«Desciende por el cráter del Snæfellsjökull cuando la sombra de Scartaris lo acaricie, antes de las calendas de julio, viajero audaz, y llegarás al centro de la Tierra», escribe Julio Verne en Viaje al centro de la Tierra. Pero lo cierto es que si os asomáis al Snæfellsjökull, en Islandia, no distinguiréis más que el fondo del volcán, poco más. O mucho más, según se mire.
Los volcanes no solo forma parte insustituible de la maquinaria de un planeta, sino que lo han moldeado, y por extensión han dado forma también a la historia de la humanidad. Por esa razón, no solo hay unos mil quinientos volcanes en la Tierra, sino que también encontramos volcanes en otros planetas y lunas, como Ío, donde hemos podido fotografiar un volcán en erupción elevando un chorro de magma que ascendía a cientos de kilómetros de altura, y también cuenta con más de 400 volcanes activos que expulsan gases de azufre.
Algunos volcanes han permitido atemperar regiones cuando nos hallábamos inmersos una era glacial, pero otros han originado cambios climáticos que aniquilaron gran parte de la fauna y flora del mundo. Uno de los eventos de este tipo más recientes es el volcán Tambora, en la remota isla indonesia de Sumbawa, una de las islas menores de Sonda. El Tambora entró en erupción en 1815 propiciando que aquel verano no hubiera verano. Su erupción eyectó toneladas de material a la atmósfera (unos 150 millones de toneladas de finas partículas de polvo fueron escupidas a alturas que superaban los 15 kilómetros), en el equivalente explosivo a 60 000 bombas como la de Hiroshima.
En un tiempo donde no existía el teléfono o internet, los habitantes de países como Inglaterra nada sabían de aquella catástrofe, solo de sus efectos colaterales: una ceniza humeante, polvo y arenilla que cubrieron toda la atmósfera terrestre creando una especie de manta negra y sepulcral que asfixió el mundo. Los cielos se oscurecieron, las temperaturas cayeron en picado, los campos de cultivo no prosperaron, originando hambrunas.
Para muchos fue un castigo divino. Porque nadie sabía entonces que todo aquello lo había provocado un simple volcán del que ni siquiera tenían conocimiento. El polímata Benjamin Franklin, de hecho, fue el primero en sugerir la relación existente entre las erupciones volcánicas y el clima allá por el siglo XVIII.
Los volcanes como el Tambora son capaces de cambiar los cielos hasta el punto de influir en una nueva corriente artística, así que podéis imaginaros que no fue el Tambora el único volcán que inspiró a los pintores y escritores de medio mundo: la erupción del volcán indonesio Krakatoa en 1883, medio siglo después que el Tambora, pudo oírse a más de 6.000 kilómetros de distancia, y lanzó la ceniza a unos 80 kilómetros de altura, provocando que durante meses los cielos del mundo adquirieran también extrañas tonalidades. Esto condujo, a su vez, a que diversos pintores los plasmarlas en sus lienzos. El caso más célebre fue el de Edvard Munch y su obra El grito. Otros cuadros donde también distinguimos pistas de los efectos secundarios del Krakatoa son las pinturas del cielo de Londres de William Ashcroft o Atardecer sobre el hielo de Frederic Church.
Volcán Cumbre Vieja: un evento que forma parte del sistema
Leer de corrido algunas de las consecuencias de la erupción de volcanes en tiempos recientes nos permite, además de desencajar la mandíbula, el analizar con cierta perspectiva más desapasionada lo que está sucediendo en La Palma y en las islas canarias a rebufo de la erupción del Cumbre Vieja.
La actividad volcánica ha estado asociada a Canarias desde largo tiempo. La eyección de magma modeló el archipiélago canario hace 20 millones de años. Cristóbal Colón, de hecho, fue uno de los primeros en dejar constancia escrita de los volcanes de Canarias al registrar en su diario de a bordo el avistamiento de una erupción cuando navegaba frente a las costas de Tenerife en 1492. Esto es así porque el archipiélago está justo encima de un punto caliente (los límites de las placas tectónicas) sobre la placa continental africana, así que un depósito de magma a muy alta temperatura está continuamente buscando la forma de emerger a la superficie.
Es así como nacieron todas sus islas, que son en realidad enormes volcanes: fueron escupidas de las entrañas del planeta. Del mismo modo, las islas más viejas, como Fuerteventura y Lanzarote, están desapareciendo por la erosión y algún día acabarán por ser devoradas por océano Atlántico. Las islas Canarias existen por y para los volcanes. Es un fenómeno a la vez destructivo y creador. Es el mismo tipo de vulcanismo que creó el archipiélago de Hawái. O Islandia, la entrada por la que Julio Verne aspiraba a descubrir todos los secretos del interior de nuestro mundo.
Sí que es cierto que la reciente erupción del Cumbre Vieja, una imponente cordillera punteada por casi treinta cráteres que se extiende al sur de la isla de La Palma, se encuentra entre las más destructivas de la historia de España. Pero no es la primera vez, ni será la última, que aquí se produce actividad volcánica. Tampoco es la primera vez que las lenguas de lava acaban llegando al mar, ampliando la superficie de la isla, tal y como por ejeplo sucedió ya en 1949.
Los análisis de las primeras muestras de la lava de estos días, realizadas por el departamento mineralogía y petrología de la Facultad de Ciencias Geológicas de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), revelan que de hecho esta es muy similar a la de otras erupciones históricas en la isla. También sabemos gracias a estos análisis que la lava procede del manto (capa intermedia entre el núcleo y la corteza terrestres) debido a la composición de la misma: la mitad de ella es vidrio volcánico, pero en las muestras analizadas también hay cristales de piroxeno, anfibol, olivino, óxidos de hierro o titanio.
La lava que brota de la erupción del volcán Cumbre Vieja desde el 19 de septiembre ya ha afectado más de 420 hectáreas en La Palma, y los datos apuntan a que el final de la erupción del volcán no está próximo. Si bien resulta difícil de predecir, los expertos estiman que la erupción podría alargarse entre 24 y 84 días, con una media de 55 días de duración, según los cálculos del instituto Volcanológico de Canarias.
Pero también cabe tener presente la historia vulcanológica de nuestro mundo con cierta perspectiva, y recordar que esa lava es también la materia prima que ha forjado, erupción tras erupción, nuevas regiones de fértiles para una isla marcada con el sello del dios mitológico romano Vulcano. Tenemos que aprender a convivir con él, para lo bueno y lo malo, tal y como sucede con otros tantos fenómenos naturales.
Sergio Parra
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Primera noticia de que la explosión del Krakatoa inspiró una de mis obras preferidas de la pintura universal: el Grito de Munch. Creí que el genial artista había logrado plasmar la desesperación y el terror totales, pero no sabía qué se lo había modelado.