Llegar a Madeira no es cualquier cosa. Su aeropuerto siempre tuvo fama de ser uno de los más peligrosos del mundo. Tras unas obras recientes, dejó de serlo, pero mantiene la espectacularidad. La aproximación es vertiginosa: a la vista, desde la ventanilla (si estás sentado en la fila de la derecha),se ven los acantilados del litoral de la isla.
Una vez que dejes el frío del aire acondicionado del avión y te aclimates, comprenderás por qué dicen que en Madeira es siempre primavera. Lo de hacerse la foto con el busto de Cristiano Ronaldo que han colocado en la entrada del aeropuerto es opcional y al gusto de cada cual. Pero lo que no es opcional, son estos planes imprescindibles para hacer en Funchal.
1. Pasear por la avenida Arriaga
En el siglo XIX, los ingleses hicieron de Madeira uno de sus destinos turísticos favoritos. Por aquí pasaron Sissi Emperatriz y más tarde Winston Churchill y Ernest Hemingway. Todos aquellos ilustres dejaron una distinción aburguesada combinada con la arquitectura colonial que perdura aún hoy en día. Para darse cuenta de ello, hay que pasear por la avenida Arriaga.
Construida en 1914, sorprende su amplia calzada al modo portugués. Se puede comenzar a caminar desde el jardín municipal de Funchal, un pequeño edén dentro de la isla. La vía conduce al centro histórico y está flanqueada por edificios tan importantes como el Teatro Municipal Baltazar Dias y el Ritz Madeira.
Más adelante, aguarda la estatua del fundador de Madeira, João Gonçalves Zarco. Ya son 600 años del asentamiento portugués en este archipiélago que jugó un importante papel en la expansión marítima de Portugal. Unos pocos metros más, se llega a la catedral de Funchal. A su alrededor, tiendas, cafeterías y los principales edificios administrativos de Madeira.
2. Entrar en el mercado dos Lavradores
Nada mejor que los mercados para tomarle el pulso al verdadero ritmo de la vida cotidiana de un lugar. Por ello hay que entrar en el mercado dos Lavradores. Su colorido y bullicio te hipnotizan por un largo rato. La calle Fernando de Ornelas, la más comercial de Funchal, conduce directamente al mercado, que ocupa un singular edificio art déco, de 1937.
Lo mejor es que la visita coincida con un viernes o sábado, que es cuando el asunto se anima más. Y a poder ser, a primera hora. Vas a tener la oportunidad de tener un cara a cara con el pescado más popular de todas las cartas de restaurantes: el peixe espada. Cuando lo veas, no te dejes condicionar (su aspecto no tiene nada que ver con nuestro pez espada): digamos que su sabor es mucho mejor que su aspecto.
El patio central del mercado dos Lavradores es una concentración colorida de frutas, mango, maracuyá, kiwis y otras piezas tropicales, de todas las formas y sabores. No te cortes cuando los vendedores te ofrezcan probarlas, ¡es una maravilla para tus papilas gustativas! El mercado se expande alrededor, entre bares donde será buena idea desayunar con alguno de los platillos y tapas típicas.
3. Las puertas la calle Santa María
También hay un rincón en Funchal para los amantes del street art. Hay que dirigirse a la famosa calle de Santa María, donde el proyecto Arte Portas Abertas ayudó a recuperar una zona degradada de la ciudad usando color e imaginación. Aquí, los artistas locales llevan años decorando las puertas de los diferentes edificios. Poco a poco, la calle fue ganando en vida.
Ahora, las puertas, en lugar de dar a viejas casonas en peligro de derribo, abren el paso a interesantes tiendecitas, restaurantes y galerías de arte donde hacerte con un buen recuerdo del viaje. El plan es ir recorriendo la calle y escoger tu puerta favorita. A mí me encantó una en la que había una sirena columpiándose. El detalle es que el columpio coincide con la boca del buzón.
Desde aquí, vale la pena acercarse al cercano fuerte de São Tiago, todo un volumen de color amarillo que resalta con el cielo azul de la isla. Fue la antigua defensa del puerto de Funchal, por lo que ya puedes imaginar que hay unas vistas espléndidas.
4. Teleférico do Monte
Desde el fuerte, se continúa por el paseo marítimo hasta el siguiente plan imprescindible de Funchal: el teleférico que conecta el centro con Monte. Nada mejor para comprender un poco cómo es la capital de Madeira que hacerlo en altura, en un trayecto de algo más de tres kilómetros que salva el fuerte desnivel que hay desde la cota de playa a la cima de Monte.
Una vez subes en la cabina, tienes la posibilidad de ver como la ciudad se desarrolla desde el centro histórico hacia arriba de las montañas y barrancos, hasta lugares que parece imposible que alguien haya podido construir allí su casa. Lo más curioso es que en el entramado de calles, se ven cultivos de plátanos, aguacates y mangos, en una curiosa mezcla entre lo rural y lo urbano muy pintoresca.
Monte creció con la iglesia de Nossa Senhora da Assunçao como centro. Y aunque hoy el teleférico ha dejado el barrio a unos quince minutos de trayecto, en el pasado, las clases aristocráticas de la isla, se hacían construir aquí sus mansiones pasar las vacaciones, alejados del clima más húmedo pegado al mar.
Una de aquellas mansiones es la Quinta do Monte, donde Carlos II, el último emperador de Austria, se alojó en su exilio, y que hoy se puede visitar. Otro enclave a visitar es el jardim Tropical do Monte, la prueba de que el clima de Madeira es excelente para casi cualquier planta del mundo. Hay hortensias de Sudáfrica, laurisilva e incluso orquídeas del Himalaya.
5. Los carreiros do Monte
Es precisamente junto a la iglesia de Monte, donde aguarda el plato estrella de Funchal. Desde aquí, salen los tradicionales carreiros, uno de los medios de transporte más extraños del mundo. Son algo así como gondoleros manejando un trineo. La cuestión es dejarse llevar: te montas en una especie de cesta de mimbre que se lanza abajo, por las empinadas calles asfaltadas.
Todo depende de la pericia de los conductores, que se ayudan con unos zapatos customizados con goma de neumático y con unas cuerdas que les permiten maniobrar la cesta, donde vas alucinando de la velocidad que alcanzan. No es una simple atracción turística, sino que consiste en una tradición con más de doscientos años a sus espaldas. El servicio comenzó para facilitar el descenso al centro de la ciudad de los aristócratas que tenían sus villas en Monte.
Sin duda, los carreiros do Monte son un resumen perfecto de lo que es Funchal: salvaje y excitante, pero con un toque muy aristocrático. ¡A disfrutar!
José Alejandro Adamuz
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