En 2019, por segundo año consecutivo, Portugal se convirtió en el mejor destino turístico del mundo, según el prestigioso galardón de los World Travel Awards. En 2020, fue elegido como el mejor destino de Europa. Para nosotros, además, también es uno de los destinos más coloridos. Es decir Portugal y se nos llena la mente de colores. Para celebrar el apasionante cromatismo del país os regalamos cinco postales con mucho color. ¡Esperamos que os gusten!
1. Casas de colores de Costa Nova
Son las casitas de color más famosas de Portugal. Seguro que las has visto y has pensado que serían ideales para un anuncio de helados, ¿a que sí? Todas están pintadas igual, a rayas blancas y tonos vivos, rojo, verde, amarillo, azul, según la preferencia de cada dueño.
Se encuentran a tan sólo una hora de camino de Oporto, muy cerca de Aveiro, una ciudad costera conocida como la Venecia portuguesa por sus canales. Costa Nova es una larga lengua de arena paralela a la ría, en la zona turística de Rota da Luz. La playa es de las pocas vírgenes. Abierta al Atlántico, es ideal para pasear por su fina arena y para practicar deportes de vela y surf.
A estas deliciosas casitas se las conoce como “palheiros”, que en portugués significa “pajar” y en épocas pasadas era donde los marineros guardaban sus redes y demás aperos de pesca. No hay dos iguales. Lo curioso es que en el s. XIX los almacenes se pintaban de negro y ocre, más buscando la utilidad que la estética, pero, no sé sabe por qué, la cosa fue cambiando y los dueños fueron prefiriendo el color. Con la nueva estética, también llegó un nuevo uso y pasaron de almacén a residencia para el verano.
2. Palacio de Pena de Sintra
Sintra hizo las delicias de Lord Byron, y no es para menos por la profusión de palacios que hay en la zona. De todos ellos, el más famoso es el palacio da Pena. Con su personal paleta cromática –morado, burdeos, mostaza– destaca sobre la peña, rodeado por el verde del frondoso jardín. El conjunto tiene el aspecto de un palacio de cuento de hadas con su propio monstruo, el espectacular tritón que da paso al patio de los arcos. Si lo visitas coincidiendo con un cielo azul intenso, entonces, aún resalta más todo el colorido.
Esta fantasía romántica se construyó por orden del príncipe Fernando II de Portugal como residencia para la familia real. Se había enamorado de la zona de Sintra tras descubrirla en una excursión junto a su esposa, la reina María II de Portugal. Para la ubicación decidieron utilizar el mismo enclave de un antiguo monasterio de la Orden de San Jerónimo que había quedado en ruinas tras el terrible terremoto de 1755.
La construcción a cargo del barón de Eschwege fue lenta y muy costosa. Pero al final, el resultado fue un palacio exuberante, algo así como una antología de diferentes estilos arquitectónicos: puedes divertirte reconociendo elementos del neogótico, del manuelino, neorrenacentista o incluso colonial o islámico. Por su valor histórico y artístico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1995.
3. Águeda, la ciudad de los paraguas
Miles de paraguas de diferentes colores abiertos, ocupando todo el ancho de las calles, como si fueran papel de celofán, como si la luz flotara mágica. ¿Dónde? Pues en el centro de Águeda, a unos 250 kilómetros de Lisboa. Si no has visto esta maravilla cromática hasta el momento, tal vez sea porque no usas mucho Instagram, porque ha sido en esta red social donde el Umbrella Sky Project se ha hecho célebre y replicado en todo el mundo.
Cada año desde 2006 y durante todo el mes de julio, el Festival Agitágueda llena de color y animación las calles. Es una prueba palpable de cómo el street art está contribuyendo a poner en el mapa diversos lugares periféricos por los que, si no, nadie pasaría. Este evento se realiza en el centro, en la plaza 1 de Mayo y calles peatonales de alrededor, y a todo lo largo de la orilla del río. No se trata sólo de arte, también de numerosos conciertos y animaciones teatrales.
4. Almendros del Algarve
Los almendros del Algarve anuncian la llegada de la primavera igual que cada año la marmota Phil hace lo propio en Estados Unidos, si es que ve su propia sombra, como dice la tradición. Si no la ve, el invierno se alarga. En este rincón del sur de Portugal, son las delicadas flores de los almendros las que anuncian el cambio de estación.
La primavera llega a estas tierras bajo la forma de un espectacular manto de flores blancas y rosa pastel que parecen flotar en las ramas de los numeroso almendros. El resultado es un paraíso de color sin igual, ideal para una escapada romántica.
La leyenda sobre el origen de los almendros del Algarve cuenta la historia de Gilda, una princesa que se casó con el califa Ibn-Almundim. La princesa lloraba porque encontraba a faltar las nieves de su reino. El califa, enamorado, o cansado de tanto lloro, hizo plantar los almendros, para que florecieran emulando a la nieve.
Los almendros cubren las tierras del Barrocal, por lo que hay que aprovechar para visitar Silves, en las faldas de la sierra de Monchique. Esta localidad fue la capital árabe del Algarve; y el castillo, el lugar donde residió la princesa a la que le debemos este espectáculo colorido de Portugal.
5. Las viñas de la ribera del Duero, del verde al marrón
Hay colores que se saborean, y no estamos hablando de sinestesias extrañas ni de metáforas. Es literal, el verde del Duero tiene sabor. Ocurre que las viñas se van dorando al sol hasta que madura la uva con la que se hace uno de los vinos más famosos del mundo, un tinto robusto y con tonos minerales.
Desde Oporto hasta Pinhão, el valle más famoso de Portugal pinta el paisaje de un verde profundo que, conforme avanzan los meses, va cobrando muchos otros matices. En diversos parajes, el río se mueve entre montañas cuyas laderas son terrazas escalonadas de tierras limosas y calizas, construidas para ubicar las viñas.
Es un paisaje de excepcional belleza y muy colorido. Las viñas adquieren su color verde entre abril y mayo, que es cuando suele coincidir la foliación. En cambio, si se visita la ribera del Duero tras la vendimia, el paisaje será completamente marrón. Este ciclo se viene repitiendo desde siglos atrás. Y precisamente, por esta larga tradición, la Unesco reconoció a la región como Patrimonio de la Humanidad, en la categoría de paisaje cultural, en diciembre de 2001.
José Alejandro Adamuz