El territorio español está lleno de lugares con tradición medieval que aún conservan vestigios de la arquitectura y usos de la época. Pero hay algunos que son el sueño ideal de cualquier aficionado a esa franja de la historia (este grupo está integrado por muchas más personas de lo que pueda parecer). Un ejemplo de fantasía al alcance de la mano es la posibilidad de pasear por las calles de un pueblo construido dentro de una fortificación del siglo XIII que en un momento, hace siglos, sirvió para defender a sus habitantes de incursiones enemigas.
Se trata del pueblo gaditano Castellar de la Frontera, que actualmente se divide en dos núcleos: el Pueblo Viejo y el Pueblo Nuevo. Este binomio, situado en la comarca del Campo de Gibraltar, responde a la necesidad de los vecinos de mejorar sus condiciones de vida y expandir su espacio: aunque el interior de la fortaleza sea de una belleza espectacular, la modernidad pide algunas cosas imposibles de darse dentro de la muralla. Afortunadamente, la mudanza no conllevó un cierre de las puertas y el antiguo asentamiento sigue siendo visitable.
Aunque a día de hoy lo más representativo de la zona antigua sea su edificación dentro de las paredes de un castillo, perfectamente conservadas, lo cierto es que ese terreno erigido sobre un promontorio rocoso acogió a numerosas civilizaciones previas. Una de las más representativas fue la de los Íberos, que se vieron reemplazados por los romanos (estos se hicieron con el control de la Torre Lascutana, una edificación militar) aunque quienes marcaron el origen del pueblo tal y como se puede ver hoy fueron los musulmanes, autores de la fortaleza y la villa interior. Este espacio pertenece al Parque Natural de Los Alcornocales, un dato más a tener en cuenta.
Los árabes construyeron también la Torre de la Almoraima, que servía para controlar cualquier posible amenaza de los cristianos, con quienes estaban enfrentados. De hecho, en el año 1434, la fortaleza pasó a manos cristianas después de que Juan Arias de Saavedra se hiciese con el poder. De ahí que en el interior se puedan ver casas de fachadas blancas típicas de pueblos con pasado andalusí, adornadas con macetas y enredaderas, conviviendo con la iglesia del Divino Salvador, de confesión católica (los oficios se trasladarán después al pueblo moderno). Además, pegado a uno de sus costados hay una algorfa o pasadizo que la une con el Alcázar.
Desde el alto en el que se asienta la fortaleza se puede ver el Peñón de Gibraltar, la bahía de Algeciras o la costa de Marruecos los días que no hay nubosidad.
Tiempos modernos
En 1971, se decidió urbanizar el ahora conocido como Pueblo Nuevo, a menos de 10 kilómetros del medieval. Como se explica en la web del ayuntamiento de Castellar de la Frontera, este cambio supuso: “mejores condiciones de vida, ya que la imposibilidad de crecimiento del pueblo viejo y la dificultad orográfica del terreno dónde estaba situado impedían un progreso social adecuado, a lo que había que añadir las carencias de medios higiénicos de las viviendas”.
Imaginar cómo sería la vida en la Edad Media mientras se pasea por las calles de un asentamiento de la época, que además se ha conservado en perfectas condiciones, es una cosa y otra es residir en él. Pero el Pueblo Nuevo de Castellar no está vacío de atractivos pese a que se haya ideado ya en el siglo XX. Quienes se acerquen hasta él pueden disfrutar de diferentes monumentos y, por supuesto, de su increíble gastronomía.
En la plaza de Andalucía, centro neurálgico de la localidad, además del ayuntamiento está el santuario del Santísimo Cristo de La Almoraima así como el monumento a la Mujer y el monumento al Agricultor. En la avenida de las Adelfas, pegada a esta plaza, se pueden ver el monumento al 25 aniversario de la fundación del Pueblo Nuevo de Castellar y el monumento al Caballo y, muy cerca, el monumento a los Derechos Humanos. No hay duda de que se trata de una localidad muy comprometida con las buenas causas: la igualdad, la memoria y el respeto por los animales.
En cuanto a sus atractivos para el paladar destaca la carne de caza, con el venado como estrella del menú en el que también están presentes el conejo y la perdiz. El primero se prepara cortado de diversas formas y generalmente adobado con vino y hierbas aromáticas. De entrada puede parecer un plato pesado, pero no lo es tanto como pinta. Además, en su tradición gastronómica también destacan los chicharrones, que se elaboran con panceta de cerdo y las rosquillas de azúcar.
La Almoraima
Quienes lleguen al pueblo por vía ferroviaria, se bajarán en la estación Almoraima, que se encuentra frente a la torre homónima que levantaron los árabes en el periodo andalusí, como se comentó anteriormente. A su alrededor se construyeron, con el tiempo, dos edificios importantes. En 1603, el convento de San Miguel de La Almoraima, habitado por los frailes descalzos de La Merced y en el siglo XIX, un cuartel de la Guardia Civil. Curiosamente, este último evitó el derrumbamiento de la torre, que fue utilizada como prisión.
La finca perteneció durante mucho tiempo a los Duques de Medinaceli, que la tenían como coto de caza y lugar en el que recibir visitas. En 1945, una empresa empezó a explotar sus alcornocales para producir corcho, hasta que en la década de los 70 del siglo pasado la familia Ruiz-Mateos la adquirió a través de su compañía Rumasa. Una década después entró a formar parte del Patrimonio del Estado. Parte del Parque Natural de Los Alcornocales, es uno de los pulmones de la comarca del Campo de Gibraltar.
Carmen López
Soy periodista y escribo sobre cosas que importan en sitios que interesan desde hace más de una década.
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