Una palabra alemana muy útil, pero sin equivalente en castellano, es sitzfleisch. Su traducción literal es «carne de asiento», pero, en sentido figurado, se refiere a la capacidad de sentarse pacientemente durante largas horas para lograr algún reto.
Sitzfleisch connota perseverancia y resistencia. Para ganar una partida de ajedrez, resolver un problema matemático complejo o escribir un libro se requiere sitzfleisch. También se usa para describir la paciencia necesaria para superar un largo evento o actuación.
EL MITO DE LAS DIEZ MIL HORAS
Huérfano de dones artísticos genuinos, hay quienes tratan de convocarlos con el sacrificio y la repetición, como hacen los fakires, que recurren a la monotonía de las sensaciones, como el sonido de un gong, las danzas o la austeridad, para alcanzar el estado de conciencia idóneo.
La perserveracia, la transpiración, la paciencia y la concentración, después de todo, está detrás de la mayor parte de los grandes logros. Muy pocos son fruto de la casualidad o la serendipia (y cuando lo son, normalmente es porque nos pilla trabajando en otra cosa).
Así es como nació la idea de que si inviertes al menos diez mil horas en una actividad alcanzarás un grado de desempeño admirable (eso supone una práctica sostenida de unos diez años de vida). La semilla de la regla de las diez mil horas fue un estudio de 1993 de violinistas y pianistas que encontró que el tiempo de práctica acumulado aumentó la destreza musical. La idea fue popularizada más tarde en el libro de Malcolm Gladwell, del año 2008, Fueras de serie. El neurólogo Daniel Levitin lo expresa así en su libro El cerebro y la música:
La imagen que surge de tales estudios es que se requieren diez mil horas de práctica para alcanzar el nivel de dominio propio de un experto de categoría mundial, en el campo que fuere. Estudio tras estudio, trátese de compositores, jugadores de baloncesto, escritores de ficción, patinadores sobre hielo, concertistas de piano, jugadores de ajedrez, delincuentes de altos vuelos o de lo que sea, este número se repite una y otra vez. Desde luego, esto no explica por qué algunas personas aprovechan mejor sus sesiones prácticas que otras. Pero nadie ha encontrado aún un caso en el que se lograra verdadera maestría de categoría mundial en menos tiempo. Parece que el cerebro necesita todo ese tiempo para asimilar cuanto necesita conocer para alcanzar un dominio verdadero.
Parece, pues, que diez mil horas de práctica, diez años de tesón e ilusión, es el mínimo requerido para que una persona alcance la excelencia en la realización de una tarea compleja. Sin embargo, permanecer sentado, concentrado, sin distracciones, es cada vez más difícil. El síndrome FOMO asoma el hocico cada poco: una patología psicológica descrita como «una aprensión generalizada de que otros podrían estar teniendo experiencias gratificantes de las cuales uno está ausente». Lo que la socióloga del MIT Sherry Turkle llama «intolerancia a la soledad». La necesidad de tomar el smartphone cada poco, o recibir loops de dopamina en forma de likes en nuestras redes sociales.
La buena/mala noticia es que probablemente lo de las diez mil horas es un mito. La práctica te hace mejor que ayer, la mayoría de las veces. Sin embargo, puede que no te haga mejor que los demás. Porque no todo es práctica. Ni siquiera todo depende del azar. También hay otros factores: genéticos, medioambientales, meméticos, etc. Para probar si realmente practicar muchas horas, en este caso con el violín, era lo más importante para ser excelente tocando el violín, se realizó el siguiente estudio. Entrevistaron a tres grupos de 13 violinistas calificados como mejores, buenos o menos hábiles sobre sus hábitos de práctica, antes de que completaran diarios de sus actividades durante una semana.
Si bien los violinistas menos hábiles registraron un promedio de aproximadamente 6.000 horas de práctica a la edad de 20 años, había poco que separara los buenos de los mejores músicos, y cada uno registraba un promedio de aproximadamente 11.000 horas. En total, la cantidad de horas dedicadas a practicar representó aproximadamente una cuarta parte de la diferencia de habilidades en los tres grupos:
Los factores dependen de la habilidad que se aprende: en el ajedrez podría ser inteligencia o memoria de trabajo, en el deporte puede ser cuán eficientemente una persona consume el oxígeno. Para complicar aún más las cosas, un factor puede conducir a otro. Un niño que disfruta de tocar el violín, por ejemplo, puede estar feliz de practicar y concentrarse en la tarea porque no lo percibe como una tarea.
Así pues, el sitzfleisch, si bien es importante, no lo es todo. Eso sí: nos sirve para ampliar, también, nuestro vocabulario. El alemán es así de original. Capaz de expresar algo que en otros idiomas simplemente no se puede entender, como schadenfreude (sentir placer por el dolor de otra persona), wanderlust (el deseo de viajar) o doppelgänger (parecido o clónico).
Sergio Parra
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