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Al sendero de largo recorrido GR-13 se le conoce mejor como Vía Algarviana. Son catorce tramos de entre 14 y 30 kilómetros de distancia que recorren de este a oeste la región del Algarve. No lo hace por la costa más turística, sino por el interior, a través de sierras y pueblos que conservan su carácter rural.
Este camino que une el Cabo de São Vicente y Alcoutim forma parte del selecto club de vías religiosas que fueron apareciendo alrededor de la Edad Media en Europa. Este en concreto lo usaron los peregrinos para llegar hasta el Promontorio de Sagres, lugar emblemático donde se llevaron los restos de San Vicente.
Jornadas de caminatas en las que dominará el aroma a romero, hinojo y tomillo, entre bosques de madroños y almendros, pasando cerca de riberas de gran frescura y con la posibilidad de avistar fauna autóctona. De tanto en tanto, aparecerán los típicos pueblos de casas encaladas de blanco con sus características chimeneas. Hacia el final del recorrido, llegará el aroma de mar. ¿Qué más se puede pedir?
Junto al Guadiana (sector uno)
El castillo viejo de Alcoutim ( S. VIII- XI) es un mirador ideal sobre el entorno en el que comienza la ruta por la Vía Algarviana: el Duero domina el paisaje con su fuerte color oliva. Al otro lado, las colinas peladas de España. Aunque aquí, como describió José Saramago, los peces del río usan un mismo y único idioma, como si las fronteras no existieran más que en los mapas.
Alcoutim es un pequeño pueblo que parece imperturbable al paso del tiempo. Es perfecto para desconectar de la vorágine del tiempo paseando por sus callejuelas. El río es algo así como su particular patio de recreo donde practicar diferentes deportes acuáticos. A los más pequeños seguro que les encanta la playa fluvial de Pego Fundo.
El estrecho contacto con el río hace que aquí abunden los buenos pescadores tanto como los buenos restaurantes. Y no sólo pescados, en la zona es de imprescindible bocado el porco preto (cerdo ibérico) o la açorda (sopa de pan). A tan solo media hora en coche, se encuentra la Reserva Natural de las Marismas de Castro Marim y Vila Real de Santo António, la más antigua de Portugal. En invierno, con la llegada de flamencos, se convierte en el destino soñado para los observadores de aves.
Alte (sector ocho)
El concelho de Loulé está salpicado de pequeñas aldeas blancas a los pies de la sierra de Caldeirão, donde el aire se nota ligero y puro. Entre esta colección de aldeas, destaca Alte. Su centro es uno de los más típicos y tradicionales del Algarve: calles empedradas, decoradas con flores, paredes perfectamente encaladas y varias fuentes aquí y allí que lo llenan todo de un cierto rumor a agua.
Las fuentes grandes y pequeñas en Alte son un alto obligado tras la caminata. La vegetación es digna de un vergel y perfecta para el descanso, para sacarse las botas y remojar los pies. A la Fonte grande se llega por una carretera desde la Fonte pequeña. En la práctica, es una gran piscina natural que asemeja una especie de piscina olímpica rural cruzada por diversos puentes peatonales con un microclima ideal para escapar de los termómetros más altos de agosto.
Otra alternativa es la famosa Queda do Vigário: una gran cascada en el corazón de la sierra que brinda un paraje ideal para la aventura. Para cuando se continúe el camino, hay que destacar el espacio natural protegido Rocha da Pena, un monumento natural salpicado de cuevas y acantilados de gran belleza.
Serra do Caldeirão (sector cinco)
A pesar de encontrarse a un paso de la costa, el paisaje aquí está dominado por los bosques, aunque parte de este sector sigue recuperándose del devastador incendio que sufrió la zona en 2012. Hay que calzarse con ánimo las botas, porque con un relieve accidentado, esta es una de las etapas más exigentes de la vía. El premio al esfuerzo serán las vistas panorámicas que se obtienen con el ascenso y caminar por preciosos bosques de alcornoques, matorrales, diferentes flores silvestres, acompañados del intenso aroma a romero.
El área está integrada en la Red Natura 2000 ya que es de vital importancia para el gato montés, una de las especies más emblemáticas del Algarve. La vegetación nos señalará otro factor natural de especial relación cultural en la región: los abundantes alcornoques –esta es una de las áreas donde se ve mayor número– que tuvieron un papel importante en la economía local. De ello se puede tener buen conocimiento en el municipio de São Brás de Alportel.
Sierra de Monchique (sector 10)
Cualquier amante que se precie de la montaña agradecerá conocer la sierra de Monchique, que ya es popular entre los portugueses, pero sigue siendo una desconocida entre los viajeros extranjeros. El paisaje en este sector, dominado por altos robles y densos pinares, es todo un contraste con los visto anteriormente en el camino.
Además, los montes que se ven guardan un tesoro termal. Y es que la zona es conocida desde la antigüedad por la calidad de las aguas que emanan del interior de las montañas. Así, tras tanto caminar, el balneario de Caldas de Monchique, que parece anclado en el siglo XIX, se antojará un plan estupendo.
El de Caldas de Monchique es uno de los balnearios históricos del sur de Portugal. Sus antecedentes se remontan a más de 2.000 años y dicen que los romanos ya utilizaban sus aguas milagrosas para fortalecer los músculos tras las largas campañas. Sin duda, es una de esas paradas que no aparecen en las guías más ojeadas del Algarve y que, sin embargo, se convierten en todo un descubrimiento para los que recorrerán la Vía Algarviana.
Cabo de San Vicente (sector 14 y final)
La parte final de la ruta se lleva a cabo a través de campos agrícolas abandonados y conduce hasta Sagres, destino famoso entre los que gustan viajar buscando las mejores olas que cabalgar; aunque otros muchos viajeros vienen por otros motivos. Algunos porque han caminado los 300 kilómetros de la Vía Algarviana y llegan ansiosos de un final épico. Ese final está a muy pocos kilómetros de Sagres, donde aguarda el Cabo de San Vicente.
Sin duda, contemplar los acantilados y los restos de la antigua fortaleza se revelará como un final de caminata fascinante. No obstante, al propio Estrabón le afectó tanto el paisaje que dijo de este lugar que no era solo el punto más occidental de Europa, sino de todo el mundo habitado. Y, en cierta manera, así lo fue mientras los navíos se despedían en el cabo de cualquier tierra conocida durante la gloriosa época de los Descubrimientos. Cualquiera que haya llegado hasta aquí se ha ganado una cataplana de mariscos.
José Alejandro Adamuz
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