Cosas en las que fijarte cuando visitas un castillo
Escrito por
11.05.2023
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Hay un lugar que se llama Castilla y que a pesar de que su nombre está bien ganado, no contiene la provincia de España con mayor número de castillos. Esa primera posición corresponde a Jaén. Eso sí, extendiendo la denominación de castillo a torres de vigilancia, atalayas y otro tipo de fortificaciones. De hecho, muchas de estas construcciones defensivas han ido evolucionando con el paso del tiempo de simples torres a imponentes castillos y de castillos a lujosos palacios.
En España tenemos la suerte de contar con multitud de castillos, de muchos tipos y épocas, aunque en distintos estados de conservación. No están repartidos de forma homogénea por todo el territorio, ya que lo que fue frontera durante la Reconquista, por ejemplo, tiene una mayor densidad de ellos. Lógicamente, porque eran esenciales para ir consolidando lo conquistado. No es extraño, en cualquier caso, tener un castillo a unos pocos kilómetros de casa, encontrar uno en cualquier pueblo que uno visita o verlos como enormes vigilantes desde un alto mientras viajamos.
Así que repasemos algunos detalles en los que fijarnos la próxima vez que visitemos un castillo o nos encontremos frente a uno. Eso sí, los elementos más comunes y conocidos los pasaremos por alto por su obviedad, como las almenas, que permitían atacar desde lo alto y con cierta protección, el foso o el rastrillo.
En términos generales, cuando un atacante trataba de asaltar un castillo sabía que se iba a tener que enfrentar con una cadena de elementos defensivos pensados para que no consiguiera su objetivo. Desde la propia muralla hasta detalles como puertas, giros o escaleras.
Barbacana
Habitualmente, a los lados de las puertas hay dos salientes, algo así como dos torres pegadas al muro y que sobresalen de este. Eso son las barbacanas. Son elementos adelantados que permitían defender con mayor efectividad, con mejor ángulo, los accesos al castillo o el paso de los puentes.
Hay que tener en cuenta que las puertas eran los elementos más débiles del castillo, por donde más fácil se podía entrar si no estaban bien defendidas o no eran sólidas. Por ello era necesario reforzar la defensa cerca de ellas. Las barbacanas, por cierto, también pueden verse en ocasiones separadas del propio muro, como una construcción independiente.
Saeteras o troneras
Una de las primeras cosas que uno puede ver en los muros de los castillos son unas aberturas minúsculas, algo así como ventanas estrechísimas que, lógicamente, no tenían como cometido dar luz al interior. Más bien eran para dar oscuridad al exterior.
Estos agujeros, que se llaman troneras, saeteras o aspilleras, servían para disparar flechas desde el interior, donde el hueco es más ancho (piensen en un embudo), con cierta protección. Desde el exterior habría que ser un Guillermo Tell para acertar a colar una flecha por esos estrechos huecos, disparando desde el suelo.
Matacanes y ladroneras
Si se acercan a la pared del castillo por fuera y ven agujeros bajo las almenas, justo encima de ustedes, probablemente estén contemplando los matacanes. Por esos agujeros los defensores podían tirar aceite o agua hirviendo, piedras o cualquier cosa que cegara, hiriera o, en definitiva, impidiera a los atacantes acercase al muro.
Las ladroneras, por su parte, eran voladizos pequeños (algo así como balcones de piedra o de madera) que se construían como elemento vertical sobre puertas, ventanas, esquinas o cualquier parte vulnerable. Como con los matacanes, situadas sobre una puerta, por ejemplo, permitían lanzar todo tipo de cosas a los asaltantes.
Puertas y escaleras levadizas
En ocasiones, no tanto en castillos amurallados sino en torres de vigilancia aisladas, vemos que la puerta está a una altura que nos parece absurda. Estas torres de vigilancia solían ser puestos avanzados donde unos pocos hombres vivían y controlaban pasos importantes en zonas en disputa. Por ejemplo, zonas cercanas al vado de un río cuando ese río era la frontera natural entre musulmanes y cristianos. Esas torres eran pequeñas y no contenían tropa suficiente para un ataque, pero sí sufrían en ocasiones una razia enemiga de la que tenían que defenderse. Ahí era cuando las puertas a media altura eran útiles.
Esas puertas, a un par de metros del suelo, eran la forma de entrar al castillo y se solían utilizar con una escalera que se podía quitar. Era levadiza o se podía recoger de alguna forma dejando la puerta sin acceso y a una altura inaccesible.
Así, cuando llegaba el enemigo, la tropa de la torre se metían en ella y recogía la escalera. Eso imposibilitaba el uso de arietes contra la puerta y hacía muy complicado para el atacante alcanzar la puerta.
Las escaleras de caracol
Cuando después de mucho combatir el atacante entraba en una torre, no era extraño que tuviera que ascender por una escalera de caracol. En ella el que defendía el castillo estaría en la parte de arriba de la escalera y el atacante en la parte de abajo.
Muchas de esas escaleras en forma de espiral suben girando hacia la derecha, en el sentido de las agujas del reloj. Eso hacía que el atacante, salvo que fuera zurdo, tenía un espacio reducido para atacar con la espada ya que tenía el centro de la escalera junto a su brazo derecho. Además se vería obligado casi a golpear con la espada como si fuera un tenista jugando de revés. En cambio, el defensor tenía un espacio mucho más amplio para lanzar sus golpes. Por cierto, no todos los investigadores se ponen de acuerdo sobre si esta forma de hacer las escaleras era algo común
Poternas y puertas de la traición
En los castillos y en las murallas, como hemos dicho, las puertas eran un punto débil, por lo que no se construían muchas. Debían estar bien defendidas y contar con matacanes y barbacanas. Se solían cerrar al anochecer y se abrían de nuevo por la mañana. Pero en ocasiones veremos puertas pequeñas, llamadas poternas, que suelen estar en sitios escondidos y ocultos.
Estaban pensadas para ser usadas como salida o entrada de emergencia en una situación apurada. Pero también en ocasiones sirvieron de entrada para los atacantes, ayudados por alguien que desde dentro las abría. Por eso también se las conoce como puertas de la traición.
Además de todo esto que hemos visto, había otros muchos trucos que los constructores empleaban para hacer más complicado el asalto al castillo. Cosas tan simples y efectivas como poner una pared o parte de la muralla tan cerca de la puerta principal que fuera imposible usar un ariete contra ella. O despejar todo el terreno alrededor del castillo, para que nadie pudiera ocultarse y protegerse al acercarse a él, y estuviera así a tiro de los defensores.
Manuel Jesús Prieto
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