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Si bien pareciera que llevamos siglos dando por sentado la existencia de meteoritos, no fue así. La primera caída de un meteorito en ser aceptada como genuina y que, en efecto, procedía del espacio exterior, tuvo lugar el 16 de junio de 1794, en Siena. Muchos nobles y académicos ingleses fueron testigos del evento y las evidencias parecían incontestables.
Desde entonces, hemos ido aprendiendo que la Tierra está siendo bombardeada por materia extraterrestre todos los días. Afortunadamente, la mayoría de cuerpos son microscópicos y se desintegran al tratar de cruzar nuestra atmósfera (creando ese fenómeno tan pirotécnico que popularmente llamamos “estrellas fugaces”). Con todo, anualmente hay una parte importante que llega a la superficie de nuestro planeta. Según los últimos cálculos realizados por investigadores del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) y la Universidad de Paris-Saclay, estamos hablando de varias toneladas anuales.
Una mínima fracción de esta materia se precipita en forma de grandes bloques que causan estragos al impactar en la superficie. Sin embargo, muchos de los meteoritos, dado que la mayor parte de la superficie está formada por mares y océanos, caen en el agua o en zonas deshabitadas, así que raramente somos conscientes de sus impactos. De hecho, apenas han causado víctimas humanas. Los grandes impactos han sido, de momento, cosas del pasado. Como el meteorito que marcó la extinción de los dinosaurios hace 66 millones de años, el el llamado meteorito de Chicxulub.
Con todo, meteoritos mucho más pequeños han caído en todos lados, también en la Península ibérica.
El meteorito Zaragoza
En la década de 1950 se encontró un meteorito de 162 kilogramos de masa en España. Hasta ahora, es el meteorito más masivo que se ha encontrado en nuestro país, y fue bautizado como meteorito Zaragoza porque había sido localizado en esta provincia. Concretamente, en la Almunia de Doña Godina, una localidad y municipio, capital de la comarca de Valdejalón.
El problema es que apenas disponemos de un mínimo fragmento del meteorito, que actualmente se exhibe en el Museo Geominero de Madrid, cuyo propósito es el estudio y difusión del patrimonio geológico, mineralógico y paleontológico español. Al parecer, los restos fueron adquiridos en el año 2013 en Alemania, pues el meteorito original había sido cortado en pequeños fragmentos para ser vendidos a coleccionistas.
Esta situación es habitual con los meteoritos de gran tamaño, porque detrás de ellos hay auténticos cazadores de meteoritos. Como es el caso de Michael Farmen, quien parece que lo adquirió en 2006 en una feria de Múnich. No en vano, el precio de los meteoritos puede llegar a alcanzar precios exorbitantes pues, no depende solo de su masa, sino de los elementos que lo constituyen. Una condrita pequeña (un meteorito rocoso común) cuesta unos 25 dólares. En 2007, Robert Ward halló un meteorito de 14,5 kg en Nuevo México, una palasita de acero y níquel que tenía incrustaciones de cristales de olivina. Su precio respecto a la condrita básica se multiplicó por mil. Los precios también aumentan en función del interés que despierta en los licitadores, algunos de los cuales son famosos como Nicolas Cage o Steven Spielberg.
Dejando a un lado la vertiente crematística, los meteoritos son también muy codiciados por los científicos, porque en sus entrañas esconden secretos que revelan claves sobre el universo. Así que muchos laboratorios también acaban pagando sumas de dinero por los meteoritos que encuentran los cazadores de estas piezas extraterrestres.
Con todo, si paseando por España te encuentras con lo que parece un meteorito, entonces se desaconseja cogerlo a no ser que lo hagas con herramientas profesionales. El peligro no reside en que pueda estar caliente (al llegar al suelo ya está frío), ni que pueda ser peligroso de alguna manera para el ser humano, sino al contrario: los humanos somos peligrosos para los meteoritos. O más concretamente, los microbios que viven en nuestra piel. Es decir, que podríamos contaminar cualquier materia orgánica que pudiera traer consigo el meteorito.
Si encuentras uno y no quieres perder su localización, puedes introducirlo en una bolsa de plástico sellada (sin tocarlo) y enviarlo al equipo de investigación más cercano. Además, la ley de Patrimonio Nacional de 2007 le ha adjudicado el estatus de fósil a cualquier meteorito que se encuentre en nuestro territorio, como el que ostenta cualquier piedra hallada en un yacimiento arqueológico.
Los otros grandes meteoritos españoles
El meteorito Zaragoza es un siderito, nombre que se otorga a los cuerpos celestes que caen en la tierra y que tienen un contenido de hierro superior al 90%. Su rareza, sin embargo, reside principalmente en su enorme masa. Al menos, la original, antes de que fuera troceado para ser comercializado y subastado.
Con todo, hay otros dos meteoritos españoles que rivalizan con el de Zaragoza en tamaño. En primer lugar, el meteorito de Olivenza, un meteorito condrítico que se precipitó a un par de kilómetros al oeste de Olivenza (Badajoz), a las nueve de la mañana el 19 de junio de 1924. Tiene una masa de 150 kg. La mayor parte de ella se encuentra en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid.
En tercer lugar, con 144 kg de masa, tenemos el meteorito de Molina. Otro meteorito condrítico que cayó en 1858 en Molina de Segura. Concretamente, el avistamiento tuvo lugar a las 2:45 de la madrugada del 24 de diciembre. Algunos de los testigos señalaron que se oyó un gran ruido “como el de un cañonazo”, acompañado de un temblor de tierra parecido al que ocasiona un terremoto. En 1863 la reina Isabel II aceptó donar el fragmento más grande (112,5 kg) al Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, donde se exhibe desde entonces.
Nuestros orígenes
El hallazgo de meteoritos no sólo resulta anecdótico, o incluso, en algunos casos, permite aumentar el caudal turístico de una localidad. También es una muestra más de lo pequeño que es nuestro mundo y lo que queda por saber del resto del universo. Por esa razón, los meteoritos nos permiten también conocer nuestros orígenes, saber cómo eran las cosas incluso antes de que existiera la Tierra.
Porque el objeto más antiguo de la Tierra no es una pieza de museo, ni tampoco es un pedazo de materia de nuestra corteza terrestre. Lo más antiguo de la Tierra vino del espacio. En julio del año 2000, en el lago Tagish de Canadá se precipitó un pequeño meteorito que ahora tenemos a buen recaudo. Este objeto caído del cielo tiene 4.500 millones de años, es decir, la edad de la Tierra, mil años arriba, mil años abajo.
Se estima que el meteoroide Tagish Lake debió haber tenido 4 m de diámetro y 56 toneladas de peso antes de entrar en la atmósfera de la Tierra. El 97% del meteorito se vaporizó transformándose mayoritariamente en polvo estratosférico. Poco más de 10 kg (alrededor del 1%) fueron encontrados y recolectados. 850 g son actualmente conservados en la colección del Museo Real de Ontario y la Universidad de Alberta. Contiene abundante materia orgánica, incluyendo aminoácidos. Y más nanodiamantes que ningún otro meteorito.
Es una rareza de otro mundo, como el resto de meteoritos con los que nos topamos. De momento, pistas que seguir para comprender el universo siempre y cuando no sea demasiado grande como para arrasar nuestro planeta.
Sergio Parra
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