Mértola y el Guadiana fronterizo en Portugal
Escrito por
16.08.2019
|
8min. de lectura
Mértola, que fue llamada Myrtilis por Julio César, se eleva en un pequeño altozano sobre el costado derecho del Guadiana. Hoy ya no quedan en el río aquellos esturiones que se acuñaron en las monedas romanas, pero la ciudad da fe de su glorioso pasado.
Las últimas curvas de la carretera N 122 que nos trae desde Odeleite nos deparan una visión subyugadora. De repente, junto a los bajos montes de la sierra de Alcaria Ruiva aparecen Mértola y el río Guadiana, cuyas aguas reflejan las casas de bajos tejados de esta villa que los árabes convirtieron en el extremo final de la parte navegable del curso fluvial del río. Desde aquí, hacia el sur, al Guadiana le quedan unos cincuenta kilómetros para encontrar el mar, pero nosotros debemos disfrutar aún con los atractivos de Mértola.
Ojo: dicen que aquí se hace el mejor pan de Portugal. Una decena de panaderías demuestran que esto es probablemente real. El desayuno de un buen café con pan y aceite… es obligado.
Si llegamos pronto desde la orilla izquierda, la foto es perfecta. El sol baja poco a poco hasta el rio y la ciudad va tomando vida. Los numerosos museos que la pueblan y que la convierten en una Villa-Museo. Además, Mértola es el corazón del Parque Natural do Vale do Guadiana, una extensión de casi 70.000 hectáreas que es atravesada por el río de norte a sur.
En esta villa encontramos los museos que nos recuerdan el paso de los romanos, los árabes y los paleocristianos, pero también debemos disfrutar con su castillo medieval, que está construido sobre estructuras islámicas y desde el que disfrutamos de unas espléndidas vistas. Las casas de piedra y cal blanca nos introducen en ese ambiente rural que tanto seduce a los urbanitas deseosos de recuperar el pasado, o al menos acumular un puñado de nuevas buenas experiencias.
Sin embargo, el edificio más notable de Mértola es la Iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación, que tras su forma cuadrada y fachada blanca en realidad esconde un origen distinto: estamos ante una antigua mezquita edificada en el siglo XI, que fue transformada en templo cristiano en el siglo XIII, pero que conserva su estructura almohade, el mihrab y la pared de la quibla.
El pasado islámico del lugar se manifiesta también en el museo Islámico de Mértola, que acumula lápidas, joyas y cerámicas medievales, y que encuentra su perfecto balance en el Museo de Arte Sacro y el Paleocristiano.
Además de la cultura, esta afable villa portuguesa nos sirve para tomar e imbuirnos de la naturaleza en el Parque Natural del Valle del Guadiana, donde se dan cita la flora y fauna –linces incluidos– alimentada por el curso del preciado río. En total, ningún enclave de esta ruta dista demasiado de nuestro punto de arranque, una localidad romántica imbuida por la herencia de diversos pueblos que han dejado su impronta en la historia.
En lo que respecta al parque, se trata de un área protegida que se extiende no solo por Mértola, protagonista de nuestro viaje y verdadero centro de operaciones, sino también por otras localidades como Serpa. Ambos pueblos se encuentran en la ribera del río y sirven de enclaves humanos para una naturaleza frondosa y exuberante, típica de una cuenca hidrográfica, y que en realidad es la verdadera protagonista de la región.
La llanura solamente rota por el valle del río y la Sierra de Alcaria Ruiva, Barão y Alvares es el hogar para diversas especies de plantas entre las que destaca el famoso trébol de cuatro hojas, que esperamos sea el símbolo perfecto de nuestro viaje, y una frondosidad que invita a perderse entre los árboles.
Desde la Rua da Igreja salimos hacia el norte, aguas arriba del Guadiana. Nuestro destino es Pulo do Lobo, el mayor salto de agua del sur del país. Recorremos los tres primeros kilómetros por la N 122, en dirección a Beja, aunque nos desviamos hacia Corte Gafo para proseguir el viaje a Amendoeira da Serra, aldea desde la que sale un camino de arena que atraviesa los escarpados bosques que nos llevan hasta la orilla derecha del Pulo do Lobo, desde donde otra pequeña carretera lleva hasta Serpa. En primavera un lugar maravilloso!
No faltan las referencias literarias. Alabada por el mismísimo Saramago, las aguas del Guadiana caen a más de veinte metros de altura en Pulo do Lobo, y hacen para desembocar entre escarpadas rocas y un lago que está preso entre peñascales. Es un espectáculo único, lo más sobresaliente del Parque Natural, el de esta cascada legendaria (se dice que un lobo al que intentaban dar caza la traspasó de un salto) convertida ya en una de las más preciadas atracciones naturales del Alentejo.
Recorremos en sentido inverso los 25 kilómetros que nos llevaron hasta el Pulo do Lobo, aún con el recuerdo de los vuelos que los buitres leonados dibujan en el cielo. Una vez que hemos vuelto a Mértola, llega la hora de girar hacia el este y coger el asfalto de la N 265, carretera que nos lleva hasta el embalse de Tapada Grande y el pueblo de Mina de São Domingos.
En Tapada Grande encontramos una playa fluvial ideal para una nueva parada. La zona de ocio habilitada a tal efecto nos invita a ello, al relax, ofreciendo el complemento ideal al espectáculo cultural de Mértola, convertida ya en nuestra base de operaciones. Cuando sientan lo cálidos que pueden ser los veranos en el Alentejo, comprenderán el alivio de esta parada.
Una sensación de desasosiego muy distinta le invade a uno al llegar a São Domingos, ya que parece que estamos en un pueblo fantasma, dejado por el olvido del hombre; sin embargo, aún pervive el recuerdo de cuando aquí estuvo una de las minas más importantes de Portugal.
Incluso si recorremos la carretera que va a Montes Altos podemos seguir el trayecto de las vías que seguía el ferrocarril que transportaba los minerales hasta el puerto fluvial de Pomarão, ya en la frontera con España. Si levantamos la vista, vemos que aquí tienen su “hogar” numerosas águilas de Bonelli, buhos y cigüeñas, con un turismo internacional de bird watching muy interesante.
Existe una notable infraestructura turística, no obstante, para que esta parada en las minas no dinamite nuestra expedición. Pequeños y cucos hoteles como la Casa da Torre disponen de todos los servicios existentes en una gran ciudad y algunos más, como la propia soledad y el silencio que el paisaje nos impone como un telón. Tener banda ancha de internet y disfrutar del silencio del campo no es incompatible.
De vuelta a Mértola, que ha sido nuestro romántico campamento base durante esta ruta, no podemos marcharnos sin antes dar una vuelta por sus tiendas para comprar algún regalo típico, que van desde las mantas de lana a joyas y cerámicas que siguen los diseños de los antiguos pobladores de estas tierras. No todo va a ser herencia cultural legendaria en nuestro viaje.
Aquí, restaurantes como el Tamuje (Tlf: +351 286 611 115) o Casa Arnela reivindican la gastronomía local de influencia judía y árabe pero sin liquidar la economía del turista, y en casi todos los casos con un trato agradable para el cliente. ¿La tónica general del Alentejo?
Comida casera fundamentada en la carne de vacuno y el cordero, además del queso de cabra, pero con una oferta variada de pescados. No es difícil encontrar un lugar donde comer resulte una experiencia auténtica y abundante, y además a buen precio.
Si queremos un restaurante con vistas probaremos con Terra Utópica (+351 962 813 980), que no rompe esa línea de (buena) sencillez general, pero que resulta especialmente ideal si lo que queremos es un buen bacalao fresco típico de la región.
Aquí la oferta de ocio no se queda en lo típico, sino que podemos introducirnos realmente en el día a día de de la comunidad. La oferta de exposiciones de arte no envidia la de ciudades mucho mayores, y el empedrado de las calles crea esa clase de ambiente que invita al paseo.
De alguna manera, la mezcla de cultura islámica, visigoda, romana y cristiana ha florecido en Mértola de tal manera que no resulta ininteligible, sino que simplemente invita a quedarse.
Pedro Madera
Etiquetas
Si te ha gustado, compártelo