Gastronomía de carretera: 6 paradas en las que comprar productos típicos de España
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17.03.2020
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Los viajes largos por carretera han mejorado mucho desde que la familia española media descubrió el turismo. En los años 60 no había aire acondicionado en el coche, ni ‘tablets’ para entretener a los niños o asientos ligeramente anatómicos. Las ventanillas se bajaban girando una manivela, se cantaban canciones y las espaldas sufrían, así que parar por el camino era más que necesario. Como consecuencia, los bares de carretera empezaron a ofertar productos típicos de la zona para llevar de recuerdo, el paso previo a las áreas de servicio con tienda incorporada.
Aunque ahora los trayectos en automóvil son mucho más cómodos, las paradas siguen siendo ineludibles (los coches aún no tienen baño y hay que estirar las piernas). Y ahí siguen esas cajas de souvenirs gastronómicos que no han cambiado su diseño desde que las pusieron a la venta por primera vez, hace décadas. Ni falta que les hace, porque es parte de su encanto tradicional.
Casi en cada área de servicio de la red de carreteras nacional puede encontrarse un producto del lugar que comprar. Tanto para comer (o regalar) a la vuelta, como para comer en el coche y llenarlo todo de migas. Estos son algunos de los más famosos:
1. Los feos de Villalpando (Zamora)
Aquellos y aquellas que hayan viajado alguna vez de Madrid a Asturias por carretera es muy posible que conozcan esta parada, favorita de los conductores de autobús. El paisaje no es que sea una maravilla, pero se puede aprovechar para adquirir una caja de estas pastas de nombre tan poco apetecible.
Pese a su aspecto poco atractivo, los feos son unas pastas de almendra muy ricas. Se llaman así porque su creador, Sinfoniano Burgos, a mitad del siglo XIX se equivocó al elaborar la receta de otro postre y le salió una masa muy fea. Por no tirarla, le dio forma de galleta y acertó. Los originales son los de La Concepción, regentada por los descendientes del inventor del dulce feo.
2. Los Miguelitos de La Roda (Albacete)
Son unos hojaldres rellenos de crema pastelera y cubiertos con azúcar glas. Ahora también se ofertan otras variedades como los de chocolate o los miniguelitos, más pequeños que los clásicos.
Su nombre también esconde una historia detrás, por supuesto. Por lo visto, en los años 60 Manuel Blanco inventó este dulce y se lo dio a probar a su amigo Miguel Ramírez, ‘Miguelito’. Al hombre le gustaron mucho y cada dos por tres pasaba por el establecimiento a abastecerse. Tanto fue que al final acabó dándoles nombre. En 2015, sus productores consiguieron la patente de Miguelitos de la Roda, así que si no son de allí, no son los auténticos.
3. Las corbatas de Unquera (Cantabria)
Un clásico del norte. La localidad que les da apellido está en Cantabria, en la frontera con Asturias. Hacer un alto en el camino, en la cafetería Pindal, para comprar una caja o tomar un café mojando un par de estos dulces es casi obligatorio.
Se trata de un pastelito hecho de hojaldre y con forma de pajarita o corbata. Está cubierto por una capa de almendras y azúcar solidificada (la sociedad se divide en dos grupos: los que se comen la parte de arriba y los que se la quitan) y su sabor más potente es el de la mantequilla. Se dice que su inventor fue Manuel Canal, que en 1951 tuvo la idea de darle esa apariencia a una tira de hojaldre.
Los hermanos Junco empezaron a elaborarlas en 1981 en su obrador del barrio de Las Carmelas, en la misma Unquera, y a venderlas solo en sus establecimientos. En 1997 se mudaron a su emplazamiento actual, en el Cruce de Pechón nº 5, el sitio al que los conductores se desvían a hacer una parada. Aparecer en casa sin una caja de corbatas después de hacer ese trayecto tiene delito.
4. Adoquín del Pilar (Zaragoza)
La imagen de ojos abiertos de cualquier niño cuando ve el tamaño de los adoquines de caramelo maños no tiene desperdicio. Es un caramelo que puede llegar a pesar 500 gramos, que con solo mirarlo provoca hiperglucemia y que viene envuelto en un papel con un dibujo de la virgen del Pilar. Sirve para “chuparlo” o como arma arrojadiza, aunque mejor la primera opción.
Su autoría original se le atribuye al empresario Manuel Caro de Calatayud, que en 1928 decidió fabricar un caramelo gigantesco que se puede partir con un martillo. Los hay de diferentes sabores como fresa, limón, naranja o anís. Por la parte interior del papel que los envuelve viene escrita una jota tradicional aragonesa.
5. Tortas de Alcázar de San Juan (Ciudad Real)
El pueblo es uno de los núcleos ferroviarios más importantes de España así que, de por sí, son un dulce viajero. Se trata de un bizcocho esponja plano y redondo que, pese a su sencillez, levanta pasiones. No hay alcazareño que se precie que salga de viaje sin unas cuantas en su maleta.
Su origen se remonta a 1594, cuando las monjas clarisas las elaboraban en su convento. Hay quien dice que la receta original llegó al pueblo gracias a una de las novicias que huyó de su residencia en busca de libertad llevando consigo un papel con las instrucciones para cocinarlas. La monja fugitiva se cayó en un pozo cuando corría hacia otro futuro y, cuando la encontraron –fallecida–, se hicieron con la fórmula. Sea cierto o no, el dato más fiable es que la fábrica Las Canteras es la que más tiempo lleva haciéndolas, desde 1850.
6. Carajitos del profesor de Salas (Asturias)
Fue en 1918 cuando se empezaron a comercializar en La Casa del Profesor, en la villa de Salas. Aquel establecimiento era un sitio de reunión y tertulia, regentado por Falín, un hombre con un nutrido currículum: funerario, corresponsal de prensa y profesor de música.
Como dulce para las meriendas, en el local se ofrecían unas pastas elaboradas con avellanas que acabaron obteniendo su nombre gracias a un indiano que cada vez que acudía decía: “»¡Dame un carajo de esos!». Y hasta ahora.
Carmen López
Soy periodista y escribo sobre cosas que importan en sitios que interesan desde hace más de una década.
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