En la zona costera de Happisburgh, en 2013, afloraron tras una tormenta primaveral los rastros más antiguos dejados por el paso de humanos fuera de África. Técnicamente, estos rastros se llaman icnofósiles, término que se refiere a cualquier pista fósil dejada por una criatura, ya sea unas marcas de dientes, una madriguera o, como en este caso, unas pisadas antiguas.
Eran pisadas pertenecientes a un grupo de humanos tempranos, Homo antecesor, que avanzaban por la legamosa orilla de un antiguo río. Pero estas huellas, a pesar de ser fascinantes, no son particularmente lejanas en el tiempo si las comparamos con las primeras que hemos hallado: tienen 3,6 millones de años y están sobre cenizas volcánicas, en Laetoli, en Tanzania. Fueron descubiertas en 1976 y se remontan al Plioceno. El hallazgo tuvo una mezcla de fortuito y cómico, tal y como explica David Farrier en su libro Huellas. En busca del mundo que dejaremos atrás:
Los paleoantropólogos de un grupo dirigido por Mary Leakey empezaron a tirarse excrementos de elefante unos a otros. Un miembro eufórico del grupo se percató de la presencia de las huellas solo después de caer encima de ellas
Las huellas, pues, pueden aportar gran información no solo de nuestro pasado, sino de las costumbres que regían entonces, de los objetivos, hasta de los detalles anatómicos o la alimentación.
El legado en Burgos
En la Península ibérica, uno de los hallazgos más fértiles en el campo de los icnofósiles quizá sean las más de 1.200 huellas halladas a más de un kilómetro de profundidad en la Cueva Palomera, en el sistema kárstico de Ojo Guareña (Burgos). Formado por más de 110 km de galerías, aunque no todas están conectadas, hallazgos arqueológicos en la zona indican que el sistema de cuevas fue usado por el ser humano entre el Paleolítico medio y la Edad Media.
En 1969, un grupo de espeleólogos hallaron aquí una miríada de pisadas de pies desnudos, excepcionalmente bien conservadas, de diferentes tamaños y en sentido de ida y vuelta, pertenecientes a un grupo de entre diez y doce individuos. A lo largo de un recorrido de unos 300 metros, estas marcas, indelebles gracias a las condiciones de humedad de la cueva, resultaron ser mucho más antiguas de lo supuesto. La datación por radiocarbono de dos fragmentos de antorcha en este sistema casi laberíntico de cuevas ha dado como resultado unas antigüedades de 15.600 y 3.600 años, por lo que se infiere que estas cuevas fueron transitadas durante milenios; aquellas huellas en particular, casi frescas, como si hiciera apenas unas horas que alguien las hubiera originado, tenían una antigüedad de entre 4.200 y 4.600 años.
A día de hoy, gracias a nuevas técnicas de teledetección no invasivas, como el escaneo mediante láser óptico y fotogrametría, los investigadores continúan asomándose a estas pisadas con el ojo escrutador de un Sherlock Holmes que trata de averiguar lo máximo posible de nuestro pasado. Todas las mediciones y la mayoría de las observaciones de las huellas, pues, se han realizado sobre la reconstrucción tridimensional y cartográfica resultante con el software AutoCAD, ya que no es posible medirlas in situ. Un modelo de índice de rugosidad del terreno (TRI) permite diferenciar las irregularidades del suelo de las zonas más suaves, destacando las depresiones de las huellas mejor conservadas según su morfología interna (suela, talón, dedos, etc.). Esta cartografía precisa permite observar la posición de las huellas en relación a la morfología del propio terreno, identificando no solo las huellas humanas sino también los elementos topográficos (cantos rodados, rocas, espeleotemas, costras, canales, etc.) que forman la superficie.
Las huellas están tan bien conservadas, de resultas de que están impresas sobre arcilla húmeda, que los investigadores no desisten en arrancarles el máximo de información posible, animados por la posibilidad de poder asomarse casi literalmente por una ventana en el tiempo. Gracias a sus pesquisas, por ejemplo, se ha podido averiguar que aquellas huellas fueron dejadas por individuos, probablemente todos hombres adultos y robustos, que tenían entre 175 y 179 cm de altura y que pesaban entre 76 y 99 kg. Uno de ellos muestra un patrón diferente en las zancadas, de lo que se ha deducido que cargaba con algo pesado.
¿Qué hacían estos hombres aventurándose a tal profundidad? Solo se iluminaban con antorchas (los restos de carbones y tizonazos en las paredes así lo atestiguan), así que hemos de imaginarlos valientes y aguerridos. O quizá buscaban algo. O tal vez se querían refugiar de algo. Pero lo más probable es que simplemente estuvieran explorando: en esta época, la humanidad estaba buscando ampliar su territorio, como más tarde los navegantes se echaron a la mar o los alpinistas conquistaron el Everest. Puede que esta exploración no estuviera tampoco exenta de cierta pátina simbólica relacionada con el inframundo, como si buscaran lo desconocido, como si quisieran encontrar su papel en el mundo o alguna forma de trascendencia. Como Dante en La divina comedia descendiendo por los nueve círculos del Infierno. ¿Acaso no tratarían muchos de acceder a Otro Mundo en el caso de que hubiera indicios de que existe?
Aquellos hombres eran curiosos y habían desarrollado algunas tecnologías. Procedían de una época en la que se dejaba atrás la Edad del Cobre para dar paso a la Edad del Bronce. Se abandonaban asentamientos y se buscaban otros, iniciándose exploraciones mineras, agropecuarias y metalúrgicas. Empezaba la especialización laboral y la diferenciación social, y en consecuencia se realizaban enterramientos individuales en sustitución a los colectivos. Ahora sabemos un poco más gracias a unas huellas desnudas dejadas en las profundidades de una cueva oscura.
Afortunadamente, las huellas ubicadas en estos pasajes están muy bien conservadas en ambas galerías gracias a las medidas de protección que se tomaron en el momento del descubrimiento, limitando el acceso a los sitios y señalizando rutas alternativas. Son como un museo natural enterrado en las tinieblas, una suerte de portal espaciotemporal al pasado. Son los vívidos restos de unos individuos muy diferentes a nosotros, pero también inquietamente próximos.
Más información en el estudio Prehistoric Human Tracks in Ojo Guareña Cave System (Burgos, Spain): The Sala and Galerías de las Huellas
Sergio Parra
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