San Juan de la Peña, el monasterio que escondió el Santo Grial
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06.05.2024
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Cuna de Aragón, panteón de reyes, guardián del Santo Grial, custodio de secretos y leyendas… Sobran los motivos para visitar el Monasterio de San Juan de la Peña, en Botaya, muy cerca de Jaca. Por si la singularidad y la espectacularidad de este edificio milenario, encajado bajo una gran roca, no fueran ya razones suficientes para acercarse a conocerlo.
El monasterio viejo es una proeza de la arquitectura medieval, cuyos orígenes datan del siglo X. Su impresionante claustro románico, asomado al Pirineo, deja huella en la memoria de sus visitantes. Está situado en un recóndito enclave, ahora protegido, en la rama aragonesa del Camino de Santiago.
El edificio impacta nada más verlo. Se construyó en el monte Pano, bajo un gran peñasco que amenaza con aplastarlo en cualquier momento. De hecho, cada día se recogen los fragmentos de roca que se desprenden de la peña. Pero allí lleva un milenio, siendo escenario de la Historia aragonesa y guardando con celo sus leyendas. ¿Damos una vuelta por alguna de ellas?
Un origen envuelto en el misterio
La primera de estas leyendas está relacionada con su ubicación. ¿Por qué levantar un monasterio en este punto tan recóndito, que ofrece tantas dificultades? Como decimos, no deja de ser una leyenda, pero el suceso de San Voto ofrece una explicación y, de paso, añade su mística al lugar.
Relatan que estaba el joven noble de cacería cuando, persiguiendo un ciervo herido junto a un acantilado, fue a parar a una misteriosa cueva. Al adentrarse en ella, encontró el cuerpo sin vida de Juan de Atarés, un ermitaño que había sido dado por desaparecido. Junto a él figuraba la siguiente inscripción: “Soy Juan. El primer ermitaño de este lugar, que por amor de Dios construyó esta iglesia en honor a San Juan Bautista. Aquí descanso, Amén”.
Voto quedó abrumado por su hallazgo. Sintió una revelación. Volvió a Zaragoza y convenció a su hermano Félix para retirarse como ermitaños al lugar. Antes, repartieron sus bienes entre los pobres. De esta forma, pusieron la primera piedra de una edificación clave en la historia de Aragón.
Un desarrollo impulsado por nobles y reyes
Tras una primera etapa marcada por la austeridad y la vida contemplativa, otros eremitas se fueron uniendo a los hermanos y la iglesia original fue ganando importancia. El asentamiento primitivo pronto se quedó pequeño, así que se fue ampliando durante los siguientes siglos con nuevos edificios. Los dos primeros fueron la iglesia inferior, cuya consagración está documentada en el año 920, y la llamada sala de los concilios. Mal llamada, por cierto, ya que nunca llegó a acoger uno, o al menos no está comprobado. Esta estancia dominada por arcos y bóvedas se acabó usando como dormitorio de los monjes.
La iglesia inferior, de estilo mozárabe, está excavada en la roca. Todavía conserva frescos medievales, que han soportado el paso de los siglos en un ambiente muy húmedo. Cuando se construyó una nueva iglesia, la original comenzó a utilizarse como cripta para monjes y abades.
A partir del siglo XI, el monasterio tomó impulso de la mano de los reyes Sancho el Mayor y Sancho Ramírez. Este último promovió la construcción de la iglesia superior, mucho más amplia que la anterior. Sus elementos más destacados son sus tres profundos ábsides excavados en la roca. Aquí tuvo lugar otro de los momentos clave en la historia del monasterio: por iniciativa del propio monarca, se celebró en el año 1071 la primera misa según el rito romano en la península ibérica.
San Juan de la Peña se convierte en centro de poder
Queda claro que los nobles y los reyes de la época decidieron establecer el monasterio como centro de poder político y religioso. Y además, utilizarlo como lugar de descanso eterno, como atestiguan los dos siguientes edificios que se construyeron: el Panteón de Nobles y el Panteón de Reyes.
El primero acogió en sus lápidas de piedra los restos del Conde de Aranda, entre otros insignes personajes de la época. En el segundo están enterrados los tres primeros reyes de Aragón: Ramiro I, Sancho Ramírez y Pedro I. Tras quedar muy afectado por un incendio (una lacra que ha asolado el monasterio en repetidas ocasiones), en el siglo XVIII se decidió construir el actual Panteón Real, de estilo neoclásico.
Para consolidar su importancia, según la costumbre, el monasterio fue escogido como custodio de valiosas reliquias y grandes obras de arte. Algunas de ellas, rescatadas durante las restauraciones, se exponen en un pequeño museo acondicionado en las antiguas celdas monacales. Podemos contemplar, por ejemplo, los sarcófagos de los Reyes, el traje mortuorio del Conde de Aranda o varias cerámicas de Muel del siglo XVI.
Una leyenda aumentada con la presencia del Santo Grial
Sin duda el objeto que más alimentó la leyenda de San Juan de la Peña es el archifamoso Santo Grial, el cáliz que supuestamente usó Jesucristo en la última cena. El cáliz ha sido siempre considerado un objeto de poder, codiciado por grandes gobernantes que le atribuían poderes. Por ejemplo, dicen que encontrarlo fue una de las grandes obsesiones de Adolf Hitler. En todo caso, el Santo Grial ha sido siempre protagonista de intrigas y leyendas, envueltas en el misterio.
En la versión más aceptada por los expertos, el cáliz fue trasladado en el siglo III a Huesca, donde quedó bajo la protección de sus obispos. Posteriormente, ante la amenaza del avance sarraceno en la península ibérica, el Grial fue escondido en diversos emplazamientos, hasta que llegó a San Juan de la Peña en el año 1076.
El cáliz de la última cena permaneció aquí durante tres siglos, alimentando mitos y leyendas medievales, hasta que fue trasladado a Zaragoza en el año 1399 y posteriormente a Valencia, donde por aquella época se estableció la capital de la Corona de Aragón. Actualmente, el monasterio expone una réplica del objeto. El original se guarda en la Catedral de Valencia.
El claustro y sus capiteles, una auténtica biblia en piedra
La visita al monasterio culmina con el impresionante claustro románico, su elemento más emblemático y estudiado. El claustro, que data del siglo XII, está construido directamente bajo la roca (como hemos explicado, soporta cada día la lluvia de piedras). Aunque antiguamente existía un muro de cerramiento, en la actualidad está abierto al exterior, por lo que además ofrece unas magníficas vistas del Pirineo.
Se conserva aproximadamente la mitad de la estructura original de arcos y columnas. Sus capiteles de piedra forman un conjunto único de detalladas escenas religiosas, que componen una auténtica biblia en piedra.
Estos capiteles se atribuyen a varias escuelas, siendo los más distintivos los cincelados por un artista anónimo de la época, el llamado maestro de Agüero. Sus peculiares personajes de ojos saltones son muy característicos. Aunque han sufrido daños con el paso del tiempo y su disposición no corresponde con la original, merece la pena detenerse en ellos e ir descubriendo sus ricos detalles.
El monasterio nuevo, el abandono y la recuperación de San Juan
Tras la reconquista, a medida que la capital de Aragón se iba desplazando cada vez más al sur, San Juan de la Peña fue perdiendo importancia para los gobernantes. Esto motivó una progresiva decadencia del monasterio, que fue perdiendo también el soporte de los nobles, más interesados en estar cerca del poder. La degeneración del cenobio tuvo su punto álgido en febrero de 1675, cuando un gran incendio lo asoló durante tres días.
San Juan de la Peña quedó tan arrasado que se decidió construir un nuevo monasterio en la parte superior del peñasco, en la llamada pradera de San Indalecio. El nuevo edificio fue inaugurado en 1682. El monasterio nuevo no viviría los años de esplendor de su antecesor y también acabaría entrando en declive, hasta que dejó de utilizarse en 1835.
En la época moderna, el lugar fue abandonado a su suerte durante más de un siglo y medio. Hasta que, hace ahora 40 años, el Gobierno de Aragón apostó decididamente por rehabilitarlo y comenzó una profunda restauración. Hoy, el monasterio nuevo ya no acoge monjes, sino un moderno y funcional centro de interpretación. Y el monasterio viejo, para deleite de los visitantes, ha recuperado gran parte del esplendor que lo situó durante décadas como centro de poder de Aragón.
Miguel Perez
Me encanta el fútbol, leer, viajar, descubrir nuevos destinos y contártelos
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Los ojos saltones de las figuras esculpidas representan, como en el Beato de Liébana, que los personajes ya gozan de la Visión Beatífica, es decir, que están en el Cielo, en la presencia de Dios.
No ha habido mejores artistas abstractos que los medievales.
Gracias por el aporte, Carlos Emilio. ¡Muy interesante!