Lisboa: lo que el turista debe ver según Pessoa
Escrito por
08.01.2019
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Fernando Pessoa fue el viajero sin el viaje. No dejó de buscarse nunca; pero desde que volvió con 17 años de Sudáfrica no dejó de hacerlo en el mismo lugar: Lisboa. Su destino quedó ligado a la capital lusa hasta el día de hoy en que, tal vez, sea su mayor embajador. Un reclamo turístico perfecto, a pesar de que su vida, su imagen y su obra no sean de lo más accesible. Es posible que el viajero presienta la calidez de su alma en algún verso suelto, y eso será suficiente.
Pessoa nació el 13 de junio de 1888 en Largo de Sao Carlos. Desde allí se veía a lo lejos el Tajo; pero la muerte del padre truncó su infancia y lo llevó muy lejos, a Durban. Desde el mismo momento, vivió la añoranza de su particular paraíso perdido. Al volver, se dedicó en cuerpo y alma a escribir. Hizo varios trabajos, malvivió, deambuló por las calles, tomó más ginghina de lo normal y recibió el encargo de escribir una guía viajera: Lisboa. Lo que el turista debe ver. Muy diferente al tono de sus diarios, a las biografías de sus heterónimos o al desasosiego de sus poemas, esta guía es clara y didáctica. Y, a pesar del cambio del algún nombre de plaza o calle, aún hoy es perfecta para conocer Lisboa.
Con Pessoa por Lisboa
“Lisboa -comienza su guía Pessoa- vista así de lejos, se levanta como la hermosa visión de un sueño, elevándose hacia el intenso azul del cielo, que el sol aviva”. La descripción es para los viajeros que llegaban en barco. Hoy, que el viaje suele ser en avión, la descripción valdrá igual si se ve la ciudad desde alguno de sus muchos miradores.
Pessoa comienza su largo paseo por la Praça do Comércio, o Terreiro Do Paço, como se la conoce popularmente. Es curioso que hoy también es el punto de partida de muchos tours por la ciudad. La plaza, un cuadrado perfecto a orillas del estuario del Tajo, ocupa el terreno donde se asentó el Palacio Real de Lisboa. Sus dimensiones la convierten en una de las mayores del mundo. En ella encontramos referencias a un hito histórico que definió el urbanismo actual de la ciudad: en el pedestal de la estatua ecuestre del Rey Don José I se representa la reconstrucción de la ciudad después del gran terremoto de 1755.
“Podemos avanzar hacia el centro de la ciudad –prosigue Pessoa– por cualquiera de las tres calles que desde allí parten hacia el norte”. Se trata de la Rua do Ouro, a la izquierda; la Rua Augusta (la del arco), en el centro; y la Rua da Prata, a la derecha. Si lo hacemos por la Rua Augusta tendremos a la izquierda uno de los monumentos más destacados de Lisboa: el elevador de Santa Justa, “Esta es una de las vistas –dice Pessoa– que siempre suscita gran admiración a los turistas”.
Caminando un poco más llegaremos a la estación de Rossio. Aún hoy, cualquier día entre semana, se verá el gran movimiento de viajeros que ya destacó Pessoa en su guía. El edificio, de estilo manuelino, es inconfundible. Enfrente está el Teatro Nacional y, en una esquina con vistas a la Igreja de São Domingos y con suelo pegajoso, uno de esos locales de venta de ginjinha que tanto gustaban a nuestro particular guía.
Ya en este punto de la ciudad tenemos cerca la avenida Liberdade. La, en palabras de Pessoa, “Arteria más bella de Lisboa”. Su anchura llamará la atención del viajero, así como también los hermosos edificios que hay a un lado y otro de la misma. Si nos recuerda a los Campos Elíseos de París no es casualidad, pues se tomó como modelo para su construcción. La avenida llega a la plaza Marqués de Pombal, quien fuera artífice de la misma y de la gran reconstrucción de Lisboa tras el terremoto de 1755.
Pessoa nos recomienda llegar al Miradouro da Nossa Senhora do Monte. Según Pessoa, una de las vistas más hermosas sobre Lisboa: “Ya sea a la caída de la tarde, al amanecer o al mediodía”. Desde aquí nos lleva a conocer uno de los barrios más peculiares de Lisboa: la Alfama. Este barrio nos dará una clara noción del aspecto que tuvo la ciudad en su pasado.
De mirador a mirador, hasta el de de Santa Luzia. Aunque durante nuestro recorrido haremos un alto en el Castelo de S. Jorge, enclave que diferentes civilizaciones escogieron desde la antigüedad para asentarse en la ciudad. La vista desde el mismo, señala Pessoa, es maravillosa. Dejando el mirador de Santa Luzia detrás y descendiendo con los tranvías por la rúa Limoeiro, alcanzamos el Largo da Sé, con la imponente presencia de la catedral de Lisboa cuyo interior, dice Pessoa, demanda una cuidadosa visita.
Una vez finalizada la visita a la catedral, podemos dirigirnos de nuevo hacia el Tajo para pasar por la casa dos Bicos. “Una curiosidad arquitectónica que bien merece ser observada” y en la que, en la actualidad, están las cenizas de otro grande de las letras portuguesas: José Saramago; Pero esto no lo podía saber aún Pessoa, claro.
Finalmente subiremos al popular tranvía 15, en Praça do Comercio, para llegar al punto final de esta personal ruta guiada por Pessoa: el gran monasterio de los Jerónimos de Belém. Una obra monumental que sirve de excusa para acercarnos a saborear los famosos pastéis de Belém. Si cuando Pessoa escribió esta guía de Lisboa le hubieran dicho que sería enterrado en el claustro del monasterio, “Inolvidable para el turista que lo visita”, no se lo habría creído nunca; pero ahí está, él y sus heterónimos, para despedirnos de este viaje.
José Alejandro Adamuz
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