En 1958 la presa de Buendía, de 78 metros de altura, inundó este territorio de la Alcarria conquense, entre Cuenca y Guadalajara. El paisaje cambió radicalmente para siempre, bajo las aguas quedó el vecindario de Santa María de Poyos, se anegó la Isabela, un balneario de los tiempos de Fernando VII y se dibujó una especie de península acabada en punta, conocida como Peña Alta.
Es precisamente en esta península salpicada de bosques de pinos, junto a la zona inundada del embalse, que se encuentra uno de los lugares más sorprendentes de Cuenca: la Ruta de las Caras de Buendía. Se trata de una rareza paisajística que brinda una de las excursiones más familiares y divertidas de toda esta parte de la Alcarria.
Dos artistas improvisados
Fue mucho más tarde, en 1992, cuando comenzaron a aparecer las esculturas en este paraje a tan solo tres kilómetros del centro de Buendía. La primera escultura que apareció fue La monja. Fue con ella que Eulogio Reguillo y su amigo Jorge Maldonado se lanzaron a probar qué tal se les daba el uso de los martillos, piquetas y pinceles. Para añadir más emoción al asunto, ninguno de los dos era escultor, pero sí conocían bien la zona porque solían hacer excursiones por allí.
Los dos sabían que las areniscas de la zona serían un material de fácil trabajo para dos principiantes como ellos. No lo podían imaginar entonces, pero así nacía el bosque de las caras de Buendía, uno de esos lugares que provoca asombro a todo el que se acerca. Tardaron más de 15 años en dar forma a este conjunto de esculturas que nació casi de forma improvisada.
Una obra sorprendente
Hoy hay una veintena de obras. Algunas las firman ambos, otras cada uno por separado porque, en definitiva, cada cual tiene una forma diferente de hacer su trabajo. Por ejemplo, las esculturas de Jorge Maldonado aprovechan las formas de las rocas y se deja llevar más por la inspiración del lugar, mientras que Eulogio Reguillo trabaja más su obra, planifica y diseña de antemano. Ante tanta creatividad, otros autores se han ido animando y han aportado al lugar también sus propias obras, la mayoría duendes y brujos enigmáticos.
El resultado son obras de distinto perfil y tamaño. Está el Chamán, que aparece casi como el protector del lugar. Hay esculturas alegóricas como ‘Moneda de vida’, la cara del Buda del futuro Maitreya, el héroe mítico hindú Arjuna o un rostro de Krishna de cuatro metros de largo. El plan consiste en encontrarlas todas, localizarlas en sus escondites entre las rocas y que cada cual escoja su favorita. Mientras tanto, se habrá disfrutado de la tranquilidad que desprende el entorno natural donde se encuentran estas sorprendentes esculturas.
Ruta de las caras de Buendía: pasear entre esculturas
A este museo hay que ir con ropa cómoda y buen calzado para caminar, nada de tacones, zapatillas ligeras o ropa de fiesta. También hay que llevar agua y comida porque no hay cafetería ni restaurante. A cambio, suma arte, aventura y naturaleza. Cuentan los del pueblo que lo del nombre vino dado por los primeros visitantes, que al preguntarles a dónde iban, siempre respondían lo mismo: que iban a lo de las caras. Y ahí le quedó el nombre de tan obvio.
Las esculturas se encuentran a unos tres kilómetros de Buendía. Dos señales en la calle del Frontón marcan el camino a seguir, si es que se quiere ir caminando. La otra opción es ir en coche y aparcar en el parking habilitado junto al conjunto escultórico. Allí mismo comienza el sendero de poco más de dos kilómetros y escaso desnivel. Es un sendero circular que se puede completar tranquilamente en menos de una hora y está abierto las 24 horas del día. Aunque, por supuesto, será mejor ir antes de que oscurezca para poder disfrutar de la magia del lugar.
La alternativa para quienes prefieran darle más actividad a las piernas es recorrer el PR-CU46 cuyo tramo coincide con la Ruta de las Caras. Se trata de un sendero de pequeño recorrido, circular, muy accesible y que transcurre entre zonas onduladas con poco desnivel. Son algo más de 14 kilómetros y se puede realizar en unas cuatro horas. Parte del atractivo de este plan senderista es que el sendero también lleva al mirador de la peña de la Virgen, la mejor forma de admirar como el embalse redibujó esta parte de la Alcarria conquense.
¡Y el pueblo también merece una visita!
Si hay que hacer caso a los topónimos, este municipio entre Cuenca y Guadalajara tiene toda la pinta de ser un destino muy agradable, tanto como para tener buenos días cada día que se esté en él. Conserva el pueblo además de las buenas vibraciones de su nombre, un entramado medieval para recorrer con calma, una plaza Mayor porticada, siamesa de la Ruiz Jarabo, con la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, varios restos de la antigua muralla y dos curiosos museos, uno dedicado al carro y otro a las boticas antiguas.
José Alejandro Adamuz
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