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Las Grutas de Cristal de Molinos, ubicadas en el corazón del Maestrazgo en Teruel, Aragón, son una maravilla geológica que nos invita a adentrarnos en las profundidades de la tierra y a explorar la riqueza histórica y natural de esta región. Estas grutas son un testimonio de la historia geológica de la Tierra, contando historias que se extienden a lo largo de millones de años.
El Maestrazgo, donde se encuentran las Grutas de Cristal, es una comarca que se caracteriza por su rica historia y su paisaje natural diverso. Esta área es un mosaico de valles, montañas y ríos que ofrecen un espectáculo visual impresionante. El entorno de las Grutas de Cristal refleja la diversidad geológica y biológica de Aragón, con un paisaje que va desde zonas áridas hasta exuberantes bosques.
Entrando en las Grutas de Cristal de Molinos
El umbral que conduce al interior de la cueva se alza majestuosamente a 970 metros sobre el pulso del mar, marcando una notable elevación en el paisaje. Dentro de sus confines, la gruta se despliega a través de un desnivel que alcanza los 24 metros, revelando las capas geológicas de la historia terrestre en su estructura. Esta caverna se formó en un lecho de arenas, pertenecientes al periodo del Cretácico Superior, que data de hace aproximadamente entre 100 y 72 millones de años atrás. También se hallan en ella sedimentos de conglomerados, areniscas y arcillas, vestigios del periodo Oligoceno-Mioceno, que se remontan a entre 40 y 23 millones de años.
El recorrido por esta cavidad subterránea se ve enriquecido por la presencia de dos salas distintivas, cada una con su propia esencia y carácter. La primera, conocida como la Sala de los Cristales, es un espacio donde la naturaleza ha orquestado una sinfonía de formaciones cristalinas, creando un espectáculo de reflejos y transparencias. La segunda, denominada Sala Marina, nos evoca un vínculo ancestral con el mar, tal vez un recuerdo impreso en la roca de tiempos en que los océanos cubrían estas tierras.
Sala de los Cristales
Sumergidos en el núcleo de una imponente montaña, nos encontramos en un laberinto de canales, simas y cámaras subterráneas que tejen una conexión secreta con el mundo exterior. Estas estructuras, talladas por la mano del tiempo, nos relatan una historia milenaria.
Al entrar en contacto con la atmósfera, el agua absorbe el dióxido de carbono, transformándose en una solución ligeramente ácida. Esta agua acidificada, sigilosa y persistente, se infiltra por las microfisuras y grietas de la roca caliza, atacándola en un proceso lento pero inexorable. La roca, vulnerable ante la naturaleza corrosiva del agua, se disuelve gradualmente, permitiendo la creación de un paisaje subterráneo de inmensa belleza y complejidad.A medida que el agua serpentea a través de este intrincado sistema, va disolviendo y acumulando carbonato de calcio.
En su viaje, eventualmente, el agua encuentra salas o cavidades de mayor amplitud. Es en estos espacios donde ocurre la magia: el dióxido de carbono se libera de la solución acuosa, y el carbonato de calcio previamente disuelto comienza a precipitarse, dando origen a las fascinantes formaciones conocidas como espeleotemas.
Sala Marina
Cambios en los niveles del terreno, junto con variaciones en los patrones de circulación de las aguas ricas en carbonatos disueltos, fueron los artífices silenciosos que, gota a gota, dieron origen a este santuario subterráneo. Con el pasar de los milenios, esta lenta danza de elementos naturales esculpió y modeló las cavernas y pasadizos que hoy podemos visitar.
En una fase posterior de su evolución, la gruta experimentó un fenómeno geológico fascinante: la colmatación (relleno total de una depresión natural o artificial) de sus vías de drenaje natural. Este cambio crítico resultó en la inundación de sus cámaras, creando un escenario idóneo para el nacimiento de espeleotemas subacuáticos. Estas formaciones, nacidas y moldeadas bajo el manto de aguas tranquilas y persistentes, son verdaderas joyas de la naturaleza, testimonios de un periodo en el que la gruta yacía sumergida en un silencioso mundo acuático.
Hoy en día, la cueva se encuentra en una etapa distinta de su ciclo vital: un periodo de drenaje activo. Este proceso está siendo acelerado por la erosión en la vaguada donde la cueva se sitúa, un fenómeno que está revelando lentamente los secretos ocultos en su interior. La presencia de estos espeleotemas subacuáticos, reliquias de una era pasada, ha inspirado el nombre de Sala Marina, un homenaje a su pasado acuoso.
En definitiva, al adentrarnos en las Grutas de Cristal, nos encontramos con un espectáculo natural de formaciones kársticas, resultado de la disolución de la roca caliza. Las estalactitas y estalagmitas, junto con columnas, cortinas y cascadas de carbonatos, forman un paisaje subterráneo fascinante. Estas formaciones geológicas son el resultado de procesos que se han desarrollado a lo largo de milenios, cada una contando una parte de la historia de nuestro planeta.
El hombre de los molinos
Además de su importancia geológica, las Grutas de Cristal tienen un significado arqueológico considerable. El descubrimiento del «Hombre de Molinos», ha sido considerado por largo tiempo el homínido más antiguo encontrado en Aragón, proporciona un vínculo directo con nuestros antepasados y ofrece una ventana única a la prehistoria de la región. Este hallazgo destaca la importancia de las grutas como un sitio de valor histórico y arqueológico.
El «Hombre de Molinos», datado en aproximadamente 25.000 años, fue un descubrimiento crucial para entender la presencia y evolución de los humanos en esta región de España durante la prehistoria. Al proporcionar una conexión directa con nuestros antepasados, este hallazgo ofrece una ventana única a la vida humana y las condiciones ambientales de la época.
Sin embargo, estudios más recientes sugieren que los restos quizá no sean tan antiguos. El hallazgo data de 1978, cuando se encontraron restos humanos durante obras para hacer la cueva accesible al turismo. Entre ellos, un fragmento de mandíbula humana y una muela de oso. El alcalde de la localidad, Orencio Andrés, recogió y custodió estos hallazgos. Años más tarde, en 1983, el geólogo J. A. Cuchí descubrió microfauna en la misma cueva, y en 1984, Eladio Liñán dirigió excavaciones en el lugar. Guillermo Meléndez y Enrique Gil, del Departamento de Paleontología, confiaron el estudio de la mandíbula al paleoantropólogo José Ignacio Lorenzo, quien en 1985 determinó que la mandíbula era más moderna de lo esperado, basándose en análisis antropométrico.
A pesar de esto, la cueva contenía fauna paleolítica, generando debate y teorías contradictorias. Hasta mediados de los 80, las técnicas de datación eran limitadas, requiriendo muestras grandes que podrían dañar los restos. Hoy en día, se requieren muestras mucho menores. A pesar de la confusión y las técnicas limitadas de la época, el Hombre de Molinos se ha mantenido como un referente arqueológico importante en Aragón, impulsando en 2006 la declaración de las Grutas de Cristal de Molinos como monumentos naturales.
Un Monumento Natural protegido
La declaración de las Grutas de Cristal como monumento natural por el Gobierno de Aragón subraya la necesidad de preservar este patrimonio único. Es un recordatorio de la importancia de proteger nuestros recursos naturales y de la responsabilidad que tenemos de mantener este legado para las generaciones futuras.
Las Grutas de Cristal de Molinos no son solo un destino turístico, sino un lugar de aprendizaje y conexión con la historia natural y humana. Ofrecen una experiencia única para entender la evolución geológica y la historia de la humanidad, al mismo tiempo que nos recuerdan la belleza y fragilidad de nuestro entorno natural.
Sergio Parra
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