Érase una vez un pueblo de un solo hombre
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05.05.2020
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Palabras como “confinamiento” y “aislamiento social” entraron en el vocabulario de nuestra vida diaria debido a la crisis de la Covid-19. Pero, para Fernando Gonçalves, el único habitante permanente de Vale de Poldros (al norte de Portugal), estas palabras no son nuevas. Desde 2004, Fernando vive solo en este pueblo abandonado del municipio de Monção, también conocido como “el pueblo de los hobbits”, ya que parece haber surgido de un escenario de El Señor de los Anillos.
“La gente llama a esto pueblo, pero esto nunca ha sido un pueblo”, aclara Fernando. “Val de Poldros es una ‘branda’”, explica. ¿Pero qué son las ‘brandas’? Las ‘brandas’ son viviendas de verano típicas de las montañas Soajo y Peneda-Gerês. Es decir, durante los meses cálidos la gente se muda de sus hogares de invierno a las áreas más altas de la montaña, donde abundan los pastos fértiles para alimentar al ganado.
Al final del verano o principios del otoño, dejan las ‘brandas’ y bajan al ‘inverneira’, donde permanecen hasta marzo, cuando vuelven a la ‘branda’ para plantar el centeno y dejar pastar el ganado. Con el abandono de las actividades agrícolas y ganaderas, las ‘brandas’ perdieron importancia y, por lo tanto, prácticamente han sido abandonadas o se han convertido en segundas residencias vacacionales. La Branda de Santo António de Vale de Poldros es una de las 10 ‘brandas’ que existen en la región del Alto Minho que fue castigada por el tiempo y la despoblación, pero que mantuvo la belleza única de su paisaje.
“Era un lugar emblemático y es un lugar muy bonito”, dice Fernando. A pesar de haber nacido en el pueblo de Riba de Mouro, a 11 kilómetros de Vale de Poldros, cuando decidió regresar a Portugal, después de pasar 17 años como emigrante en Andorra, Fernando Gonçalves no tenía dudas sobre el lugar donde quería vivir y abrir su restaurante.
El restaurante para combatir la soledad
El Restaurante Val de Poldros, que abrió hace 16 años, ayuda a superar la soledad, aunque por ahora las puertas deben permanecer cerradas debido a la pandemia. Por lo tanto, Fernando Gonçalves ahora se siente más solo que nunca. “Cuando [el restaurante] está abierto, siempre hay gente para comer al mediodía”, dice. “Quizás venga mi empleado a ayudarme más tarde. Ayer fui a buscar leña. Tengo animales, unas ovejas y unos caballos para entretenerme”, añade.
Fernando pasa su tiempo entre los animales y la cocina, esperando que lleguen mejores días y que pueda recibir a sus clientes nuevamente. “Durante la semana tengo cuatro o cinco clientes, los fines de semana generalmente tenemos muchos”, explica. Fernando confiesa que tiene algunos clientes fijos que ya se han hecho amigos. Vienen de la vecina Galicia, Oporto e incluso Lisboa buscando la especialidad de la casa: costillas a la parrilla sobre brasas. “También vendo muchas costillas de ‘cachena’, que es ternera de aquí, cabrito, bacalao y también hago cordero al que llaman ‘a foda à Monção’, pero esto es solo a pedido, porque está hecho en horno de leña”, señala.
A pesar de no tener muchos clientes, especialmente en invierno, lo que realmente frustra a Fernando Gonçalves es la falta de mano de obra disponible. “No es fácil encontrar personas para trabajar”, dice. “¿Cuántas veces cerré la puerta porque estaba nervioso, molesto y a menudo ponía a los clientes a pelar las patatas?”, dice.
Pero desde que Kelson Boa Esperança empezó a trabajar en el restaurante las cosas han mejorado. “Estoy muy contento con el chico que tengo. Él es de Santo Tomé [y Principe] y vino aquí para estudiar. Vive en Portugal desde hace cinco años. A veces también viene a ayudar a su madre”, explica. La amistad entre los dos ya ha llevado a Fernando a cruzar el océano para conocer las raíces de Kelson. “Me gustó, pero es otro mundo”, dice entre risas. Sin embargo, aprovechó para llevar algo de la cocina de Santo Tomé a su propia cocina del Minho. “He traído picante que compré en el mercado local”, cuenta.
Un chef autodidacta
El anfitrión de Vale de Poldros no siempre tuvo mano para la cocina. “De la cocina sólo me gustaba comer”, confiesa. El sueño de Fernando era ser mecánico de motocicletas, pero a los 18 años emigró a Andorra para escapar del servicio militar obligatorio. Allí trabajó en una granja de animales, en la construcción e incluso en un supermercado. A los 35 años decidió regresar a sus orígenes y abrir un restaurante. Le pareció la excusa perfecta para volver.
“Cuando volví pensé en contratar cocineros, pero no era posible. Y como no había tanta gente intenté aprender”, explica. “Hago carne a la parrilla y eso ya sabía cómo hacerlo”, continúa. “Empecé a mirar vídeos, me gustaba mucho ver programas de cocina en la televisión. Tuve que perfeccionar y ver lo que les gusta a los clientes”, concluye.
A pesar de que le gusta la ciudad, Fernando garantiza que no extraña su vida en ella. “No tenemos grandes problemas aquí, es más relajado”, dice. Sin embargo, Fernando Gonçalves cuenta que disfruta del contacto con la gente y de hablar. “Conozco gente que viene de lejos que es de lo más agradable. Si la comida es buena, la gente siempre está agradecida”.
Al único habitante de Vale de Poldros le gustaría que su pueblo estuviera mejor conservado y tuviera más visitantes. Aunque no apoya el turismo masivo que ya está llegando a los pueblos vecinos, como Sistelo. En su pequeño pueblo, Fernando quiere recibir buena gente que aprecie la belleza natural, sin dañar nada. En cuanto a la comida, Fernando asegura que nunca faltará. En cualquier momento, siempre habrá algo para poner sobre la mesa a quien vaya a visitar Vale de Poldros.
Ângela Coelho
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