Lola Pons: «La globalización lingüística afecta menos al mundo rural»

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19.02.2021

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9min. de lectura

Lola Pons, historiadora de la lengua

Charlamos sobre nuestro idioma con Lola Pons Rodríguez, historiadora de la lengua y catedrática de la Universidad de Sevilla, a propósito del Día Internacional de la Lengua Materna, que se celebra cada 21 de febrero.

Lola Pons es también académica correspondiente de la Real Academia de Nobles Artes de Antequera, Premio de Periodismo Manuel Azaña y socia de honor de la Unión de Correctores del Español. Su investigación se centra en la historia del español y el cambio lingüístico. Es autora, entre otros libros, de La lengua de ayer. Manual práctico de historia del español, El árbol de la lengua y Una lengua muy muy larga, además de haber coordinado las obras Historia de la lengua y crítica textual y Así se van las lenguas variando. Divulga cultura lingüística en distintos medios y mantiene el blog sobre historia de la lengua No solo de yod vive...

¿Cómo crees que sería el mundo sin alfabeto?

Sería un mundo muy icónico, volcado en lo oral, con más memoria colectiva y con menor intelectualización de los contenidos. La escritura ha sido un elemento fundamental en la socialización del saber y en la difusión de las normas y pautas que institucionalmente han servido para controlar y regular la vida de una comunidad. Los alfabetos, la escritura, no han borrado la transmisión de saberes por vía oral, aunque la escritura ha sido reconocida en las percepciones de los hablantes como superior al habla, a la oralidad, algo que, por otro parte, es tanto inevitable como equivocado.

¿Y sin filólogos?

Un mundo sin filólogos sería un mundo de textos descuidados: los textos que tenemos por sagrados o por fundacionales (los religiosos, o los códigos legislativos o la épica constitutiva de tantos pueblos) habrían circulado más deturpados o se entenderían peor, por oscuros. Sería un mundo sin cuidadores profesionales de las palabras, ¿alguien se atrevería a firmar por un lugar así? 

Además de la investigación y la docencia, divulgas cultura lingüística. ¿Qué te mueve?

Llegué a ese ámbito por azar, desde un blog de clase y por sucesivas invitaciones a escribir o hablar en medios. Cuando he comprobado el interés que despiertan las lenguas en la sociedad y el numeroso colectivo de personas sensibles hacia esos hechos lingüísticos, me resulta una parte fundamental de mi trabajo. Como catedrática universitaria, soy funcionaria del estado y me asiento en el principio ético de la deuda contraída: me he formado durante años para dar clases especializadas pero tengo un compromiso con la sociedad general que ha hecho posible mi formación y el desarrollo de los sucesivos proyectos de investigación que he liderado. Creo que la ciudadanía puede acceder, en otro lenguaje y mediante otros canales, a ese conocimiento que desde la universidad pública hemos generado.

Eres una de las catedráticas más jóvenes de España y has logrado varios premios y reconocimientos, ¿de qué te sientes más orgullosa?

De la gente que he formado. Los estudiantes, desde el año 2000 hasta ahora, promoción tras promoción, han sido la mejor forma que me he topado de mantener los pies en el suelo, de esforzarme para que la gradual profundización en la investigación no me apartase de la realidad. El reto de explicar para no perder a nadie en el camino me ha obligado a desarrollarme como hablante y como comunicadora. Cuando empecé a dar clases era poco mayor que mis alumnos, y ahora ya hay entre nosotros una clarísima diferencia generacional que es imposible saltar y que es necesario admitir y manejar con acierto. Los alumnos me han hecho mejor persona. Los logros y los reconocimientos son gratificantes, indudablemente, pero sin mis maestros y mis alumnos nada hubiera conseguido. 

Qué es más correcto, ¿decir que hablamos español o castellano?

Históricamente, el castellano es un hijo del latín, una de las variedades romances que surgieron en la península. El castellano era el dialecto de un condado sito al este del Reino de León. Eso que históricamente llamamos castellano tiene más sentido que sea llamado español a partir del XVI, cuando ha superado los límites de su solar de nacimiento y se ha nutrido de características de los romances vecinos. El nombre castellano que recoge la Constitución no es incorrecto, pero yo llamo español a mi forma de hablar: español de Andalucía.

¿Por qué hablamos castellano en España en lugar de gallego, por ejemplo?

Los diferentes romances europeos, entre ellos los peninsulares, se configuran a la medida de los distintos espacios políticos que los rigen. El gallego, que luego se extendió hacia el sur para hacerse lo que hoy llamamos gallego-portugués. La Gallaecia ya fue una entidad territorial distintiva, fue zona relativamente aislada en época germánica, con la invasión de los suevos, y se dieron las circunstancias para que su forma de hablar de latín fuera distinta, desligada de la que se empleaba en zonas próximas como León. El proceso es el mismo para todos las lenguas hijas del latín.

¿Se sabe dónde, cuándo y cómo empezó ese castellano?

El lugar es Castilla, condado al este del Reino de León; el cuándo es más incierto, porque la gente no se duerme un día hablando latín y se despierta hablando castellano, es un proceso gradual que sabemos que al menos en el siglo XI ha dado lugar ya a una lengua nueva, antes llamada, como todas las lenguas hijas del latín, romance o vulgar, pero luego identificado como castellano. 

¿Cuáles crees que han sido los momentos históricos más relevantes para nuestra lengua y por qué?

El XIII, por la ingente tarea de escritura elaborada que impulsa el rey Alfonso X el Sabio; los Siglos de Oro, porque en ellos nace nuestro español como lo pronunciamos y entendemos hoy, y porque es la etapa en que florece nuestra literatura más representativa y relevante, y por último el siglo XVIII, con la fundación de la Real Academia Española y la aparición de un primer lenguaje científico o precientífico en español.

Todavía vemos muchos prejuicios lingüísticos, quien cree que se habla un español puro y otro impuro o incluso que hay clases entre hablantes. ¿Crees que se está haciendo suficiente para combatirlos?

Hace falta cultura lingüística, hay muy poca. Tenemos nociones de historia de la ciencia, de historia del arte, y sabemos de lengua en términos formales (verbos, adjetivos), pero hemos de tener cultura lingüística: conocer cómo son las lenguas del mundo y las lenguas de España, cómo surgió y cambió nuestra lengua actual, cómo es el español de América. Lo dijo Wagensberg: “ A más cómo, menos por qué”. 

¿Cómo se explica que el seseo o la h aspirada se hayan mantenido en Andalucía occidental, pero perdido en otras regiones?

El Reino de Sevilla, que agrupó en su momento a lo que hoy es Andalucía occidental (Huelva, Cádiz, Sevilla, algunos puntos de Extremadura) es en el XVI la capital del comercio con Indias, una capital alternativa en relevancia a Madrid, regada por la fertilidad de las naves que iban y venían de América y la posición que ocupaba la Casa de Contratación en el entramado administrativo de la monarquía hispánica. En esa época surge el seseo, en Sevilla, y la pérdida de la aspirada fuera de Sevilla. Andalucía tuvo la fuerza socioeconómica suficiente para prestigiar y mantener una forma lingüística distinta a la emanada de la corte: con seseos y sin pérdida de la aspiración.

De todas las historias que has contado para divulgar historia de la lengua, ¿con cuál te quedas?

Empatizo mucho con las historias que tienen un trasfondo, un eje humano en la narración: en El árbol de la lengua narro la historia de cierto cuadro de Zuloaga que viajó de la Italia fascista a Estados Unidos pero que retrataba a un navarro de las guerras carlistas; cuento también la historia de Lister, que dio nombre a la listeriosis, explico la parte humana del Cid Campeador o por qué las lesbianas han estado tan escondidas en los armarios de las palabra. Me gusta humanizar la historia de la lengua porque la lengua no existe fuera de nosotros, está en nosotros, por tanto, está vivida e incorporada a nuestro devenir. 

¿Qué nos dice la forma de hablar de los habitantes de los pueblos rurales que visitamos?

Mucho más de lo que nos parece. En una revista como esta, con núcleo en lo rural, tiene aún más sentido insistir en que los nombres de los ríos, los nombres de los pueblos y de los lugares asociados a ellos, ya son una primera gran fuente de información sobre su historia. Nos cuentan sobre los distintos estratos lingüísticos que ha habido en un lugar, ya que los nombres de persona y de dioses se renuevan pronto, pero los de lugares y los de ríos se mantienen más. Además de ello, el mundo rural, tradicionalmente más alejado de la norma estándar que emana de las ciudades, suele preservar rasgos lingüísticos que en la normal general se han perdido o diluido. La globalización lingüística afecta menos a tales entornos. Es un gran reservorio de prácticas, palabras y modos de comunicación particulares.

¿Se puede viajar con la lengua? ¿Hacia dónde?

A sitios que nunca existieron o a sitios reales. La literatura no es otra cosa que un pasaje de ida, armado con el equipaje que el escritor nos haya preparado, hacia lugares y con compañeros de camino que quizá nunca hemos conocido. Aparte, el propio conocimiento de nuestra lengua en todas sus etapas y geografías es un gran viaje de autoconocimiento. Muchos lectores, al terminar El árbol de la lengua, me cuentan que mi libro les ha hecho reflexionar sobre si son yeístas, o leístas, o sobre su caligrafía o sobre la forma en que manejan la lengua en distintos entornos. El mejor regalo que me llevo como autora es saber que han disfrutado en ese viaje que yo les planeé sin conocerlos.

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