El Monasterio de Piedra, el origen del chocolate a la taza en Europa
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30.03.2024
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Si hay una pareja gastronómica venerada en España es la compuesta por el churro y el chocolate a la taza. Para merendar en Carnaval, para desayunar a primera hora del uno de enero después de celebrar la Nochevieja, para quitarse el frío de una tarde de invierno o solo porque sí. En realidad, no hace falta buscar una excusa para mojar ese manjar frito en esa bebida vigorizante: la suma de ambos elementos aporta calorías como para hacer una ruta de montaña sin perder el aliento (aunque no sea la actividad más habitual). Costará encontrar en el país a personas que digan que no a esta tentación.
El origen del churro no está muy claro. Hay quien señala que podría venir de China, aunque su receta original podría ser de los árabes. Se sabe que en el siglo XIX, al menos en Madrid ya se consumían en las ‘buñolerías’ que se encontraban por toda la comunidad, pero no hay teorías en firme realmente.
Lo que sí se sabe es que el cacao llegó a España desde América en 1534, a manos de Fray Jerónimo Aguilar, un monje que acompañó a Hernán Cortés en su viaje al otro lado del Atlántico. Supuestamente, Cristóbal Colón había probado este alimento en su incursión pero no le gustó el sabor y no lo popularizó, por eso tardó en llegar a las cocinas.
Fue el abad del Monasterio de Piedra, ubicado en Nuévalos, Don Antonio de Álvaro quien se atrevió a probar las posibilidades gastronómicas del cacao. Hasta entonces la manera de endulzarlo (sin un edulcorante su sabor puede ser muy amargo) era echándole miel, pero el monje dio con la mezcla perfecta al añadirle azúcar, canela y vainilla.
Así, creó el chocolate a la taza que revolucionaría los caprichos de los europeos y la alimentación de sus creadores religiosos, ya que la iglesia no lo tenía en su lista de productos prohibidos durante la época de ayunos (quizá aún no se habían señalado sus propiedades afrodisíacas).
No tardó en llegar a los salones de la aristocracia europea, según se dice gracias a una princesa española que lo llevó a Versalles. Como todo lo bueno, hizo furor entre los paladares acostumbrados a los manjares. Asimismo, también se le atribuyeron virtudes medicinales y hasta el siglo XIX se consideró un buen digestivo.
El edificio donde nació el chocolate a la taza
Si bien los aromas y los sabores que nacieron en el interior del edificio son del todo remarcables, la propia edificación no lo es menos. Su historia se remonta a la segunda mitad del siglo XII ya que, en 1186, Alfonso II de Aragón y su esposa, Sancha de Castilla, donaron a los monjes de Poblet el Castillo de Piedra (castrum Petrae) para crear un monasterio cisterciense. Tras varias idas y venidas de ubicación, finalmente el conjunto que hoy se conoce se consagró en el año 1218.
El estilo arquitectónico dominante es el gótico cisterciense, que destaca por sus líneas austeras y sencillas. El edificio central es la iglesia y a su alrededor están las estancias monacales: sala capitular, cillería o almacén, cocina, refectorio y calefactorio, entre otras. Los visitantes pueden conocerlas en el recorrido monumental por el antiguo claustro. Así, también se pueden ver restos de otros estilos como el mudéjar o el barroco.
En el interior del edificio, además de los espacios mencionados, hay dos salas museísticas: la exposición permanente ‘Historia del Chocolate en Piedra’, que se puede ver en la cocina (no había mejor sitio) y el museo del vino D.O. Calatayud. Esta bebida forma parte de la historia de la zona desde el siglo II a.C. y los monjes, siempre buenos comerciantes, impulsaron el cultivo de vid y el funcionamiento de las bodegas desde finales del siglo XIII.
La muestra está incluida en la Ruta del Vino de Calatayud. Asimismo, en la sala de carruajes se puede ver una colección de estos vehículos de finales del siglo XIX. Además, el conjunto monumental también incluye la fachada antigua de la hospedería, la abadía, la torre del homenaje y la muralla perimetral.
El entorno del Monasterio de Piedra
Los monjes chocolateros no solo tuvieron el privilegio de alimentarse con ese manjar americano y alojarse dentro de los muros de uno de los conjuntos arquitectónicos más valorados del país. Además, pudieron disfrutar de un entorno natural espectacular que ahora se conoce como Parque Natural del Monasterio de Piedra. El agua del río homónimo nutre a su flora y su fauna además de crear impresionantes saltos, lagos, grutas y arroyos.
En en 1843, Don Pablo Muntadas Campeny adquirió el monasterio y su hijo, Don Juan Federico Muntadas, fue transformando poco a poco el paisaje: la huerta de los monjes se convirtió en un jardín paisajista, construyó una pionera piscifactoría en 1867 y transformó las estancias monacales en departamentos hosteleros y de hidroterapia.
Probablemente, la cascada más famosa sea la conocida como Cola de Caballo, que en su interior esconde una cueva natural llena de estalactitas. Los aficionados a los saltos de agua tampoco querrán perderse la cascada Iris, que también tiene su propia gruta, así como la llamada Sombría o la de los Chorreaderos. La tranquilidad reside en el lago de los patos y, por supuesto, en el lago del espejo. Hay diferentes recorridos propuestos por los responsables para conocer a fondo el espacio.
El parque fue declarado Paraje Pintoresco Nacional el 28 de diciembre de 1945, pero en 2010 el Gobierno de Aragón le atribuyó el título de Conjunto de Interés Cultural en la categoría de Jardín Histórico. Además, en 1983 fue catalogado como Monumento Nacional (ahora Bien de Interés Cultural) y en 2011, obtuvo la Medalla al Mérito Turístico otorgada por el Gobierno de Aragón. Más de 250.000 personas se acercan cada año a este rincón aragonés y con razón.
Carmen López
Soy periodista y escribo sobre cosas que importan en sitios que interesan desde hace más de una década.
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