar hambre.
6. Para alimentar las redes sociales
Aquellos y aquellas que tengan una cuenta de Instagram no se podrán resistir a sacarse una foto delante de la casa de los balcones con flores de la Plaza Mayor (con un breve paseo en la red social siguiendo el hashtag #santillanadelmar se puede comprobar su popularidad).
En realidad, casi cualquier lugar de la villa es digno de ser fotografiado y es un potencial captador de “me gustas”. Darse una vuelta por sus calles empedradas para capturar el encanto es tan buena como otra para bajar una comida contundente o unos cuantos trozos de bizcocho de la merienda. Y, además, a los platos también se les puede sacar fotos.
7. Para recordar que el pasado no necesariamente fue mejor
La nostalgia tiende a dulcificar los días que ya quedaron atrás, pero para evitar que se olviden las cosas malas que ocurrieron existen sitios como el Museo de la Tortura.
La temática sorprende un poco teniendo en cuenta que se encuentra en un sitio tan agradable como Santillana del Mar. Un contraste que no le resta interés: en la colección se pueden ver más de 50 instrumentos utilizados para torturar, humillar y matar muy propios de la época en la que se usaron, la Inquisición.
Entre las diversas herramientas, se pueden ver garrotes, cinturones de castidad, guillotinas y otras delicadezas con las que el Tribunal del Santo Oficio preservaba la pureza del catolicismo. Además, los interesados pueden leer los detalles de su funcionamiento en los textos del museo. Mejor no ir justo antes o después de comer.
8. Para sentirse en el medievo
Las dos torres, la de Don Borja y la de Merino, ambas situadas en la Plaza Mayor, nos acercan hasta el medievo. La primera recibe su nombre de Francisco de Borja Barreda, el último titular del mayorazgo de su familia en el siglo XIX. Fue construida en el siglo XV y ampliada en el XVI.
La segunda era la residencia del Merino Mayor de las Asturias de Santillana y está considerada una de las construcciones más antiguas de la villa, ya que data del siglo XIV. A día de hoy, aún conserva su aspecto original.
Después de visitarlas, se puede comer una buena carne de jabalí o de lechazo para sentirse parte de la clase alta medieval (¿por qué no ponerle un poco de romanticismo a la gastronomía?)
9. Para llevarse un poco del Cantábrico
En el organismo y en el alma. Dependiendo de la zona del año en la que se visite el Norte, puede que el mar esté a una temperatura poco agradable para meter los pies y hay que buscar alternativas.
El Cantábrico no tiene solo sus olas para ofrecer. De sus aguas salen las materias primas para hacer platos inolvidables como los bocartes a la brasa o el sorropotún, un guiso de bonito, patata, cebolla y pimiento verde típico de San Vicente de la Barquera, pero que se come en toda la comunidad.
10. Para comerse Cantabria en uno de sus pueblos más bonitos
Caminar por su empedrado, sacar fotos, empaparse de su tradición y su cultura para después disfrutar de su gastronomía en todo su esplendor. El queso de nata, el de Liébana y el queso de Bejes-Tresviso. El cocido montañés, la ternera criada en los prados verdes y para brindar, un chupito de orujo de Potes ¡salud!
Carmen López