“Cuando lancé la última flecha y ganamos el oro, igual podría haber estado en Barcelona que en Levinco, rodeado de vacas”, entrevista a Antonio Vázquez
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23.07.2024
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13min. de lectura
Medallistas olímpicos rurales (3/5): Antonio Vázquez
Tercera entrega del serial de entrevistas Medallistas olímpicos rurales en EscapadaRural. Los Juegos Olímpicos de París 2024 nos sirven como excusa para descubrir las raíces rurales de cinco deportistas que han logrado subir a un podio olímpico. En la tercera entrega, charlamos con el tirador asturiano Antonio Vázquez, miembro del equipo de tiro con arco que ganó la medalla de oro en Barcelona 1992.
Dicen que el entorno forja el carácter de una persona. Al menos, ayuda a definir cómo se comporta. Es el caso de Antonio Vázquez Megido (Levinco, 1961). Cuando era un niño y vivía en Oviedo, Antonio esperaba con ansia el fin de semana para poder escaparse a su pueblo. En las Cuencas Mineras asturianas podía ser el chaval que corría libre, sin miedo a los coches. Que encontraba la serenidad en el verdor de los montes.
Bien pudo haber estado allí su mente cuando, años más tarde, lanzó las tres últimas flechas de la final de tiro con arco por equipos de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en 1992. Allí, junto a Juan Carlos Holgado y Alfonso Menéndez, consiguió una medalla de oro tan inesperada como merecida, que plantó a todo un país delante del televisor a la hora de comer. Más de treinta años después, todavía guarda frescos en su memoria los detalles de la competición. Igual que sus recuerdos de niñez en el valle de Aller.
- Usted tiene raíces mineras.
Nací en Levinco, un pequeño pueblo del concejo de Aller, en las Cuencas Mineras de Asturias. Hoy apenas supera los 100 habitantes. Mi padre era el vigilante en La Carinsa, la mina de carbón a cielo abierto. Y mi madre hacía de maestra. Ella era de El Pino, un pueblo cercano; cuando yo tenía poco más de un año, nos mudamos allí. Después, más o menos cuando cumplí los seis, reubicaron a mi padre en las oficinas de La Hunosa, en Oviedo, y nos trasladamos a la ciudad.
- Un cambio radical.
Es cierto que nunca perdimos el contacto con el pueblo, porque íbamos todos los fines de semana. Pero mudarnos a Oviedo, para mí, fue como entrar en la cárcel. Estaba acostumbrado a correr por el pueblo, a jugar por la calle, andar con la bicicleta, caerme en la tierra… en definitiva, a tener libertad. Recuerdo estar jugando partidos de fútbol en mitad de la carretera. A lo mejor tenías que apartarte cada media hora porque venía un coche, o el autobús de Felechosa, que transportaba a los mineros al trabajo. De repente vives en la ciudad y ya es: “No salgas, que te va a atropellar un coche”.
- Imágenes que quedan grabadas en la memoria.
Todavía lo tengo metido en la cabeza. Lo recuerdo mucho. Salir por San Isidro, a la Collada de Valverde o al pico Torres, donde llevábamos a las vacas a pastar en verano. Un tío mío tenía una vaquería, y nos llevaba a mi primo y a mí a ver a las vacas, al prado…. Las vistas que había, eso era impagable. Las noches estrelladas, tirados en la hierba mirando las estrellas. Eso era indescriptible, emocionantísimo.
- Qué diferente la vida rural de la vida urbana…
Por suerte nunca perdimos la relación con el pueblo. Mi abuela seguía viviendo allí y la visitábamos cada semana. Allí jugaba con mis primos en la calle. La típica vida de pueblo, que me encanta.
- Vamos, que estaba deseando que llegaran los fines de semana.
Sí, y el verano. Era acabar el curso y marcharnos allí dos meses.
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- ¿Cómo empieza su historia con el tiro con arco?
Como suceden muchas cosas, por casualidad. Con 16 años, cuando estudiaba BUP, me quedaron algunas asignaturas para verano: matemáticas, inglés, lenguaje… Así que me apuntaron a clases de recuperación. El profesor daba las clases en su casa, que era un ático. Tenía colgada una diana, y le pregunté qué era eso. Me contestó que una diana de tiro con arco.
- ¿A qué le sonaba aquello?
Le pregunté: “¿Un arco como los indios?”. Entonces me explicó de qué iba el deporte. Y me dijo que, si me gustaba, me dejaba un arco y unas flechas, y me llevaba a practicar con él. Y contesté: “Pues bueno, venga”.
- Se lanzó.
Nunca mejor dicho. Quedamos el fin de semana, y así empecé. Él mismo me entrenaba. Como no me gustaba salir de fiesta, mis ratos libres los pasaba practicando en una sala de la calle Azcárraga, en Oviedo. Se me pasaba el tiempo sin darme cuenta, hasta que se hacía tarde y me tenía que ir a casa.
- El tiro con arco no deja de ser un deporte rural, de cazadores…
Así es. De hecho, en verano me llevaba al arco al pueblo y practicaba en la montaña, donde teníamos las vacas. Preparaba mis dianas entre las pacas y lanzaba mis flechazos mientras los animales pastaban. ¡Había que buscarse la vida para entrenar!
- ¿Cuándo se dio cuenta de que podía destacar?
Poco a poco comencé a dedicarme más en serio al tiro con arco, aunque no se puede decir que de forma profesional, porque no se puede vivir de ello. Empecé a despuntar y en 1979 entré en el equipo nacional. Comencé a ir a concentraciones en Madrid. Ese año se disputaba el torneo clasificatorio para los Juegos Olímpicos de Moscú (1980), en el que di la sorpresa y me clasifiqué.
- Se presentó en Moscú con 19 años.
Quedé en el puesto 29, que no está tan mal para un principiante. Pero tenía que seguir evolucionando. El entrenador era Tomás Cerra, un pionero del tiro con arco en Asturias y en España, que me enseñó muchísimo. A los siguientes Juegos, en Los Ángeles, no pude ir porque me tocó hacer el servicio militar. Sí que fui a los de Seúl, en 1988, y Barcelona, en el 92, donde ganamos la medalla de oro por equipos. La de Atlanta, cuatro años después, fue mi última olimpiada.
- ¿Durante todo ese tiempo siguió teniendo relación con Levinco?
Nunca la he perdido, a pesar de que ya no están ni mis abuelos, ni mis padres. Sigo yendo a ‘Casa Abuela’, como decimos nosotros. Voy con mi hermana, y me gusta llevar también a los niños. El verano pasado estuvimos quince días en la casa. Cuando pasamos por Levinco, les digo: “Aquí fue donde nací, aquí iba yo a la escuela, aquí veníamos a lavar la ropa”… Me hace muy feliz.
- ¿Le ayudó en algo el hecho de provenir de un entorno rural?
Estoy convencido de que sí. Me escapaba del ajetreo y del agobio de la ciudad buscando la relajación. Estar en mi entorno y respirar aire puro, me daba serenidad. Incluso me llevaba el arco, porque no era lo mismo entrenar en una sala que ponerte a tirar al aire libre, rodeado de naturaleza, vacas y prados. El tiro con arco es un deporte que requiere relajación, estar tranquilo. En ese sentido, el ambiente del pueblo ayuda. No sé si es una ventaja, pero a mí me ayudaba a estar relajado, sin distorsiones.
- Ahora me dirá que cuando estaba en el campo de tiro de Barcelona, lanzando esas tres últimas flechas, su mente estaba en Levinco.
Casi podría decir que sí (ríe). Durante la preparación para los Juegos de Barcelona, nosotros habíamos practicado la sofrología. Es una disciplina en la que se practican técnicas que ayudan a mantener la atención, sin factores externos que te puedan distraer de, en este caso, la línea de tiro. Se trata de relajarse, imaginarse cosas tranquilas…
- Como estar lanzando flechas contra las pacas, rodeado de vacas pastando en el prado.
Algo así. Al acabar la competición, recuerdo que me preguntaban: “¿Pero tú no escuchabas al tío aquel tocando el bombo?”. “Ah, pues no me enteré”. “¿Y los flashes de las cámaras?”. “Pues tampoco me di cuenta”. De hecho, lo de las cámaras lo prohibieron poco después, porque podía molestar a los tiradores. Digamos que yo estaba a lo que tenía que estar: en mi línea de tiro, con mi arquito y la diana allí al fondo.
- Mientras, millones de españoles estaban pendientes de usted frente al televisor.
La competición tuvo muchísima audiencia. Cortaron el telediario para emitirla en directo. Incluso se retrasó el inicio para que el rey, que estaba de camino al campo de tiro, pudiera verla desde las gradas. Cuando entré a lanzar mi última tanda, me quedaban solo 40 segundos para hacer tres tiros… Lancé mi última flecha cuando el equipo finlandés ya había terminado. Después me dijeron que mi rival me miraba fijamente, como para ponerme nervioso. Pero ni me enteré. De ese tiro dependía todo. Si metía más de siete puntos, ganábamos. Si metía menos, pues medalla de plata, que también estaba muy bien. En ese momento, lo único que me importaba era tirar cerca del centro de la diana. Nada me distraía. Me hubiera dado igual estar en Barcelona, en la montaña o en Levinco, cuando lanzaba flechas rodeado de vacas. Y por suerte, metí un nueve.
- Qué recuerdo.
Imborrable. Ir a una olimpíada ya es lo máximo, pero ganar un oro, te deja sin palabras. Todavía tengo frescos los detalles de la competición, desde los dieciseisavos de final, hasta que ganamos el oro. Pero ya le digo, que solo de la competición. Por ejemplo, a Juan Carlos (Holgado) le amonestaron por entrar a la línea de tiro antes de que saliera Alfonso. Recuerdo comentarlo con Viktor, nuestro entrenador. También del reloj de 40 segundos cuando entré a lanzar la tanda decisiva, pensando “qué poco tiempo tengo”. De hecho, yo lanzaba el último porque era el más rápido de los tres. Recuerdo pensar: “Si se me cae una flecha, ya no me da tiempo a lanzar las tres”. Tenía que ser ‘pim, pam, pum’. Y no de cualquier manera, había que sumar los puntos. De todo lo externo, del público, el bombo, los flashes, el rey… yo no fui consciente.
- Y sumaron los puntos necesarios. Qué momento.
Recuerdo darme la vuelta hacia Alfonso, que miraba por el catalejo a ver dónde se clavaba la flecha. Se giró, cerró el puño y entonces ya fuimos conscientes de que habíamos ganado, y nos llevamos las manos a la cabeza. “La que hemos liado”, pensaba yo.
- Después toca bajar de la nube y volver a la realidad. Y al pueblo, supongo.
En Levinco me hicieron un gran homenaje, un recibimiento con gaiteros y sidra. Para un pueblo tan pequeño, tener un medallista olímpico era una cosa inaudita. Le pusieron mi nombre a la calle principal del pueblo, que ahora se llama ‘Avenida Vázquez Megido’. Este año me han llamado para dar el pregón de las fiestas, aunque no podré asistir. Mandaré un vídeo.
- Así que siguen presumiendo de medallista olímpico, más de 30 años después.
Están súper orgullosos de mí. También le pusieron mi nombre al pabellón de Moreda, en el concejo de Aller. Pero a mí, por mi forma de ser, me agobia un poquito eso de la fama. Le contaré una anécdota que me ocurrió pocos días después de los Juegos. En Oviedo, la gente me reconocía y me paraba por la calle. Yo entonces llevaba el pelo muy largo, como a lo afro. Me decían: “Tú eres el de la medalla, ¿no?”. Ya estaba cansado de contar tantas veces la misma historia. Así que decidí cortarme el pelo. Un cambio de imagen. La peluquería estaba como a 500 metros de casa. Entre saludos y felicitaciones, me costó una hora llegar. Le dije al peluquero que lo quería “bien peladito”. Me contestó: “Pero cómo vas a cortarte el pelo, si es tu identidad”. Y yo: “Corta, corta. Si tú no quieres, me voy a otra peluquería”. Cuando salí de allí, llegué a casa en un minuto (ríe a carcajadas). Ya no me reconocía nadie, ¡qué alivio!
- ¿Todavía lanza flechazos?
Sí, me apasiona el tiro con arco. Después de mis últimas olimpiadas, seguí en el centro de alto rendimiento de Madrid durante un par de años. Pero entonces la cosa empezó a decaer y, por circunstancias de la vida, me trasladé a Ibiza. Allí hay un centro de tiro con arco muy grande, donde estuve trabajando hasta el 2011. Posteriormente me trasladé a Barcelona, donde he seguido vinculado al tiro con arco. Soy entrenador en un club y llevo el plan de tecnificación de la Federación Catalana, trabajando con niños entre 9 y 20 años.
- ¿Qué enseñanzas le ha dejado el deporte?
El tiro con arco me enseñó a ser calmado, a tener paciencia, lo que he intentado aplicar a mi forma de enfocar la vida. También intento enseñarle esto a los niños. Deben tomarse las cosas con más tranquilidad, y no hablo solo del deporte.
- Deberían pasar temporadas en el pueblo.
Ya le digo. En cuanto acaba el colegio, yo me voy para allí un mes con mis hijos, nos hinchamos de tranquilidad y nos dejarnos de tanto tubo de escape. Intentamos coincidir con alguno de mis primos y sus hijos. En la zona hay muchos atractivos, todo el concejo de Aller es una maravilla donde llenarte de oxígeno. Con el desarrollo del turismo rural, la gente que no ha tenido contacto con ese entorno se está dando cuenta de las ventajas que tiene. Los pueblos son el mejor relajante.
Miguel Perez
Me encanta el fútbol, leer, viajar, descubrir nuevos destinos y contártelos
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