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El medievalismo o atracción por lo que tenga que ver con la Edad Media está más extendido de lo que se pudiera pensar de entrada. Hay diversos niveles de interés: desde el trabajo de investigación de historiadores profesionales hasta la afición popular por los mercadillos con juglares callejeros. En un punto medio se sitúan eventos culturales como el festival de Hita (Guadalajara), que gira en torno a El libro del buen amor del Arcipreste de dicha localidad.
La fascinación por las murallas y los torreones también se refleja en los destinos de interés turístico. Los pueblos con resquicios de vida medieval en su arquitectura tienen su propio –y numeroso– público, al igual que los costeros o los de alta montaña. El surfero irá a la playa y el medievalista a ver el atardecer desde algún alcázar.
La Península Ibérica está bien surtida de recuerdos de la Edad Media, más allá de Toledo, la representante por excelencia. Al otro lado de la frontera con Portugal, aunque sin separarse demasiado de España, está el Alentejo, una región lusa que es el sueño de cualquier medievalista. Una ardilla podría recorrerla de punta a punta saltando de castillo a muralla sin pararse. Con un poco de imaginación, puede escucharse el sonido de las cítaras por sus calles.
Elvas
Elvas y Évora son sus dos ciudades más representativas: ambas tienen la categoría de Patrimonio Mundial por la UNESCO y están consideradas como dos de las más bonitas del país.
Francisco de Arruda, el arquitecto de la emblemática Torre de Belém (sí, donde los pasteles), firmó también el acueducto de Amoreira que da la bienvenida a Elvas, a 20 kilómetros de Badajoz. Su construcción es una muestra histórica de estrategia militar, en especial el fuerte de Nossa Senhora da Graça (también conocido como Fuerte del Conde de Lippe) y el de Santa Luzia. Si se observase la ciudad desde un avión, se vería la estrella que forman sus murallas.
Además de las construcciones defensivas y su castillo, desde el que se ve la ciudad entera, también merece la pena pasear por sus calles empedradas hasta la Praça da República, donde está la catedral de Nuestra Señora de la Asunción. Una vez allí y después de todo el recorrido, también es agradable sentarse en una terraza, pedir una bica y disfrutar de la calma portuguesa.
Évora
Por su parte, Évora tiene muchos más recuerdos del Imperio Romano que de la Edad Media, pero sería una pena sacarla del recorrido alentejano. Entre sus monumentos destacan los restos de su templo (del siglo I) y las termas (del siglo III), el acueducto de Água de Prata que pasa por su casco histórico y algunos palacios como el de los Duques de Cadaval.
Pero puede que lo que más llame la atención de los visitantes sea la Iglesia de San Francisco y en concreto, su nave adyacente conocida como la Capilla de los Huesos. Se llama así porque sus paredes y columnas están forradas con calaveras y huesos humanos. En un principio, allá por el siglo XVIII, la capilla estaba destinada a ser un espacio para reflexionar sobre la fugacidad y trivialidad de la vida. Acabó ambientada de esta manera porque en algún momento hubo que vaciar un cementerio para hacer hueco y colocaron los restos de más de 5.000 personas por las paredes (además de colgar dos esqueletos enteros del techo, de adulto y de niño). Muy buena decoración para el objetivo inicial de la capilla.
La vida de la ciudad se desarrolla a partir de la Praça do Giraldo, donde está la zona comercial y desde donde parten las calles empedradas que llevan a los puntos turísticos. En sus alrededores seguramente sea fácil encontrar algún bar en el que tomar una copa de vino y unas migas a la alentejana, muy parecidas a sus vecinas de Extremadura, pero con el toque característico del pan de la región lusa.
Beja
De vuelta a la época medieval aparece Beja, que está a unos 150 kilómetros de Huelva. Lo más llamativo –básicamente porque se ve a distancia– es la torre del homenaje del castillo, que data del siglo XIII, mide 40 metros y está hecha de mármol.
La ermita de Santo André, de estilo gótico-mudéjar y catalogada como Monumento Nacional, es otro de sus puntos de interés arquitectónico así como su catedral, también conocida como la iglesia de Santiago Mayor. Como curiosidad también está el el Forno da Ti Bia Gadelha, que era el horno que los vecinos de la ciudad utilizaban de forma comunitaria.
Además de las visitas a los templos y castillos, Beja ofrece varias tentaciones culinarias a las que prestar atención. Por un lado está su selección de vinos de la tierra (Alentejo es región vinícola) y por otra su chocolate artesanal, considerado como uno de los mejores de Portugal. Pero los auténticos protagonistas de la sección gastronómica son los cerditos de Beja o Porquinhos de Doce, unos dulces de mazapán con chocolate rellenos de crema. Se hacen de diferentes tamaños: los más pequeños tienen forma de cerdito y los más grandes representan a una cerda amamantando a sus lechones.
Sierra de San Mamede
En el Parque Natural de la Sierra de San Mamede, situado en la Sierra de São Mamede (linda con España en Valencia de Alcántara, Cáceres), se recomienda visitar otros tres pueblos que servirían de escenario para una película medieval: Portalegre, Castelo de Vide y Marvão.
En la parte más antigua de Portalegre, están las ruinas de su castillo, del que se conserva la torre del homenaje. Un buen emplazamiento para una foto del recorrido medieval, como también lo son las siete puertas de la fortaleza que se conservan. La más importante es Porta de Alegrete (siglo XIII). También es obligatoria la visita a la catedral, que se erigió sobre una antigua iglesia de la Edad Media, aunque después de diversas modificaciones a lo largo de su historia su estilo actual se encaja en el manierismo.
El nombre de Castelo de Vide no da lugar a engaños: se trata de un pueblo pequeño coronado por un castillo del siglo XIII y la Fortaleza de São Roque. La subida hasta dicho lugar se realiza por unas calles empinadas con casas de paredes blancas que atraviesan el Barrio Gótico y la Judería, uno de los mayores signos de la importancia de la población judía en la Portugal. Aún se puede visitar la sinagoga, convertida ahora en museo.
Marvão es un pueblo amurallado de casas de paredes blancas y calles empedradas. En su punto más alto se encuentra su correspondiente castillo, que data del siglo XIII y está rodeado de jardines. Allí también se puede ver el aljibe que abastecía de agua a toda la población y que a día de hoy llama mucho la atención, aunque puede que lo más impresionante de todo sean las vistas que ofrece el lugar.
Para los medievalistas a los que también les guste la playa (haberlos, haylos) una buena noticia: a finales del mes de mayo la playa de Comporta fue catalogada como una de las playas más seguras de Europa en relación con la COVID-19 por European Best Destination.
Sus 20 kilómetros hacen más difíciles las aglomeraciones y, además, el Alentejo ha sido una de las zonas del continente que menos casos de coronavirus ha detectado. Y un dato de ‘salseo’ pero que también sirve como muestra de su atractivo: se ha podido ver a Madonna recorriendo la playa en caballo durante sus estancias en Lisboa. Y si de algo saben los famosos, es de vivir bien.
Carmen López
Soy periodista y escribo sobre cosas que importan en sitios que interesan desde hace más de una década.
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