En un lugar privilegiado, a menos de diez kilómetros de la villa asturiana de Ribadesella, se encuentra uno de los túneles más peculiares de la península ibérica. Conocido como la ‘Cuevona’ abre un paso a través de la montaña hasta el pueblo Cuevas del Agua o Cueves, un pequeño rincón del Paraíso Natural que tiene más visitantes que vecinos, que no llegan al centenar.
Puede que, precisamente por eso, haya mantenido intacto su aspecto inmaculado con sus hórreos bien conservados (es el punto del municipio que más concentra), sus casas de arquitectura tradicional asturiana, su ermita consagrada a Santiago y sus parterres de flores que dan color al entorno. Así que es necesario recordar que sus habitantes viven en un remanso de una paz que se debe respetar.
Este túnel natural –no confundir con la ‘Cuevona de Ardines’ que se encuentra cerca de Tito Bustillo– tiene 300 metros de largo. Una longitud que puede no parecer excesiva en primera instancia, pero que es considerable para un camino a través de la montaña. Se puede recorrer a pie, en bicicleta o en coche (la carretera no es muy ancha pero sí permite dos carriles estrechos), pero lo mejor para disfrutar de todos los detalles es caminar por su interior. Antes de entrar en ella se puede dejar el vehículo en los aparcamientos que hay a la entrada y a la salida de la cueva.
Esta horadación en la montaña se debe al paciente trabajo del arroyo de Cuevas, que durante miles de años ha erosionado la piedra hasta conseguir abrir este agujero que ahora se califica de “impresionante”, entre otros adjetivos de admiración.
Aunque está iluminada en su interior –una característica de toda buena cueva es que no tiene precisamente un exceso de luz– es recomendable llevar unas linternas, por si acaso. Además, la ropa en colores claros tampoco está de más: hay que tener en cuenta que circulan coches y aunque no puedan ir a demasiada velocidad, lo mejor es no pasar desapercibidos. Pero no solo es una cuestión de seguridad, sino que esta cavidad natural tiene muchas cosas interesantes que apreciar y para ello es necesario despejar un poco la oscuridad.
De hecho, la luz es tan importante que influye en lo que ocurre en el interior de la cueva. Es fácil diferenciar hasta dónde ha llegado su acción, ya que esta ha dejado marca en la piedra calcárea horadada que forma este túnel natural. Sus bóvedas más oscuras acogen a la flora que vive en lugares húmedos y poco iluminados como el musgo o los líquenes y a lo largo de su recorrido se pueden observar figuras propias de las formaciones kársticas como estalagmitas, estalactitas o coladas. Algunas tienen hasta nombres folclóricos como ‘Las barbas de Santiago’, ‘Las estalactitas de bandera’ o ‘La lengua del diablo’.
El paseo por el interior de la Cuevona dura media hora aproximadamente y es habitual ver a profesores seguidos por los alumnos que escuchan sus explicaciones (en mayor o menor medida dependiendo de la capacidad de atención de los pequeños). Los vecinos de Cuevas del Agua no solo viven en un entorno privilegiado por su belleza sino que se comunican con el exterior a través de una vía que goza de admiración.
Además de la Cuevona
Cuevas del Agua se ubica a orillas del río Sella y, como su propio nombre indica, el agua es un elemento protagonista en su existencia. De ahí que una de las actividades de senderismo recomendada de la zona sea el recorrido de La ruta de los Molinos, que parte del mismo pueblo. Como en muchas otras zonas fluviales del resto de España, estos aparatos pre-industriales eran muy habituales para moler los cereales que se diesen en los alrededores y hacer harina aprovechando la fuerza del agua. De hecho, muchas poblaciones se elevaron cerca de ríos caudalosos por este motivo.
El cereal que más se cultivaba en esta población perteneciente al municipio de Junco es el maíz (de ahí también que se construyesen muchos hórreos para guardarlo). Con la sofisticación de las maquinarias poco a poco se fueron quedando en desuso y, a día de hoy, son un elemento del patrimonio. Depende del lugar, están mejor o peor conservados: en este caso, algunos de ellos están rehabilitados.
El recorrido tiene una longitud de unos 8 kilómetros, se completa en hora y media (solo ida) aproximadamente y su grado de dificultad es fácil. Después de dejar el coche en el aparcamiento del pueblo, se inicia una pista que lleva hasta el caserío de Santiago. Una vez pasado, se sigue el camino por donde discurre la riega de Tresmonte y se atraviesa una zona de vegetación frondosa donde se pueden ver la mayoría de los molinos. Al pasar el molino de Francisco se sube una cuesta que lleva a la pista del caserío de Tresmonte, el punto final. Todo el camino está bien señalizado y hay poco riesgo de pérdida.
Para quienes se queden con ganas de disfrutar de más curiosidades de la zona, pueden aprovechar para visitar las cuevas rupestres de Tito Bustillo, hacer el descenso del Sella en canoa o disfrutar de un buen plato de pescado en alguno de los múltiples restaurantes de Ribadesella. Si algo no le falta a Asturias son atractivos, cada vez lo sabe más gente.
Carmen López
Soy periodista y escribo sobre cosas que importan en sitios que interesan desde hace más de una década.
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