La historia del faro de Chipiona, el más alto de España
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06.04.2021
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Las dos referencias que posiblemente han hecho famosa a la localidad de Chipiona –además de sus encantos naturales– comparten una característica: son los más grandes en lo suyo. Rocío Jurado es “la más grande” de la copla y el faro de la localidad “el más grande de España”. Hay que decir que en el caso de la artista la referencia a su tamaño se refiere a su dimensión artística y no al volumen de su cuerpo, mientras que en el del faro sí que es literal: es el más alto de la Península.
Según la página web de la Autoridad Portuaria de Sevilla (organismo al que pertenece, aunque esté situado en Cádiz), la construcción mide aproximadamente: “69 metros, 62 metros la torre y 7 metros el edificio sobre el que se asienta”. Y para subir a su punto más alto hace falta pisar 344 escalones, que se dice pronto. Es la cara B de ser, además del primero en su país, el tercero más alto de Europa y el quinto en el planeta.
De su obra se encargó el ingeniero catalán Jaime Font. La primera piedra se colocó en 1863 y comenzó a funcionar el 28 de noviembre de 1867. Desde entonces tiene la misma función, que es marcar la entrada al río Guadalquivir aunque con el tiempo se ha ido renovando siguiendo las innovaciones tecnológicas. Por ejemplo, ahora es uno de los 20 faros aeromarítimos de España, lo que quiere decir que lanza señales tanto para barcos como para aviones. El alcance de su luz es de 45 kilómetros y los destellos se emiten cada 10 segundos.
Esa función la desarrolla desde 1956 y se hizo a petición del gobierno de Estados Unidos, que fue quien financió la obra para que el techo del edificio sea acristalado. Necesitaban que los aviones militares de la base de Rota tuviesen indicaciones luminosas, así que se hicieron cargo de la adecuación. Que el techo sea ahora de cristal implica que el faro gire durante todo el día, ya que el sol puede hacer efecto lupa al atravesar el cristal y causar averías como quemar los cables o la lámpara.
Además de la modernización que llevaron a cabo los estadounidenses, el faro ha experimentado muchos más cambios en su funcionamiento. Si no, no habría podido mantener su estatus de referente dentro de su sector. Por ejemplo, ya no funciona a base de petróleo o de gas y su bombilla ya no es de filamento incandescente sino que es halógena.
Asimismo, en 2020 se sustituyó la claraboya del patio, que se había colocado en los años 20 del siglo pasado y ya mostraba señales de deterioro. La nueva está realizada con materiales más modernos como acero inoxidable, aunque se ha mantenido la estética original.
Pero sin embargo, el antiguo mecanismo de giro (“Un peso que cae por el interior de la torre, y arriba hay una máquina de relojería que es lo que hace el giro”, según las explicaciones de la APS) se sigue utilizando para que no se pare durante las horas de luz. Modernidad y tradición combinados.
Más pragmático que romántico
El actual farero de Chipiona es Septimio Andrés, un hombre que nació en Madrid en 1967 y que lleva más de 30 años ejerciendo el oficio de los cuales casi la mitad han sido en Chipiona. Lejos de decantarse por esta profesión por una idea novelera de lo que sería guiar a los barcos a buen puerto y vivir sin vecinos, se presentó a la prueba para el puesto por la seguridad que ofrecía.
Como comentó en una entrevista que le hicieron el pasado diciembre en el programa Españoles a la mar de RTVE: “Mi padre solía comprar, cuando yo tenía unos 16 años, el dominical de El País. Y todos los domingos veía ese anuncio de ‘hazte farero, un trabajo seguro con casa, en la mar’. Y claro, a finales de los años 80 había una crisis, yo había terminado mi bachillerato y lo que había para la universidad era bastante complejo, tanto de exigencia como de poco número de universidades. En Madrid la cosa estaba muy complicada tanto para entrar como para mantenerte. Así que lo vi como una decisión rápida. En cuanto cumplí los 18 años empecé a estudiar [lo necesario para ser farero] y con 20 años ya lo conseguí”.
Ya trabajando siguió con sus estudios a través de la UNED y a día de hoy aún sigue formándose porque las constantes innovaciones tecnológicas exigen estar siempre a la última. Es uno de los últimos fareros que quedan en España, tal como se ha entendido su figura hasta ahora: una persona que vive en el propio faro y que en la imaginación de los más románticos sube a ver el mar por las noches. En el futuro serán trabajadores que vivirán en sus propias casas y que se desplazarán al faro cuando sea necesario.
Conocerlo desde dentro
Las visitas al interior del faro están permitidas [con motivo de la pandemia es posible que esté cerrado temporalmente, es recomendable consultar su web para no llevarse sorpresas al llegar], pero hay que ir mentalizado de que la subida a la cumbre no es fácil. De hecho, se recomienda llevar calzado cómodo y una botella de agua para hidratarse. Posiblemente sea necesario hacer alguna parada en el ascenso para reponer fuerzas y recuperar el aliento. Y no, no hay ascensor.
En relación con este aspecto del faro, es sorprendente cómo las personas son capaces de convertir la dificultad en un reto a superar. Es el ejemplo de los participantes en la Carrera Vertical Faro de Chipiona, que en 2019 celebró su segunda edición en la que participaron 160 personas divididas en 40 equipos de cuatro componentes cada uno. La carrera empezaba con 50 metros lisos, subida y bajada a lo alto del faro (688 escalones en total) y 450 metros lisos al final. Casi nada.
Quienes prefieran conocerlo de una manera más calmada pueden completar su vuelta por Chipiona brindando con una copita de moscatel en el bar Tani, que también es un museo dedicado a Rocío Jurado donde se pueden escuchar sus canciones, por supuesto. Es uno de los puntos esenciales de la ruta dedicada a la artista que, como el faro, también está vinculada a una ola aunque, como le ocurre con la grandeza, la suya es metafórica.
Carmen López