La cuenca del Támega es una de las menos conocidas y, sin embargo, su fama es inversamente proporcional a los placeres que regala a quien se anima a descubrirlo. Este gallego de nacimiento, que emana en Alberguería, en Laza, es para muchos algo más que un afluente del Duero, al que va a desembocar. De sus 145 kilómetros, 95 discurren por territorio portugués, forjando a su paso todo un laberinto de caminos, carreteras y alguna autovía que invitan a conocer los maravillosos pueblos, puentes y sierras que crecen en paralelo a su cauce. Bailémosle el agua.
Con Oporto como punto de partida, podemos tomar la A-42 destino a Borba de Godim, pasando por Lordelo, Lousada y Maciera da Lixa. Un alto en Entre-os-Rios, donde Duero y Támega se funden a la portuguesa, es obligatorio. Desde la terraza del restaurante Ponte de Pedra podemos disfrutar de una vista espectacular y unas raciones generosas mientras curioseamos el mapa pensando en lo que nos espera.
La siguiente parada no admite discusión: Amarante, una joya casi escondida en el norte de Portugal. La lista de encantos de esta localidad, que parece sacada de un cuento de hadas, es tan amplia como la riqueza cultural e histórica que encierran sus callejuelas de aire renacentista.
La naturaleza es otro gran atractivo del lugar, con un protagonista obvio: el Támega. A su paso, el puente de Sao Gonçalo, uno de los tesoros arquitectónicos de la villa, se ha convertido en emblema de la ciudad y ofrece una panorámica de película que nos permite observar cómo las hermosas casas señoriales se levantan casi desde la misma orilla. Próximos a él, se erigen la iglesia y el monasterio del mismo nombre, fundados por el sacerdote homónimo que luego se convirtió en patrón de Amarante. Hoy, los fieles acuden a él, según manda la tradición, a pedir matrimonio e hijos.
Estamos en el sitio perfecto para olvidar el reloj y pasear dejándonos sorprender por la tranquilidad y la belleza singular del centro de la ciudad, donde los balcones de madera colmados de flores saldrán a nuestro paso. Cada rincón promete la foto perfecta que inmortalice el recuerdo. A los platos fuertes de nuestra visita habrá que añadir las iglesias de Sao Domingos y Sao Pedro, el solar dos Magalhaes o el museo del pintor cubista Amadeo de Souza-Cardoso, precursor del modernismo portugués.
Por supuesto, también hay oportunidad de darse algún que otro capricho gastronómico. Comer en un estrella Michelín a precio razonable es posible en El Largo de Paco. El laboratorio culinario de uno de los chefs más valorados del país, Toni Bonito. Mientras, los más golosos tienen, a pie de puente, la confitería Da Ponte, donde poder degustar la mejor repostería casera de la ciudad. Su especialidad: los dulces de convento. Estamos en tierra de buen vino y mejor aceite y eso se nota.
Si, además, somos aficionados a la botánica o a los espacios naturales, otra recomendación que merece la pena es el parque forestal, en pleno corazón de Amarante. Cinco hectáreas con gran diversidad de especies para quienes quieran desconectar del asfalto sin moverse de la ciudad. Otra opción es caminar o montar en bicicleta por la senda Linha do Támega, una pista de senderismo y ciclismo en la que deleitarse con el patrimonio natural de este idílico municipio.
Accediendo a la CM1193, será fácil visitar Teloes, una freguesía del concejo de Amarante. Allí nos aguarda una espléndida iglesia románica, la de Santo André, que no debemos olvidar. Pero si escogemos la N15, también encontraremos un magnífico tesoro de esta corriente: un templo fundado por los canónigos de la Regla de San Agustín a finales del siglo XII. Como se advertía, el arte está presente en todo nuestro itinerario y no podemos sino dar las gracias.
Un poco más al sur se encuentra Mancelos, otra localidad sin desperdicio. Su imponente monasterio, que en su día alojó a una comunidad de cartujos de la orden San Agustín, es un reconocido punto de interés público. Posteriormente, fue a parar a los monjes dominicos de Gonçalo de Amarante. Se trata de una zona histórica en cuyos alrededores, en concreto en la localidad de Manhufe, se libraría una importante batalla durante la invasión napoleónica en 1809.
En nuestro camino hacia el norte, hay que dirigirse hacia Celorico de Basto en un trayecto que discurre paralelo al río, disfrutando del paisaje. Llegaremos en unos minutos a esta localidad en la que reina el granito. Estamos ya en el distrito de Braga, y desde aquí comienzan unas vistas espectaculares si seguimos el trazado del relieve por el valle que se abre paso entre las sierras. Aparcaremos las prisas para disfrutar de un entorno con pocos rivales a su nivel.
Nuestra siguiente parada debe ser Mondim de Basto, en el distrito de Vila Real. Este precioso pueblo de puentes romanos y casas blasonadas conquista de inmediato a los viajeros que se adentran en sus calles. Si queremos unas vistas de altura, la subida a la capilla de Nossa Senhora da Graça es innegociable; no creerás lo que depara este pequeño santuario a casi mil metros sobre el nivel del mar.
Para cerrar la jornada, seguiremos conduciendo a través de un asombroso paisaje entre aldeas, saltos de agua y bosques hasta llegar a Ribeira de Pena, uno de los grandes escenarios del vino verde. Allí nos esperan unas espectaculares vistas de todo el valle del Támega, la razón de nuestro viaje.
Hacia el norte, el río se vuelve más salvaje y anárquico, como si renegase de los grandes núcleos de población. Hay que llegar a Chaves, la ciudad del agua (Aquae Fluviae para los romanos), para volver a poner cierto orden. Por delante, entonces, queda perderse en uno de los pueblos más bonitos del norte de Portugal, a solo 10 kilómetros de España.
El descubrimiento de sus termas romanas, de las mejor conservadas del mundo, fue fruto de la casualidad. Visitarlas será imprescindible, pero si queremos probar de primera mano las bondades del agua de la región, tendremos que dirigir nuestros pasos a la estación termal de Chaves (Chaves Termas & Spa), donde podremos pensar nuestro próximo viaje.
Pero el encanto de Chaves no acaba aquí. El viejo puente romano, hoy peatonal, une las dos partes en que se divide la ciudad y es uno de los enclaves con más vida de la localidad. Todo el casco viejo, por su parte, es una hermosa locura de desorden y colores: verde, azul, rojo… Todos los tonos se mezclan con los edificios de piedra que atestiguan un pasado lustroso.
En la plaza del Camoes confluyen varios edificios de interés: el palacete de los Paços de Concelgo, (actual ayuntamiento) y el Paço dos Duques de Braganza, que hoy alberga un museo. Además, también están las iglesias de Santa María Maior y la Misericordia. Tampoco podemos dejar Chaves sin asomarnos a su castillo medieval, desde el que gozar de una de las mejores vistas de la vega del Támega, o los fuertes de Sao Francisco y Sao Neutel.
Pedro Madera
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