Estar distraído y desconectar, incluso aburrirse, es una condición sine qua non para alimentar nuestra creatividad. Estar ocupado todo el rato, no tanto. Así que no debemos conceptuar a las personas como criaturas peterpanescas que siempre andan en la Luna o como realistas y concentradas en el mundo real. Hay que saber bascular entre los dos extremos.
Concretamente, ser capaz de cambiar entre la concentración y el soñar despierto es una habilidad importante que se ve reducida por el ajetreo constante, según revela un reciente estudio al respecto.
Creatividad
Como escribe Emma Seppälä, de Stanford, autora principal del estudio citado:
“La idea es equilibrar el pensamiento lineal, que requiere un enfoque intenso, con el pensamiento creativo, que surge de la ociosidad. Cambiar entre los dos modos parece ser la forma óptima de hacer un buen trabajo inventivo.”
Seppälä no es la primera en señalar este efoque. El neurocientífico Daniel Levitin propuso una idea similar en su libro de 2014 The Organized Mind, aduciendo que la sobrecarga de información nos mantiene sumidos en un ruido ensordecedor.
En 2011, según explica en el libro, los estadounidenses consumieron cinco veces más información que 25 años antes. Fuera del trabajo procesamos unas 100.000 palabras todos los días. Toda esa sobrecarga satura algunos de nuestros procesos cognitivos. Los asfixia.
Esta sobrecarga cognitiva no solo esquilma la fuerza de voluntad (de la que tenemos una reserva limitada) sino también la creatividad, porque los artistas, por ejemplo, se caracterizan por recontextualizar la realidad y ofrecer visiones que antes eran invisibles.
La creatividad activa directamente el modo de ensueño del cerebro y estimula el libre flujo y la asociación de ideas, forjando vínculos entre conceptos y modos neuronales que de otro modo no se podrían establecer. Esta libertad se logra, precisamente, cuando no hay un ruido constante ahogando cualquier nota discordante, como si fuera un enorme ventilador emitiendo ruido blanco.
Invocar la creatividad, además, requiere presionar el botón de reset, lo que significa tener tiempo para descansar, meditar o dejar volar la mirada hacia el vacío. Esta actividad resulta difícil cuando en cada momento libre del que disponemos, en el trabajo, en un semáforo en rojo, donde sea, se busca afanosamente el teléfono móvil para distraerte un rato, porque no toleras el aburrimiento.
El sistema de atención del cerebro, de este modo, se acostumbra a la estimulación constante: te pones ansioso e irritable cuando no tienes esa información. Eres adicto al ajetreo, como alguien que madruga mucho lo puede ser de la cafeína.
Reducir el ruido y el barullo, pues, es importante porque de ese modo uno puede captar mejor la información relevante. Y como ha sugerido un reciente estudio, publicado en Journal of Research in Personality, todos nosotros estamos continuamente filtrando la información que nos llega a los sentidos, pero son precisamente las personas abiertas de mente quienes parecen tener una puerta más flexible y dejan pasar más información que la persona promedio, lo que a su vez las convierte en personas más creativas.
Descubrimientos imprevistos
Esta dinámica de ajetreo constante, pues, no solo compromete la calidad de vida, sino también la creatividad. Como señala Seppälä, muchas de las mentes más importantes de la historia han llevado a cabo descubrimientos importantes sin hacer mucho más que dejar vagar la mente.
Nikola Tesla tuvo una idea de la rotación de campos magnéticos en un paseo por Budapest; a Albert Einstein le gustaba relajarse y escuchar a Mozart en los descansos de las intensas sesiones de pensamiento. Pierre Laplace también realizó uno de sus grandes descubrimientos mientras paseaba, en vez de trabajando obsesivamente (como solía hacer).
La serendipia, el descubrimiento azaroso, surge cuando el científico está haciendo otra cosa que poco o nada tiene que ver con el propio descubrimiento. Y muchos de los grandes hallazgos de la historia de la ciencia, los que requieren mayores dosis de creatividad, son fruto de la serendipia.
Pero ¿cómo desconectar en un momento en que los jefes, compañeros y amigos exigen conexión continua a través de internet? Seppälä propone cuatro sugerencias:
- Hacer una caminata larga, sin el teléfono, como parte de la rutina diaria. Durante la caminata simplemente hay que dejarse llevar por los estímulos entrantes.
- Salir de la zona de confort, es decir, variar de ámbitos o contextos sociales, probar nuevas aficiones, introducirte en nuevos círculos de amigos, acudir a citas que quizá no apetecen en un primer momento.
- Dedicar más tiempo a la diversión y los juegos. No hay que sentirse culpable por jugar o por parecer holgazán. Nuestro cerebro necesita descansar. Y también necesita el ocio.
- Alternar entre hacer un trabajo enfocado y actividades que sean menos exigentes intelectualmente. La capacidad de nuestro cerebro a la hora de concentrarse es limitada: si nos excedemos, nos agotaremos rápido.
Y quizás un poco de alcohol. Sí, con moderación, por supuesto. Beber alcohol en dosis no recomendadas provoca que seamos torpes, tanto en nuestros pensamientos como en nuestros movimientos, pero ingerido en dosis moderadas podría afinar nuestra creatividad para resolver problemas, como sugiere Jennifer Wiley y sus colegas de la Universidad de Illinois, en un estudio publicado en la revista Consciousness and Cognition.
El estudio se basa en dos experimentos que señalan la misma conclusión: que las personas ligeramente ebrias (con un 0,8 por ciento de alcohol en sangre) detectan con el mismo nivel de acierto que los sobrios las variaciones en dos versiones de una película prácticamente idénticas en las que solo había un pequeño cambio, pero que los que habían bebido respondían mucho más rápido.
El examen consistía en que debían ver la película Ratatouille para luego hacer una prueba de asociación de palabras. Con todo, el tamaño muestral no resulta muy representativo, y el alcohol es un tóxico (incluso cuando se trata de tomar una única copa de vino tinto), así que antes de llegar al límite de tener que intoxicarnos, quizá deberíamos sencillamente desintoxicarnos del ajetreo diario, smartphone incluido.
Sergio Parra
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