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De repente, estas comarcas de Ávila se quedaron despobladas durante trescientos o cuatrocientos años, entre el siglo VII y el XI. Eso es lo que afirmaba el historiador Sánchez-Albornoz, porque no había rastros de actividad permanente, hasta que los arqueólogos buscaron más allá de ciudades y monumentos: se les ocurrió preguntar a los campesinos, investigar en parajes significativos para las comunidades serranas actuales -ermitas de fuentes milagrosas, escenarios de romerías- y así descubrieron enclaves antiguos y sorprendentes. Iluminaron esos siglos oscuros y descubrieron una continuidad cultural. Recorremos el valle de Amblés y las sierras de Ávila con los arqueólogos del proyecto Terra Levis, que ven en el pasado uno de los mejores recursos para construir el futuro.
El arqueólogo Juan Pablo López pidió las llaves de la ermita de Nuestra Señora de las Fuentes, en el pueblo de San Juan del Olmo (Ávila), para visitarla con su mujer María Blanco.
—Y ya todo el pueblo se enteró de nuestras intenciones. Sabían que queríamos tener un hijo.
López no es creyente pero da mucha importancia a los ritos de la comunidad. Subieron a la ermita, bebieron el agua milagrosa y claro, al cabo de unos meses nació su primer hijo.
—Fuimos a la romería para ofrecer el niño a la Virgen, como una familia serrana más.
Algunas mujeres jóvenes de la comarca, dice López, beben de esa fuente de la fertilidad con devoción. Él lo llama realismo mágico castellano. Y le fascina porque en estos ritos ve una continuidad de siglos, quizá milenios, en la cultura campesina de las sierras de Ávila. En los años 90, los arqueólogos encontraron un yacimiento extraordinario a solo un kilómetro de la ermita: la necrópolis de La Coba, con más de ochenta tumbas excavadas en la roca. Más tarde hallaron también los vestigios de un poblado. La Coba debió de ser un centro religioso, político y social de primer orden, en el mismo paraje en el que vecinos y vecinas celebran hoy sus dos romerías anuales, acuden a la ermita y beben las aguas de la fertilidad. Un punto de reunión y de identidad compartida a través de los tiempos.
—Hemos datado esas tumbas y sabemos que las construyeron entre los siglos VI y X, en la época en que se creía que toda esta región entre el Duero y el Sistema Central estuvo deshabitada. Estamos iluminando eso que llaman los siglos oscuros.
Ciudades celtas, conquista romana
Salimos de las murallas de Ávila por la puerta del Rastro y nos asomamos a un mirador. Hacia el suroeste se extiende un valle amplio y largo, cerrado al norte por la sierra de Ávila y al sur por la sierra de la Paramera. Es el valle de Amblés, un pasillo histórico que lleva hacia Extremadura. Hacia allí va la carretera N-110, la gran diagonal castellana, hacia allí iba el camino de época romana para unirse en Plasencia con la Vía de la Plata.
—Antes de los romanos ya había grandes estructuras para controlar este valle, porque era fundamental para el comercio, la trashumancia o las guerras —dice López—. En estas sierras tenemos tres grandes castros vetones, de cultura celta, dominando los pasos.
El más impresionante es el de Ulaca, toda una ciudad de hace 2.500 años construida en un promontorio de la Paramera. Ocupa setenta hectáreas. Cuenta con trescientas casas, tres kilómetros de murallas, atalayas, templos, un altar de los sacrificios con sus escaleras talladas en la roca, sauna ritual, canteras de granito. Los otros dos castros, el de las Cogotas y el de la Mesa de Miranda, también figuran entre los más importantes de España.
—En la Mesa de Miranda excavamos una casa palacio y encontramos indicios de un abandono repentino. Creemos que sus habitantes se llevaron los objetos de lujo que sí aparecen en otros yacimientos y dejaron lo más difícil de transportar y lo menos valioso: grandes recipientes de cerámica. Relacionamos este episodio con la llegada de los romanos, con la conquista del país de los vetones.
Las élites indígenas procuraban integrarse en el sistema romano: tomaban apellidos latinos, ocupaban puestos en la administración, trenzaban sus negocios en la red imperial… Así ocurría en todas partes. En este valle de Amblés, sin embargo, se dio un curioso fenómeno de resistencia. Las élites conservaron el nombre de sus estirpes (así aparecen en las lápidas: los Reburrus, Abelliacos, Caraecios, Ecuesos, Caburonicos…) y mandaron instalar verracos en sus tumbas. Los verracos son los cerdos o toros esculpidos en granito que aparecen por Castilla, Extremadura y Portugal, asociados a la cultura prehistórica de los vetones. De significado oscuro, parece que los colocaban en sus terrenos para marcarlos y pedir protección divina, también en las entradas a los castros como defensa simbólica, como seña de identidad y pertenencia a un grupo cultural.
En el almacén arqueológico de la antigua iglesia de Santo Tomé, abierto al público en el centro de Ávila, exponen una magnífica colección de verracos. Entre ellos están los cuatro que encontró un agricultor en el pueblo de Martiherrero, como testimonio de esa resistencia cultural: aparecieron encima de varias cistas, las cajas de piedra en las que los romanos enterraban las cenizas de los muertos con sus ajuares, y uno de los verracos tenía en su lomo una inscripción funeraria en latín.
—Ahí vemos que los vetones se romanizaron, adoptaron los ritos y la escritura del imperio —dice López—, pero se aferraron a sus símbolos y los readaptaron para instalarlos en sus tumbas como expresión de una cultura propia. Lo más impresionante es que en el siglo XXI seguimos utilizando los verracos como imagen de nuestro territorio.
Se echaron al monte
A López le apasiona la continuidad humana a través de los milenios.
Por eso le intrigaba la Edad Oscura, ese lapso entre los siglos VIII y XI en el que supuestamente toda esta región había quedado despoblada.
—En el siglo VIII los musulmanes conquistaron la península, el mundo visigodo se derrumbó y parecía que toda esta inmensa zona entre el Duero y el Sistema Central había quedado deshabitada. Se suponía que aquí no vivió nadie durante trescientos años, hasta que llegaron los repobladores cristianos desde el norte en el siglo XI.
En los últimos años, Juan Pablo López y otros colegas arqueólogos han desmentido esa idea. La arqueología clásica se centraba en las partes monumentales, las ciudades, los palacios, los reyes, los acontecimientos históricos con mayúsculas, pero aquí desarrollaron una arqueología más pequeña, más atenta a las comunidades campesinas y al paisaje.
—Y así hemos encontrado muchas sorpresas.
En 2017, vecinos de San Juan del Olmo y técnicos arqueólogos fundaron Terra Levis, un proyecto que pretende ayudar a la supervivencia de las comunidades rurales. Cuentan con los habitantes de los pueblos: escuchan las historias que han transmitido durante generaciones, les preguntan por los lugares significativos del paisaje, siguen las pistas de esa memoria colectiva para decidir dónde excavar.
Se acercaron al puerto de las Fuentes, a los alrededores de la ermita de las aguas milagrosas y de la necrópolis de La Coba, a unos 1.400 metros de altitud, eligieron un terreno que les hacía sospechar y lo despejaron de zarzas y arbustos.
—Fue impresionante —dice López—. Empezaron a aflorar estructuras de piedra por todas partes, un complejo de doce construcciones que probablemente eran viviendas. En las excavaciones encontramos anillos de oro y plata, cuentas de vidrio, incluso una hebilla de bronce labrada de tiempos visigóticos. Son elementos de lujo, indican que aquí vivió gente con un cierto estatus, asociados a la necrópolis de La Coba. Esta zona tuvo que ser un punto de referencia para los habitantes de la sierra. Y lo sigue siendo, aquí se celebran las romerías.
Los objetos datan precisamente de los mal llamados siglos oscuros.
—Confirmamos la pervivencia de las comunidades en esas épocas. Encontramos unas maderas de construcción del siglo VI y un silo repleto que nos permitió datar el abandono de este poblado, porque el grano era del siglo X y no hay ningún otro indicio posterior a esa fecha. Los vecinos dejaron el silo lleno, eso también indica que se marcharon de repente. Ocurrió algo violento.
López plantea la siguiente hipótesis: cuando irrumpió el islam en Hispania y se desmoronó el sistema urbano visigodo, los habitantes abandonaron el fondo del valle, subieron a las sierras y fundaron poblados altos como este de La Coba.
¿Y eso por qué? ¿Porque era una época de guerras y turbulencias, porque buscaban refugio en las montañas?
—Porque no querían pagar impuestos, básicamente. No querían depender de ningún poder externo. Formaron comunidades ganaderas, autogestionadas, dispersas por la sierra. Hemos encontrado dos docenas de yacimientos con unas pocas tumbas. Y luego tenían este espacio referencial de La Coba, la gran necrópolis, las viviendas con objetos de lujo, una especie de capital política y religiosa donde seguramente se reunían para gestionar los pastos, las siembras y las cosechas, celebrar pactos matrimoniales, acumular el excedente de grano y organizar el comercio, enterrar a las personas importantes con sus ajuares… No tenían fortificaciones ni espacios urbanos jerarquizados, por eso creemos que eran comunidades ganaderas autogestionadas, que funcionaban al margen del mundo andalusí y del mundo cristiano.
—O sea que se echaron al monte porque eran separatistas.
—Absolutamente.
López se imagina a aquellos habitantes como vikingos de la sierra. En vez de navegar, montaban a caballo y organizaban expediciones de saqueo en territorios vecinos.
En el siglo X, los reinos cristianos del norte expulsaron a los musulmanes hacia el sur y fueron llegando también a estas tierras. Refundaron ciudades como Salamanca, Segovia y Ávila, que por algo se llamó Ávila del Rey o Ávila de los Caballeros. López no cree que fuera una repoblación pacífica de tierras vacías, como se suele afirmar.
—Aquí llegaron esos señores de un nuevo Estado, del reino asturleonés, imponiendo su administración, sus recaudaciones de impuestos, su gestión del territorio. Establecieron un sistema de parroquias y obligaron a los habitantes a adscribirse a ellas. Ese es el origen de nuestras aldeas actuales, surgieron en ese momento de la Edad Media. Los vecinos abandonaron sus poblados de la sierra de manera traumática, encontramos asentamientos incendiados en los que también había lanzas, espadas, todo tipo de armas, lo que indica que los pasaron a hierro y fuego, y tuvieron que establecerse en las nuevas aldeas del fondo del valle. Por eso quedaron tantos despoblados en las montañas.
Cuatro mil años de transformación tranquila
Los habitantes de San Juan del Olmo guardaban en su memoria colectiva algunas leyendas confusas de aquel mundo remoto. Contaban que en el paraje de La Mata, cerca de su pueblo, había restos de una ciudad romana o ibera, luego ocupada por los moros, en la que incluso distinguían una calle central, viviendas, escuelas… Tres vecinos, Miguel, Charly y Luis, llevaron a Juan Pablo López a ese terreno en el que de críos, en los años 90, habían participado en unas excavaciones informales organizadas por los padres franciscanos durante unos campamentos. Allí habían encontrado monedas y cerámicas romanas.
—Yo no veía una ciudad —dice López—, pero sí estructuras típicas de una villa agrícola romana, reutilizada en época medieval. Me pareció un yacimiento muy prometedor. Y ahí vivimos una experiencia un poco frustrante con los vecinos.
Un historiador de Ávila había transcrito los documentos de un juicio del siglo XIV en el que se disputaba la propiedad de esta finca de La Mata. Los vecinos del pueblo de Vadillo defendían que era suya, que ellos podaban los árboles -prueba de explotación y propiedad-. La ciudad de Ávila defendía que era suya y presentaba, entre otros testigos, uno que contaba la siguiente historia: en aquella finca había existido, en tiempos inmemoriales, una Puebla de los Ejidos, es decir, un poblado con campos comunes para el ganado y las eras, pero sus habitantes no quisieron avenirse con los caballeros de la ciudad de Ávila y fueron conquistados por las armas.
Juan Pablo López lo ve claro:
—Aquellos campesinos de la Puebla no querrían adscribirse a ninguna parroquia ni pagar impuestos, así que los caballeros los obligaron por la fuerza y los sometieron al poder central de Ávila. En la finca de La Mata tiene que haber indicios de aquella puebla anterior a la conquista de los caballeros. Así que los arqueólogos fuimos al pueblo y organizamos una reunión con los vecinos. La sala estaba a tope. Les conté toda esta historia del juicio del siglo XIV, les dije que probablemente tenían un yacimiento arqueológico muy valioso, mucha gente del pueblo estaba ilusionada con el proyecto, pero entonces alguien levantó la mano: “Todo esto está muy bien, pero no habéis contado con los propietarios del terreno”.
El yacimiento se extiende por un terreno con muchos propietarios. Y no consiguieron convencerlos a todos.
—Nos negaron el permiso y fue un golpe. Pero aprendimos mucho. Nos dimos cuenta de que los vecinos suelen ver a los arqueólogos como unos tipos que llegan a molestar, a ponerlo todo patas arriba y a llevarse lo que pillan. Son un fastidio, no una oportunidad. Nosotros decidimos contar siempre con los vecinos. No queremos conseguir permisos de las instituciones y ponernos a excavar en sitios contra la voluntad de la gente. Queremos ir hasta donde quieran ir los vecinos. Tienen que sentir los proyectos arqueológicos como propios, tienen que participar en la búsqueda.
Terra Levis quiere convencer a los habitantes del valle de Amblés y de las sierras de Ávila de que la arqueología es una buena opción para impulsar la economía local de manera sostenible. Le ven ventajas a esto que se suele llamar la España Vacía: el desarrollismo de los siglos XX y XXI no afectó a estas comarcas con su exceso de urbanización y sus grandes infraestructuras, así que ahora mantienen un paisaje cultural único.
—Aquí conservamos restos con los que podemos observar la transformación tranquila de la sociedad durante cuatro mil años. Eso es un tesoro.
Al final de cada invierno celebran las Carnestolendas Arqueológicas, una fiesta con talleres de arqueología, visitas guiadas, comidas populares, cafés con charlas, conciertos, proyección de documentales y la recreación por ejemplo de un funeral visigodo. Para organizar una excavación didáctica infantil, investigaron un episodio misterioso que flotaba en la memoria de San Juan del Olmo: se decía que en la cueva de la Marrana tuvo su campamento la banda de un tal Garrido, un fugitivo famoso, quizá un bandolero, quizá un maqui, al que acabaron matando junto a sus hombres.
En la Gazeta de Madrid encontraron la noticia de un enfrentamiento en Grajos, antiguo nombre de este lugar, el 20 de enero de 1813. En plena Guerra de la Independencia, “los cazadores de Zamora” habían dado caza a “la banda del teniente coronel Garrido” y habían matado a unos cuantos hombres.
—Ahora sabemos que Garrido era un soldado de fortuna —dice López—, un guerrillero contra los invasores franceses.
El duque de Wellington, general de los Ejércitos aliados, iba a entrar desde Portugal hacia Madrid. Ordenó que las bandas guerrilleras hostigaran a los franceses por todos los puntos de la península para no dejarles concentrar sus tropas, y una de aquellas bandas fue la de Garrido. Los franceses mandaron comandos de élite como los “cazadores de Zamora” a aplastarlos. La noticia dice que en Grajos mataron a varios hombres pero que Garrido huyó “sin sombrero ni armas”. Consta su presencia en otros escenarios de la guerra de los siguientes meses pero su rastro se acaba perdiendo.
—Hicimos dos campañas arqueológicas en un terreno donde los vecinos decían que antaño se enterraba a quienes no merecían cristiana sepultura. Encontramos unas fosas con cuerpos que presentaban cortes en mandíbulas y clavículas, y creímos que serían los guerrilleros. Pero no: nuestra compañera Ginevra Panzarino, experta en arqueología funeraria, nos dijo que eran marcas de autopsias.
El estudio de aquellos cuerpos confirmó las terribles condiciones que soportaban los campesinos: cuerpos machacados por el trabajo, columnas torcidas, rodillas deterioradas, artrosis, muertos por una simple infección dental, tantos bebés enterrados. Aquello impresionó a los habitantes de San Juan de Olmo.
—No encontramos a los guerrilleros de Garrido —sigue López—, pero conseguimos algo más importante: los vecinos nos vieron trabajar, vieron cómo confirmábamos una leyenda del pueblo y la relacionábamos con un suceso histórico. En una aldea de Ávila encontramos la huella de una guerra europea, en un microespacio se refleja un acontecimiento global: eso es justo lo que queremos mostrar con nuestro trabajo, que en este territorio se pueden observar muy bien las grandes momentos de la historia, las ciudades vetonas, el imperio romano, el mundo visigodo, la urbanización medieval, las guerras napoleónicas… Tenemos un museo al aire libre espectacular.
Los constructores del paisaje futuro
Para López, el paisaje es mucho más que un fósil para entender el pasado: es una herramienta para construir el futuro.
—Vivimos en una región poco poblada en la que necesitamos que venga gente de fuera. Al interpretar el paisaje, nos aparece una idea que queremos transmitir a la gente de aquí: somos el resultado de aportaciones de muchas culturas, siempre ha sido así. Y esa misma idea vale para quienes acaban de llegar a nuestra tierra: este paisaje también es vuestro y el futuro será lo que vosotros construyáis.
López habla con entusiasmo de las familias latinoamericanas que participan en las romerías con los demás vecinos, del niño de origen árabe que explicó ciertos episodios de Ávila a sus padres con orgullo.
—Organizamos visitas al museo con escuelas en las que obviamente ya hay niños y niñas de un montón de orígenes: españoles, latinoamericanos, chinos, árabes. La idea era que los niños trabajasen los temas en clase y luego llevasen a sus padres y madres al museo para explicárselos.
La ciudad de Ávila conserva cientos de estelas funerarias islámicas. En el almacén arqueológico de Santo Tomé, aquel niño árabe abulense pudo mostrar a sus padres y a sus compañeros la más destacada de todas: la tumba en cuyas losas labradas una inscripción árabe canta las alabanzas a Alá y cuenta que allí yace Abd Allah ibn Yusuf, ‘el Rico’, asesinado en 1492. El niño explicó que Abd Allah pertenecía a una de las familias más ricas de la comunidad mudéjar, los musulmanes que hace quinientos años vivían en Ávila, como ahora viven ellos mismos.
Los arqueólogos de Terra Levis citan a menudo una frase de su colega Xurxo Ayán: el futuro está en las piedras.
Epílogo en llamas
Juan Pablo López y sus compañeros subieron corriendo al monte a las tres de la mañana, un sábado de agosto de 2021, para contemplar una lengua de fuego que devoraba la sierra. Sintieron una congoja tremenda cuando vieron que el incendio se acercaba a la ciudad vetona de Ulaca y asistieron al ajetreo de las comunidades serranas: los vecinos se reunían en corros y se organizaban para frenar el fuego, los ganaderos corrían a abrir las puertas de sus fincas para que los animales huyeran, los alcaldes subían por las pistas en sus coches para hacerse una idea de la situación. Desalojaron algunos pueblos. Quedaron miles de hectáreas calcinadas. El mismo lunes, los arqueólogos se ofrecieron a la Junta de Castilla y León para recorrer las sierras inventariando los daños en el patrimonio cultural.
—Mira mis botas —dice López—, todavía tengo manchas negras del hollín, de cuando anduvimos por los montes quemados.
Contaron de nuevo con la comunidad. Los arqueólogos tenían su lista de yacimientos, pero pidieron a los vecinos que les señalaran lugares significativos de sus paisajes, espacios dignos de estudio y protección. Aprovecharon el incendio para repasar el territorio siguiendo esas indicaciones: desde molinos harineros hasta cuevas con grabados aún sin documentar, pasando por cruceros de piedra y viejas fábricas de luz.
—Los vecinos nos indicaron más de treinta espacios a los que aún no habíamos prestado atención. Antes la arqueología solía fijarse solo en lo monumental, en la ciudad de Ulaca o en el castillo de Navasangil, pero nosotros buscamos una mirada mucho más completa, más atenta al paisaje cotidiano, porque es ahí donde se explica la vida.
El desastre les ayudó a identificar treinta nuevos sitios arqueológicos. Porque estos arqueólogos no desaprovechan ni una ocasión, mucho menos un incendio, para iluminar el futuro.
Para visitar los yacimientos: Los arqueólogos de Terra Levis organizan visitas guiadas a los yacimientos más relevantes del valle de Amblés y las sierras de Ávila, así como charlas y otras actividades. Información: www.masavterralevis.org
Ander Izagirre
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Saludos cordiales, creo que la denominación de Avila del rey, o la historia del Rey niño no está claramente explicada.
Muy interesante. Me gustó especialmente confirmar, una vez más, el fenómeno de la macrohistoria reflejada en la microhistoria. En eso la Guerra Napoleónica es siempre un filón inagotable de posteriores leyendas confusas. Yo mismo me he topado con ello.
Tan interesante era que uno podía pasar por alto las píldoras ideológicas evidentes bien del arqueólogo, bien del redactor. Hasta que llegamos a la perla final (o quizás carga de profundidad): la elegía con retórica como de los ’90 al reemplazo demográfico.
No le queda claro a uno con qué quedarse, si con el valor de la continuidad y de la resistencia (vetones, mozárabes echados al monte, guerrilleros…) o con la magnífica oportunidad (de desaparecer) que suponen la esterilidad nativa y la inmigración masiva. Todo muy confuso. Muy edulcorado (y aturullado). Muy «en el fondo siempre fue así, qué más da, es bonito». O «nosotros también lo hicimos». Como decía, años ’90. Propaganda pura y dura. Como una tercera República francesa patéticamente hablándoles a los escolares argelinos de «nuestros antepasados los galos».
No funcionó entonces y no funcionará nunca. Les haría mucho bien a los que así malgastan sus energías una mica de Antropología. Pero de la Evolutiva, la de verdad. Así quizás pudieran articular lo que siempre han intuido instintivamente: que hay un motivo muy profundo y muy racional por el que nos identificamos más con los vetones que con los romanos. Una cuestión de porcentajes.
Lo que me lleva de vuelta a la entrañabilísima historia del «niño árabe» (sic) que, curiosamente, se identifica con los mudéjares de hace cinco siglos. Una hermosa enseñanza, para él y para sus padres, aunque quizás innecesaria, porque todos los que he conocido a lo largo de mi vida (y han sido muchos) tardaban apenas horas en recordarte el pasado mahometano de Iberia. Por qué será. Me malicio yo que más de uno y más de dos de estos escolares han aprendido sin duda profundas lecciones de estas iniciativas. Eso sí: quizás no exactamente la que sus promotores querían, esa tan aturullada y confusa y contradictoria…. Y directamente tóxica.
Me ha encantado el artículo. Gracias por descubrirme un proyecto ilusionante para una tierra que se queda sin población poco a poco…