Cosas que la gente con pueblo echa de menos en la gran ciudad
Escrito por
16.04.2018
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4min. de lectura
“Me voy al pueblo”, dices con orgullo y satisfacción. Incluso mirando con un poco de condescendencia a quien se queda de vacaciones en la ciudad. Y es que, aunque los que nunca han tenido un pueblo no lo entiendan y el plan les dé hasta pereza: “Si allí no hay nada”; coger todas tus cosas e irte una temporada, para ti siempre ha sido uno de los momentos más felices del año.
Da igual que hayas nacido allí, que en tu adolescencia lo odiases muy fuerte, que sea el de tus tíos, abuelos o que acabes de conocerlo hace sólo un par de horas, porque has parado a repostar: el pueblo mola.
¿Cómo se les ocurre decirnos que allí no hay nada?
Es verde
Lima, cartuja, oliva, pistacho, menta… Diferentes tipos de verde que se ocultan tras la nieve de las montañas, se mezclan con la arena en la costa o se convierten en amarillo en los meses más cálidos. Hay verde donde respirar.
No hay prisas
Aunque las distancias son más pequeñas, es posible que tardes más en llegar al punto de encuentro que si lo hicieras en metro en una gran ciudad. Aquí tendrás que tener en cuenta a toda la gente con la que te encontrarás por el camino y que tendrás que pararte a saludar.
Todos hablan con todos
Este es el motivo por el que, cuando eres adolescente, quieres huir muy rápido de allí. Al final, todo se sabe. Sin embargo, después de unos años en la gran ciudad, donde escasean los buenos días, ya valoras que alguien al que apenas conoces te pregunte cómo te va y qué pasó al final con aquel amor de verano que tú ya habías olvidado. Bueno, igual este punto no lo echamos tanto de menos.
No hay mayor centro de información que la tiendina
Todos los pueblos cuentan con una pequeña tienda de ultramarinos donde se cuece toda la información que en segundos circulará por todos los bares y casas. Aquí es donde se crea el salseo que incluso llegará hasta el pueblo de al lado. “¿Quién hizo qué?”, “La chiquilla de la Mari”, “La que está con el hijo del panadero. Fíjate qué suerte tuvo que lo colocaron en la fábrica”.
Vale, igual este punto tampoco.
Las fiestas
Las fiestas sí. Y es que el verano es una gymkana de romerías y un alto al fuego de las rencillas con los pueblos de los alrededores. Qué más da que no acepten que somos los mejores (porque, ¡Alerta! Spoiler: todos los de pueblo creen siempre que el suyo es el mejor) en esta época lo importante es llenar las plazas, salir y divertirse. Y esto se nos da muy bien a todos.
La verbena
No se ha construido aún discoteca que logre superar la diversión de una verbena. Que la plaza se llene durante semanas de gente que no sabemos muy bien de dónde ha salido, la orquesta, el brilli brilli, Paquito el chocolatero, el paso doble, Mago de Oz, 20 de abril del 90… Un festival difícil de superar.
El bar de siempre
La pregunta “¿Dónde quedamos?” en el pueblo no tiene sentido. Sobre todo porque es posible que sólo haya un bar, como mucho tres. Si eres de allí ya sabes dónde están todos tus amigos, el precio de cada consumición y que aquello funciona a rondas.
La libertad
No hay fronteras físicas que te paren, como cuando cogías la bici y llegabas pedaleando cinco pueblos más allá; ni horaria, pues en el pueblo siempre te dejaban salir hasta más tarde. En ocasiones, esa libertad también se halla en la falta de cobertura. Al principio cuesta, pero ¡lo bien que viene esa desconexión!
La seguridad
No hace falta vivir con el bolso o la cartera atada al cuerpo, allí nadie va a arrancártelo mientras haces el vermut.
Se ven las estrellas
Sí, las estrellas fugaces existen.
Los precios populares
El café no tiene sirope de caramelo, ni va en vaso de cartón, pero al menos puedes pagártelo. ¿Te acuerdas cuando salías a cenar con 10 euros? Pues bien, en el pueblo puedes seguir haciéndolo.
La comida
Los tomates de la huerta de Encarni, los huevos de Antonia, las acelgas de Mari… No hay restaurantes con estrellas Michelín, pero porque no hay suficientes premios para tantas abuelas. Aquí todo tiene muchísimo sabor, algo que ya habías olvidado completamente desde que te habías mudado a la gran ciudad y haces la compra en un súper. ¡No te olvides de los tuppers!
Laura Fernández
Periodista, blogger y viajera. No necesariamente en ese orden. En ocasiones me despierto sin saber dónde estoy. Adicta a los cómics y a los noodles con salsa de cacahuete. Redactora en @escapadarural, colaboradora en la Conde Nast Traveler y en la Divinity. Mi casa: Meridiano180.
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Gran artículo!! toda la razón. Saludos