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El pueblo salmantino de Candelario no se asemeja ni por asomo a Gotham City, hogar de Batman, pero resulta que sus casas tienen batipuertas, un nombre que bien podría aparecer en la saga del famoso superhéroe. La característica principal de estos paneles de madera añeja es que tienen una media puerta saliente que protege a la principal de las inclemencias meteorológicas. Además, también permite ventilar la morada sin abrirla de par en par o poder matar a las reses sin salir al exterior de la vivienda. Esa última funcionalidad tiene mucho sentido, pues el embutido es una parte esencial de la personalidad de Candelario.
Pero antes de adentrarnos en sus peculiaridades, conviene situar al pueblo en el mapa para entender por qué sus cuestas son tan empinadas. Candelario se edificó en una ladera de la sierra homónima, allá por los tiempos de Alfonso VIII, que incluyó la localidad en la Comunidad de Villa y Tierra de Béjar tras la Reconquista. Esos son los datos verificados aunque, después del descubrimiento de una piedra tallada con la cabeza del dios Jano, se dice que el origen del lugar se remonta a la época del Imperio romano (hay dudas en cuanto a la fiabilidad de este antecedente).
El paso de la familia Zúñiga, duques de Béjar, hizo que Candelario tuviese fácil el incorporarse a Salamanca en 1425, formando parte del Reino de León. El transcurrir de la historia llevó a la división del territorio en las provincias actuales y el pueblo pertenece, definitivamente, a Salamanca. En 1894 consiguió el título de villa.
Qué ver en Candelario, el pueblo del embutido (y mucho más)
La belleza de la localidad es innegable y, de hecho, su casco urbano obtuvo el nombramiento de Conjunto Histórico Artístico en el año 1975. También está considerado como uno de los pueblos más bonitos de Salamanca. Una de las características de sus calles, además de su trazado empinado y un tanto enrevesado, son las regaderas: unos canalillos por los que fluye el agua derretida de los neveros de la montaña.
La arquitectura típica de las casas es reflejo de su tradición chacinera o charcutera. Empezando por las mencionadas batipuertas y siguiendo por los amplios alerones de sus tejados que protegen las galerías donde se ponía a secar el embutido. Esta actividad se realizaba -o realiza también- en los desvanes o ‘sobraos’ que se encuentran en la parte alta de las edificaciones.
Así, la planta baja estaba destinada a la elaboración del embutido (matanza, picado y adobado de la carne, entre otras labores), de ahí uno de los usos mencionados de la batipuerta. En la primera y segunda planta se ubicaba la vivienda y la tercera se empleaba para el secado de los productos elaborados.
En el año 2008 se inauguró el Museo de la Casa Chacinera, donde se puede entender la importancia de este elemento gastronómico para la localidad, ya que fue el principal modo de vida de sus pobladores desde finales del siglo XIX y principios del XX. Los vecinos de Candelario donaron enseres y mobiliario para ambientar este centro de interpretación de una manera verídica y asimilable para los visitantes.
Como explican desde su web: “La musealización prima el protagonismo de los propios objetos, de tal forma que la información aportada por paneles o módulos expositivos complementarios está perfectamente integrada en los diferentes ambientes para evitar la ruptura del discurso museológico”. Además de estos elementos, en el centro también representan visitas teatralizadas [es recomendable consultar los horarios] que trasladan a la cotidianeidad de la villa en 1920, una época de pleno apogeo de la actividad chacinera.
Si se tiene en cuenta la historia del pueblo, no es difícil imaginar cuáles son los platos estrella de sus restaurantes. Destacan las ‘patatas meneás con tocino’ o el clásico hornazo salmantino. Pero que los vegetarianos no se asusten, porque también hay delicias adecuadas a su dieta como el calamar de la huerta: pimiento cortado en rodajas, rebozado y frito que, por su aspecto, recuerda al de los calamares a la romana.
Agua, que no falte
Además de las regaderas, Candelario tiene otros métodos de aprovechamiento de agua: las fuentes. Están repartidas por la localidad y tienen nombres como la de La Hormiga, la de la Carretera, la del Parque, la del Arrabal o la del Barranco, entre otras. Asimismo, en cada una de las tres puertas de entrada al pueblo hay una fuente romana que aún se conserva: la de las Ánimas, la de los Puentes y la de Lapachares.
La riqueza del agua de la villa es tal que hasta tiene un dicho: “Ay madre, no sé que tienen las fuentes de Candelario; el agua fría me besa y en su dulzura, me abraso”. Pero ese líquido que da vida no solo corre por las calles, sino que la naturaleza que lo envuelve está llena de arroyos y manantiales.
En el pueblo también es interesante visitar la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Destaca, sobre todo, por su imponencia, ya que sus dimensiones incluyen una torre de 28 metros con reloj. La fecha del inicio de su construcción se sitúa en 1329, pero con el paso del tiempo tuvo que someterse a numerosas remodelaciones y su aspecto actual no coincide con el que se proyectó al principio. Cerca se sitúa el edificio que funciona como sede del Ayuntamiento, construido en el siglo XIX, que es otro de los atractivos del pueblo.
A la entrada del pueblo se encuentra la ermita consagrada al Santísimo Cristo, también conocida como ermita del Humilladero. Construida entre el siglo XV y XVI, acoge una imagen del Cristo y una talla de San Vicente, obra de Gonzáles Macías. Delante del templo hay una cruz en la que se humillaban los peregrinos y que está dedicada al cristo del Refugio. Su festividad se celebra a principios de mayo.
Carmen López
Soy periodista y escribo sobre cosas que importan en sitios que interesan desde hace más de una década.
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