Si el tiempo se detuviese, uno de los mejores sitios donde podría encontrarte es en el Pallars Jussà. Este es solo un aperitivo de los atractivos naturales y culturales que disfrutamos en la zona.
La primera parada de esta ruta hacia nuestro destino –conocido por el congost de Mont-rebei y el observatorio astronómico del Montsec– fue la comarca de Urgell. En Agramunt pudimos saborear un buen chocolate de la emblemática cafetería Jolonch. En ella hay variedad de chocolates y turrones. Entre ellos destaco la tacita de chocolate negro al 90%.
Además de la tienda y la cafetería, se puede visitar la antigua fábrica. Por eso queda pendiente para la próxima ocasión conocer mejor la chocolatería más antigua de Agramunt, cuyo negocio ha ido pasando de generación en generación desde el siglo XVIII. Su especialidad es el chocolate a la piedra.
Continuando nuestra ruta hacia el Pallars nos dimos cuenta de cómo, dentro de los casi 1.300 km2 de superficie que abarca la comarca, el agua preside la mayoría de sus paisajes. El embalse de Talarn o San Antoni es la superficie de agua dulce más grande de Cataluña. Asimismo, el Noguera Pallaresa también alimenta el embalse de Terradets, a los pies de la Serra del Montsec.
Desde allí, subiendo una serpeante carretera hasta Collmorter, llegamos al complejo rural Cal Soldat, el mejor lugar para descansar tras las intensas jornadas durante dos días. Al despertarnos, la imagen de las montañas con el valle de fondo fue premonitoria.
Avistamiento de aves, senderismo, escalada y deportes acuáticos… todas estas propuestas de ocio están al alcance de una escapada a la zona. Sin embargo, nuestros planes fueron culturales, aprovechando que la Agència Catalana de Turisme ha declarado 2019 año del turismo cultural.
Un total de 14 municipios componen la comarca del Pallars Jussà y nuestro alojamiento estaba cerca de Tremp, la capital. A poca distancia está Salàs de Pallars, un pueblo medieval que alberga espacios para los nostálgicos y amantes de la historia reciente.
Las Tiendas Museo de Salàs recrean 8 antiguos comercios con productos de los últimos 150 años. En ellas se aprecia la evolución de la sociedad de consumo.
Visitarlas de la mano de su artífice, Sisco Farràs, es un lujo. Desde hace 20 años atesora todo tipo de productos de época y con enorme pasión transmite cómo han cambiado la producción, comercialización y publicidad. Partiendo de la tienda de ultramarinos de sus padres y concibiendo el proyecto con una voluntad didáctica para las clases de historia que impartía, ha convertido Salàs en una joya que cada vez más visitantes se animan a descubrir.
Olí un after save que me recordó a mi abuelo, descubrí antiguas prendas de cotillería y quién inventó el futbolín (Alejandro Finisterre), admiré auténticas joyas de cartelería publicitaria y miré sonriente los álbumes de cromos de Danone.
Tuvimos la suerte de concluir el día con la presentación de un libro en el Café-Salón. La historia de “Els Girona” puso la guinda a una jornada de diez. El evento contó con la presencia de su autora, Lluïsa Pla, y gracias a ella descubrimos una familia cuyo poder llegó a superar a los Güell. Construyeron la línea férrea Barcelona-Granollers y Barcelona-Zaragoza, además de ser impulsores del Gran Teatro del Liceu y construir la sede central de la universidad de Barcelona.
El Café-Salón acogió espectáculos de vedettes del Paralelo de Barcelona cuando la feria de ganado de Salàs era de las más importantes del país.
Tras la presentación y el coloquio nos fuimos a descansar. Al día siguiente asistimos al centenario del «arrancamiento» de las pinturas de la Colegiata de Santa María de Mur.
En 1919, el párroco las vendió por 7.500 pesetas. Tres técnicos italianos las extrajeron con la técnica strappo. Actualmente, las pinturas están en el Museum of Fine Arts de Boston. Una gran pérdida cultural que en aquel momento fue legal y que, con su centenario, lo que se pretende es dar importancia a la conservación del arte sacro pirenaico. A lo largo del año se realizarán jornadas y encuentros que rememoran aquel hecho.
Santa María de Mur fue creada en 1069 por orden del conde Ramón IV y su esposa Valença Mir. Allí es donde querían ser enterrados. Desde finales del siglo XVI hasta el XIX, la iglesia se convirtió en colegiata. Después fue convertida en parroquia y cayó en el abandono.
Junto a la colegiata está el castillo de Mur, nuestra última visita antes de regresar a Barcelona, un emblema de los castillos fronterizos de los condados catalanes. Desde su torre se aprecian las mejores vistas de la comarca, entre las cuales llaman la atención los restos del antiguo pueblo de Puigcercós.
Así nos enteramos de que este municipio se alzaba en una colina que se desprendió en 1863. Casi veinte años después, volvió a desprenderse, pero el pueblo ya estaba deshabitado. Este último desprendimiento dejó a la vista su iglesia románica sobre un precipicio de 50 m de altura y 200 m de longitud, algo que se puede apreciar perfectamente desde Mur.
Con la sensación de haber pasado un fantástico fin de semana rural, emprendimos el camino de vuelta a casa. Nosotros hicimos nuestra escapada en coche, aunque nos recomendaron subir en el Tren dels Llacs.
Es un tren de época en el que viajaréis en el tiempo desde Lleida hasta la Pobla de Segur. El recorrido atraviesa 41 túneles y 31 puentes entre las sierras del Mont-Roig y el Montsec.
El tren circula de mayo a octubre. Yo no me lo pensaría dos veces. Estoy segura que os enamoraréis del Pallars Jussà.
Ana Alonso
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