5 lugares que hay que proteger del turismo de Instagram
Escrito por
22.02.2022
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Pensemos en un escenario hipotético pero probable: un mirador, con el mar de fondo al atardecer al que es relativamente fácil acceder. ¿Cuántas personas presentes en él podrá resistirse a hacer una foto? No hay estadísticas fiables, pero si recurrimos a la observación de la realidad, no es tan arriesgado decir que ninguna dejará pasar la oportunidad de inmortalizar el momento con su móvil. Si alguno de los visitantes rompe la norma, probablemente sea porque se ha dejado la cámara en casa. No hay pruebas, pero tampoco dudas.
Parece que ha pasado un siglo desde que las fotos de postureo se popularizaron. O desde que se pusieron de moda los palos para hacerse selfies o las redes sociales se convirtieron en el álbum de fotos virtual para compartir las experiencias con los demás. Ya no hace falta invitar a la gente a casa para mostrar el vídeo de las vacaciones: pueden aburrirse viéndolo desde su propio sofá.
Instagram ha sido la red social que ha elevado las aspiraciones de la gente a conseguir la mejor foto posible (y fardar de ella). Empezó ofreciendo filtros y marquitos y ahora mismo permite hacer vídeos que a muchos les hace sentirse profesionales del sector audiovisual. Sin duda es divertida y permite descubrir muchas cosas –desde ciudades hasta consejos dermatológicos– pero también tiene su lado oscuro. Más allá de los efectos psicológicos negativos o las muertes accidentales por tratar de conseguir el selfie más atrevido, también ha contribuido a la masificación del turismo.
En un mundo globalizado, sería injusto atribuirle toda la culpa a una aplicación, pero sus hashtags han convertido muchos lugares escondidos en meros escenarios fotográficos. Estos son algunos de los que piden a gritos restricciones para que no acaben como el Everest: quién iba a pensar que habría cola para subir a la cima de la montaña más alta del planeta.
Muralla roja de Calpe
Los vecinos llevan años quejándose de la invasión a la intimidad que sufren por parte de los turistas que quieren retratarse ante las paredes de su casa. El edificio se construyó en 1973 y lleva la firma del célebre arquitecto Ricardo Bofill. Este se inspiró en la casbah [parte central de una ciudadela árabe] para erigir una urbanización con torres y patios de colores potentes como el rojo y el azul frente al peñón de Ifach. Una golosina para instagramers.
El problema es que, aunque muchos lo consideren una atracción turística, se trata de un conjunto de viviendas, habitadas por gente que desarrolla su vida cotidiana en ellas y a las que no le gusta encontrarse a un montón de desconocidos sacando fotos en sus puertas. Ahora, el Ayuntamiento está en trámites para que se considere Bien de Interés Cultural (el 2023 se ha declarado el ‘año Bofill)’, ya que de esa forma podría regular las visitas.
Pero los vecinos no están muy conformes con la iniciativa porque seguirían con el problema de la privacidad y los trámites para hacer cualquier tipo de reforma serían más arduos que en la actualidad. Mientras tanto, el hashtag sigue sumando cifras.
Monte Neme en A Coruña
Quizá más que al entorno, haya que proteger a los turistas que no se dan cuenta de que hacerse una foto en sus aguas de color tropical es jugarse la salud. Esa tonalidad tan atractiva es tóxica y no es que sea un secreto. Las autoridades se han encargado de poner advertencias de los peligros que supone acercarse al ‘lago’ y sobre todo bañarse en él, pero ha tenido que considerarse la posibilidad de poner una valla ante el caso omiso de los turistas.
Los colores de la balsa, que se encuentra entre Carballo y Malpica de Bergantiños, se deben a los restos de minerales tóxicos –wolframio, estaño, sílice o hierro– que salían de una mina, ahora inactiva. Y muchas de las imágenes que se pueden ver el Instagram etiquetadas como #monteneme llevan textos que hacen referencia a la espiritualidad, las meigas o la relajación: la toxicidad parece ser lo de menos.
Campos de lavanda de Brihuega
También conocidos como el jardín de la Alcarria, estos terrenos de Guadalajara suponen el marco perfecto para las imágenes bucólicas y soñadoras. Campos teñidos de lila que hacen que las fotos no necesiten ningún tipo de filtro. Los vecinos del pueblo no son ajenos a ese atractivo –al fin y al cabo, son los primeros en conocerlo– y todos los años (al menos antes de la pandemia) celebran el Festival de la Lavanda, con actuaciones y eventos especiales.
Asimismo, los visitantes pueden realizar visitas guiadas, pero existen antecedentes que alertan de las consecuencias nocivas de un interés desaforado. Los propietarios de una empresa de cultivo de lavanda de Inglaterra –que cobraba a los turistas por entrar en sus plantaciones– tuvo que restringir el acceso los fines de semana porque los instagramers ‘se peleaban’ por entrar. Y no son los únicos.
Playa palomitas en Fuerteventura
Evidentemente, no son palomitas de verdad pero se parecen mucho. Y la imagen es tan sorprendente que es difícil resistir la tentación de inmortalizar esa playa canaria situada entre Majanicho y Corralejo. Pero como en el resto de los casos, su belleza es su principal problema. El hashtag #popcornbeach se popularizó hace algunos años y desde entonces atrae a un gran número de curiosos que no solo hacen uso de sus cámaras, sino que también deciden llevarse un puñadito de ese falso tentempié para tener en sus casas.
En realidad están robándole al ecosistema de la playa del Bajo de la burra o Caleta del Barco (sus nombres originales) unas algas cuyo esqueleto está formado por carbonato cálcico. Se llaman rodolitos, aunque en la isla también reciben el nombre de cotufas o confites y se estima los visitantes se llevan cada mes unos 10 kilos.
El columpio de Miradouro do cervo
El hashtag #cerlove en Instagram dirige a miles de fotos –la mayoría románticas como adelanta la etiqueta– tomadas desde el columpio situado en el Miradouro do Cervo, una de las atracciones de Vila Nova de Cerveira. Posiblemente, nadie en esta localidad del Alto Minho se imaginó cuando se inauguró el peculiar asiento que en agosto de 2020 iban a tener que cortar el acceso por la avalancha de visitantes.
Las imágenes que se muestran en la red social son idílicas. No solo hay enamorados, sino también hay turistas que posan como si estuviesen reflexionando sobre el sentido de la vida y algunos que usan la estructura de manera convencional: columpiándose. Lo que no se no abundan son las fotos o vídeos de las colas que hay que esperar para llegar al objetivo: en Instagram nunca se ve la cara B.
Carmen López
Soy periodista y escribo sobre cosas que importan en sitios que interesan desde hace más de una década.
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