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Si cada uno de los habitantes de la Tierra, ahora mismo, liberaran 50 lágrimas, apenas se llenaría una piscina olímpica con todo su dolor. Esto pone en evidencia hasta qué punto resulta irrelevante un ojo que lagrimea porque algo se le ha metido dentro.
No fue así para una joven bióloga de Nuevo México llamada Penny Boston, que sacó petróleo, metafóricamente hablando, de aquel diminuto problema ocular originado por una no menos diminuta, microscópica criatura que se le había colado dentro.
A seiscientos metros
En 1994, Penny llegó hasta el fondo de la cueva de Lechuguilla, a seiscientos metros de profundidad. Lechuguilla, con una longitud de 223 kilómetros, es hasta ahora la quinta cueva más larga conocida en el mundo, y la más profunda en los Estados Unidos continentales. Está situada en el Parque Nacional de las Cavernas de Carlsbad, del estado de Nuevo México.
Para Penny, era lo más parecido a viajar a otro planeta sin salir de la Tierra. Se sentía como Otto Lidenbrock, el protagonista de Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne.
En sus entrañas, los espeleólogos habían encontrado grandes cantidades de aljez, la piedra del yeso, y depósitos amarillo-limón de sulfuro. Pero nadie podía concebir que aquella profundidad pudiera albergar vida. Penny tampoco.
Sin embargo, mientras estaba examinando un saliente marrón en el techo del pasadizo de una cueva, a Penny le cayó una gota de agua en el ojo. Al rato, el ojo se le hinchó. ¿Era posible que estuviese sufriendo una infección bacteriana? Eso podría significar que, contra todo pronóstico, a aquella profundidad aún podían sobrevivir algunos microorganismos.
Finalmente, aquella hinchazón se convirtió en una prueba irrefutable de que la vida podía prosperar a profundidades inconcebibles, tal y como explica Will Hunt en su libro Subterráneo:
Pese a que la comunidad científica se burlaba de la idea de que hubiera vida en la corteza, un lugar demasiado oscuro y caluroso con exceso de altas presiones y escasez de comida, unos pocos microbiólogos siguieron buscando. Se metían en pozos de gas y petróleo y otras cavidades creadas por el hombre, e incluso cavaban agujeros para extraer muestras de agua de las profundidades.
Desciende, viajero osado
Gracias al incidente ocular de Penny, en la cueva de Lechugilla se han encontrado raras bacterias del tipo lithoautotrophic, que se alimentan del sulfuro, el hierro y los minerales del manganeso y ayudan a agrandar la cueva y a determinar las formas de estalactitas, estalagmitas y otros espeleotemas. Otros estudios indican que algunos microbios encontrados podrían incluso poseer cualidades medicinales potencialmente beneficiosas para los humanos.
El incidente ocular de Penny también constituyó un acicate para ir cada vez más adentro. En otras cuevas y agujeros, se alcanzaron los dos kilómetros. Más tarde se fue más allá de los tres kilómetros. A aquella profundidad, la presión es cuatrocientas veces mayor que en la superficie y las temperaturas rondan los noventa grados centígrados. Sin embargo, parafraseando Jurassic Park, incluso aquí la vida se abría paso. Era lo más parecido a la Tierra Hueca que se describía en Viaje al centro de la Tierra.
Por eso, una especie de bacteria hallada a tres kilómetros de profundidad en una mina de Sudáfrica fue bautizada como Desulforudis audaxviator (viajera osada) en alusión al mensaje rúnico que descifra Lidenbrock sobre una puerta secreta que conduce al interior del planeta en un volcán de Islandia: Descende, audax viator, et terrestre centrum attinges (Desciende, viajero osado, y llegarás al centro de la Tierra).
Hallada en una muestra de miles de litros de agua recuperada en una nueva galería de la mina de oro en Mponeng, cercana a Johannesburgo, descubrieron también la uniformidad genética de una colonia de bacterias. Todas tenían prácticamente el mismo ADN. Es decir, más del 99,9% del ADN de la muestra provenía de un simple organismo y el resto eran rastros de contaminación de la mina y el laboratorio. Debido a este descubrimiento aparece en el libro de los récords Guinness como el ecosistema más pequeño de la tierra con tan sólo una especie.
Los científicos creen que Desulforudis audaxviator representa al tipo de organismo que podría sobrevivir bajo la superficie de Marte o en una de las lunas de Saturno, Encelado.
De hecho, la biomasa colectiva de las entrañas de la Tierra parece casi igual o tal vez mayor que la vida que se encuentra en la superficie. Era otro mundo dentro del nuestro. Totalmente inexplorado. Vida, en cierto modo, extraterrestre, como señala Hunt:
No respiraban oxígeno, no dependían de la luz del sol ni de la fotosíntesis para obtener energía y no consumían alimentos basados en el carbono. Subsistían de lo que los biólogos denominaban una «cadena de comida oscura»: ingiriendo piedras o metabolizando la energía química y la radioactividad que brotaba de la corteza de la Tierra.
Penny, también interesada por la astrobiología, está convencida de que entendiendo mejor el interior de nuestro planeta estaremos más preparados para hallar vida en otros mundos.
Observando hasta dónde puede llegar la vida, sencillamente puedes trazar con más claridad los límites de esta. Por ejemplo, según Penny, la vida no puede superar los principios de la termodinámica: la necesidad de energía de entrada y de salida es crítica. Tiene que estar delicadamente equilibrada, para que la química sea lo suficientemente activa como para producir algo que sea útil y operativo, pero no tan activo que supere cualquier capacidad de tener cohesión, para mantener el proceso de vida unido. El agua es excelente como solvente para eso. Probablemente no sea el único solvente, pero casi seguro que es el mejor.
Penny también sospecha que la depredación es un proceso relativamente universal, así como el parasitismo. Pero los detalles (los tamaños, la escala, el ritmo) están sujetos a una inconmensurable variabilidad.
Todo eso es lo que un día le dijo a Penny su ojo hinchado a trescientos metros de profundidad.
Sergio Parra
Muy interesante, gracias.