The Beatles nunca estuvieron allí y otras curiosidades de Jerez de la Frontera

El día 1 de julio de 1965, la archiconocida banda The Beatles pisó España por primera vez. Todo un hito, porque en el régimen franquista no era muy habitual los conciertos de grupos extranjeros en el país, pero a esas alturas del siglo XX el gobierno empezaba a proyectar una imagen aperturista de cara al mercado internacional. De hecho, el ministro de Información y Turismo, que por aquel entonces era Manuel Fraga, ya había comenzado a impulsar su plan para convertir la costa nacional en un destino de sol y playa.

El caso es que el grupo llegó para dar dos conciertos, uno en la capital y otro en Barcelona, pero antes de salir al escenario y que miles de fans se volviesen locas al ver a sus ídolos (gritaban tanto que casi ni se escuchaba a la banda. Hay que tener en cuenta también que los equipos de sonido no eran los que Paul McCartney lleva ahora en sus giras) pasaron por una recepción en el hotel Fénix de Madrid. Y ese fue el origen de la falsa leyenda que asegura que The Beatles estuvieron en Jerez de la Frontera.

El evento estaba orquestado por dos hombres con apellidos más que conocidos en el país. Uno de ellos era Miguel Primo de Rivera y Urquijo, alcalde de Jérez y el otro Beltrán Domecq, consejero delegado de la empresa Williams & Humbert: aquella era la oportunidad perfecta para promocionar el vino de Jerez a nivel internacional y, de paso, la ciudad andaluza porque nunca está de más.

Los cuatro de Liverpool, que se habían bajado del avión con monteras a modo de sombrero, se vieron metidos en una velada más folclórica aún. Primero dieron una rueda de prensa y después participaron en una cata de vino de Jerez, vieron a las míticas hermanas Hurtado (las del Un, dos, tres, sí) vestidas de flamencas, escucharon un discurso de Miguel Primo de Rivera y firmaron en unas botas que muy adecuadamente se habían dispuesto por la sala. Cuatro de ellas estaban destinadas a ser el lienzo de la rúbrica de cada miembro del grupo.

Esas botas acabaron en la bodega Williams Humbert (no sin antes sufrir algunos contratiempos como el extravío de dos de ellas). Y las fotos de The Beatles probando el vino, firmando en los barriles e imitando los movimientos flamencos de las ‘bailaoras’ que se publicaron alentaron la fábula de que los ingleses habían pasado por la ciudad de la provincia de Cádiz, algo que nunca sucedió. Lo que tampoco importa demasiado, porque el objetivo se cumplió: visibilizar los caldos. Además, la explicación de la falsedad de la leyenda ha acabado siendo una historia en sí misma.

Quién sí pasó, aunque nadie lo recuerde, fue el famoso fotógrafo Helmut Newton para hacer un reportaje de moda para la la AFD (Associated Fashion Designers) precisamente en 1965. Solo la revista Triunfo informó de la estancia del artista en Jerez. Estaba firmada por la Agencia Zardoya (ni la publicación ni la agencia siguen abiertas)  e incluía imágenes del fotógrafo: modelos con ropa ye-yé posando delante de La Colegiata o en una vespa en una calle cualquiera.

Ese mismo año y no se sabe si por pura casualidad, inspiración o por aprovechar el viaje, el fotógrafo publicó en la revista Vogue –edición británica– un reportaje de fotos de moda titulado Spain. Pero en ninguna de ellas se identifica el lugar en el que se dispararon, así que puede que ni siquiera estuviesen hechas en el país (los decorados artificiales se inventaron para este tipo de cosas).

Newton volvió a España años después –que se sepa– para retratar a Salvador Dalí en su casa de Figueras. Fue en 1986 para la revista Vanity Fair y el pintor declaró que estaba listo para Newton, porque si había ido a fotografiarle es porque sabía que iba a morir. Puede ser, pero tardó tres años más en hacerlo, así que el fotógrafo había ido con tiempo de sobra. Tenía razón en una cosa: posar para el artista alemán era una experiencia culmen en la vida.

Los ratones, auténticas celebridades

Por muchos famosos que hayan estampado sus firmas en los barriles de las diferentes bodegas de Jerez, hay unas celebridades locales que despiertan mucho más interés. No por su belleza o su talento, sino por puro asombro: son ratones aficionados al bebercio que tienen barra libre en las bodegas de Tío Pepe.

No es que los roedores estén nadando en el líquido de los barriles, sino que tienen su propio bar montado. En algunos puntos del suelo de lo que fue la bodega La Constancia, se puede ver una copita –catavino, para los entendidos– llena de González Byass Solera 1847 con una escalerita apoyada y al lado un recipiente también en miniatura con migas de pan. Hay que llenar el estómago si se va a beber.

Esta tradición la comenzó Pepe Gálvez, un antiguo capataz de la bodega que desarrolló su labor durante la primera mitad del siglo XX. Mientras trabajaba, observó que los ratones se acercaban a los charquitos de vino y bebían. Después, intentaban volver a sus guaridas pero iban un poco desorientados porque estaban, básicamente, borrachos. 

A Gálvez le encantaba ver a los ratones y además del vino les fue poniendo cositas para comer. El asunto fue ganando fama y se convirtió en un gran reclamo para la bodega. En un principio a los dueños no les gustó demasiado la idea, pero los chiringuitos para los ratones siguen instalados y los visitantes siempre intentan verlos tomarse su piscolabis. No siempre hay suerte, porque los roedores no tienen ganas de salir todo el rato. Puede que estén de resaca después de la fiesta del día anterior: no es tan fácil dedicarse a la farándula.