El esplendor de la sierra de Gerês: de Montalegre a Ponte da Barca (Portugal)
Escrito por
07.07.2020
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9min. de lectura
Las cimas agrestes de la sierra de Gerês tienen un hueco reservado en el Parque Nacional da Peneda-Gerês. Agua, peñascos, bosques y costumbres ancestrales, donde los ganados incluso campan a sus anchas por las aldeas y proporcionan un recuerdo inolvidable. Incluso se puede andar por los restos de la vía romana que va desde Campo do Gerês a Mata da Albergaria, recordando los tiempos de las legiones y parando en los marcos “miliários”, a la sombra de una densa vegetación.
Aunque un amigo me había hablado de la “belleza indescriptible” que rodea a la sierra de Gerês, no podía hacerme una idea exacta hasta que no lo comprobé in situ. Y la primera prueba la tuve conforme me acercaba a Montalegre a través de la N 308, cuando aprecias cómo la torre del homenaje de su castillo medieval se levanta insolente por encima de la villa. Es una imagen que nos hace viajar en el tiempo y recrear, aunque sea imaginariamente, tiempos bélicos del pasado.
Se trata de la segunda sierra en elevación en Portugal. Lindando con Galicia en el Pico da Nevosa, a más de 1.500 metros de altitud, podemos sentirnos con un pie en España y otro en el país vecino. El Parque Nacional de Serra de Gerês, único de esta clase en el país, es un dechado de virtudes naturales pintadas en verde y azul. Sus continuos arroyos y cascadas, la abundancia de cursos fluviales como el del Lima, el Laboreiro y el Cávado, entre otros, así como embalses como el del Alto Rabagao, el de Paradela, el de Lindoso o el de Vilarinho da Furnas, nos ofrecen múltiples oportunidades para una nueva parada en una ruta con mucho que morder.
Rondamos los mil metros de altitud. Las cimas de la sierra de Gerês se divisan a lo lejos, dando un toque singular a la zona. Nuestro primer destino desde Montalegre es la cercana aldea de Cha, a la que se accede por una carretera local. Tan sencillo como obligado, Cha es un destino obligatorio por su iglesia de San Vicente, con traza románica pero con decoración neoclásica, y por el pantano de Alto Rabagao, cita para los amantes de los deportes náuticos.
El campanario de la iglesia románica haría las delicias de un Edgar Allan Poe portugués. Al ser independiente de la iglesia (un rasgo sin duda extraño) funciona como un mirador contiguo a la iglesia que nos permite acceder a vistas panorámicas excelentes. Dentro, la decoración neoclásica también genera un contraste poco habitual con el exterior. En el pueblo, todo es piedra y teja naranja. Silencio y aire de montaña en un pueblo de aire medieval. En verano, alejada la estación de lluvias, el embalse nos permite remojar el ánimo en las aguas del Rabagao. Casi 20 kilómetros de largo en una de las mayores reservas de agua de todo el país, y lugar de encuentro frecuente de pescadores de carpa y trucha.
Una vez que hemos disfrutado de la mezcla de arte y naturaleza en Cha, llega la hora de emprender camino de vuelta a Montalegre para adentrarnos ya en la sierra de Gerês. En la carretera N 308 se empiezan a suceder las curvas, llegamos al pantano de Alto Cávado y giramos hacia la derecha, al llegar a Covelaes, con dirección a Pitoes das Júnias, una aldea casi fronteriza donde está el monasterio cisterciense de Santa María das Júnias.
La freguesía de Pitões das Júnias, de poco más de 200 habitantes, es un buen lugar de los muchos de la sierra para disfrutar del silencio y la montaña. En un ambiente rural lindando con Galicia, todo está relacionado con el monasterio, verdadera causa de la fundación de la aldea. Aquí, los restos de un pasado lejano se manifiestan en las choupanas, cabañas con techo de paja que nos hablan de otro modo de vida anterior al nuestro.
Las crónicas hablan de un origen cercano al siglo IX y aunque el paso del tiempo se nota, entre sus ruinas emergen con gallardía el pórtico románico y varias arcadas del claustro. La cascada del pueblo es la última parada antes de decir adiós a Pitões das Júnias.
Volvemos otra vez a la N 308, descendiendo en paralelo al curso del río Cávado y dejando atrás pequeñas aldeas que se enclavan en los valles de la sierra de Gerês. Son lugares únicos: con sus construcciones de piedra y con el ganado suelto por las calles, los cultivos en las laderas de los montes y sus gentes de hablar pausado.
En Cabril dejamos la N 308-4, aunque su curso se prolonga con una carretera secundaria que pasa por Fafiao, aldea donde aún se conservan las dos paredes que servían de trampa para cazar a los lobos. Hay rutas por el cañón accesibles para caminantes urbanitas. La naturaleza de la sierra empieza ya a estar a nuestro alcance. Nuestro compañero de viaje durante los siguientes diez kilómetros, sin embargo, es el embalse de Salamonde, hasta que llegamos al cruce donde está el desvío a Caldas do Gerês.
Este pueblo en el valle nos da la llave para muchos de los lugares más importantes del parque nacional. El bosque de Albergaria nos permite acceder a un paisaje de cuento de hadas agreste donde el verdor y la frescura son protagonistas. Esta reserva botánica de robles alimentada por el abundante curso del Gerês ofrece el contrapunto perfecto en este paraíso rural. La cascada de Leonte justifica por sí sola el resto del viaje.
Caldas do Gerês es un balneario muy conocido en todo el país. El edificio rehabilitado cerca del parque nos sirve de parada necesaria ante todo lo que viene tras Gerês. El restaurante, el perfecto escenario para una de nuestras (esperemos que abundantes) tomas de contacto con la gastronomía portuguesa. Después de relajarnos con sus tratamientos, masajes, bañeras de burbujas o simplemente frenando aún más el ritmo en sus habitaciones, consagrándonos a la lectura de un buen libro, conviene también subir hasta el paso fronterizo de Portela do Homem, una popular cascada natural a un lago de agua turquesa y fondo de piedra perfectamente visible a la que se accede a pie a través de un puente y por una ruta agreste que, sin embargo, es en sí misma una experiencia. Allí podemos bañarnos en la poza si el tiempo acompaña y la masiva afluencia de turistas lo permite.
De vuelta a Caldas, tomamos ahora la revirada carretera de montaña que va hasta Campo do Gerês, pasando también por el mirador de Pedra Bela. Esta aldea ubicada en la carretera vive del pastoreo y es el punto de partida ideal para muchas rutas a pie por la montaña. Los senderos están habilitados para turistas como el Trilho da Cidade de Calcedónia o el de dos Currais, dos rutas de entre 7 y 10 kilómetros que discurren por sendas de pinos y alcornoques con increíbles vistas a la sierra.
En lo que respecta a Pedra Bela, se trata de un mirador al que se accede dando un paseo desde el pueblo, tras una subida con curvas. Tanto los turistas ocasionales como los habituales de la zona aprovechan el lugar para hacer picnic, por lo que no suele ser un lugar precisamente deshabitado. No extraña: incluso si hace malo, las vistas a todo el valle a 800 metros sobre el nivel del mar, y el embalse de Caniçada, que aparece ante nosotros en toda su extensión, merecen el pequeño esfuerzo.
Como en anteriores ocasiones, el Cristo del Crucero, que en realidad es un marco “miliario” que marcaba la milla de la vía romana que iba de Braga a Astorga, nos da su protección y la bienvenida al llegar a Campo do Gerês. La iglesia está muy bien acondicionada, un cuadrado perfecto de piedra blancuzca. Dentro, Nuestra Señora del Rosario nos indica el camino que nos lleva al final de nuestra ruta.
El camino de la sierra de Gerês se acaba, pero antes de dejarla marchar conviene ascender por la carretera que va hacia Carvalheira, al santuario de Bom Jesús das Mós, desde donde hay unas espléndidas vistas de la sierra, alternándose el verde y el azul. Las curvas de la N 307 nos lleva hasta Terras de Bouro, donde nos espera el templo de Sao Bento da Porta Aberta, una iglesia de estilo menos tradicional de lo habitual, con zona para comer y un gran hotel muy cerca, y que a menudo sirve de escenario a mercados al aire libre donde relajar la mente y excitar el bolsillo.
Si estamos en plan más campero, el parque Cerdeira es la perfecta opción para seguir paseando un poco más por la montaña. Si vamos con niños (pequeños o grandes) quizá el Water Park Gerês sea adecuado para bañarse, saltar al agua en esta playa de río llena de flotadores y, quizá, cerrar nuestra ruta con una nota distinta.
Si tanta naturaleza no empacha… lo mejor es seguir hacia el este. La carreteritas CM 1149 y CM 1348 son casi un juego de tiralíneas para seguir por el corazón del parque natural. Llegar a pueblecitos como Entre Ambos os Rios dice mucho del valor de los topónimos en la zona. Arroyos, río, garganta o pantano marca un paisaje diferente que siempre sorprende. Las aldeas quedan como tesoros de la arquitectura popular, aunque no faltan algún que otro destrozo. La terraza del restaurante Vai à Fava (Tlf: +351 258 027 769) en Ponte da Barca debe ser el final de este recorrido. ¿Por qué? El sitio lo dice todo.
Pedro Madera
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