6 platos españoles con nombres horribles, pero deliciosos
Escrito por
17.03.2022
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Por muy bueno que se prometa un plato, si su aspecto no es atractivo puede provocar la reticencia del comensal. Es la explicación básica de la expresión coloquial “comer por los ojos”, algo que todo el mundo ha hecho alguna vez pero ¿se puede “comer por los oídos”?
Hay platos españoles realmente deliciosos que tienen nombres tan feos que es casi inexplicable que aún se sigan preparando. No se trata de ejemplos como las vísceras o los caracoles, que pueden provocar repulsión por lo que son. Se trata de aquellos cuya denominación es un sinsentido.
Así, de oídas y sin ver de qué comida se trata ¿quién iba a querer comerse una cucharada de atascaburras o un poco de ropa vieja? Pues aunque parezca sorprendente muchos se apuntarían al festín porque son platos de la gastronomía tradicional española que levantan pasiones.
Ahora los cocineros se esfuerzan un poco más con las nomenclaturas, pero la mayoría de estos platos españoles nacieron en tiempos de escasez en los que lo importante era llenar el buche. Y lo mismo se recomienda hacer ahora: fuera los remilgos y a disfrutar de la comida, se llame como se llame.
Ropavieja
Hay en muchos armarios, pero también en muchas cocinas. La ropavieja es un plato español de la categoría que hoy se conoce como ‘de aprovechamiento’. Lo que de toda la vida viene siendo reciclar las sobras, en este caso de un cocido o puchero. Se desmenuza o deshilacha la carne y se monta un nuevo plato de sartén con los garbanzos y las verduras que se deseen.
No es una receta específica de un pueblo, aunque tiene origen sefardí. Se come en Madrid, las islas Canarias, Castilla-La Mancha y en cualquier sitio en el que se coma cocido, incluyendo América Latina. Se dice que su nombre viene del parecido de la carne desmechada con harapos o jirones de ropa. Hay a quien le gusta más esta segunda versión del puchero que la original.
Zorongollo
La palabra dirige a la mente de cada cual a una imagen diferente, pero seguro que no muy agradable. O, por lo menos, no asociada a comida. Pero sí lo está y, además, es una opción gastronómica buena, bonita y barata.
Se trata de una ensalada hecha con pimientos asados, cebolla y aceite de oliva. También se le puede echar huevo cocido y ventresca de bonito. Es típica de Extremadura, en concreto de la zona de la Vera, donde se cultiva el pimiento desde que los colonos lo trajeron a España. No confundir con el zarangollo de Murcia (que tampoco suena muy bien), un revuelto de huevo, calabacín y cebolla.
Matamaridos
También se le llama guiso en blanco. Es clásico de Andalucía y se compone de merluza, verduras y patata cocida. Es muy suave y tiene pocas calorías (de esposos famélicos puede venir el nombre, cuyo origen no está muy claro). Los maridos también salen mal parados con los engañamaridos o huevos tontos, otra receta andaluza. Se trata de unas croquetas aparentemente rellenas de carne pero que en realidad están compuestas de pan y huevo. Se dice que las mujeres se las daban a sus cónyuges en los viernes de vigilia -en los que no se puede comer carne- sin decirles cuáles eran los ingredientes. En Murcia se le da este nombre a un dulce hecho de natillas y manjar.
Olla podrida
Si alguien en su sano juicio oye el nombre de este plato y no echa a correr se debe a un milagro o a un problema de cortesía extrema. Pero la verdad es que se trata de un manjar que lleva en España unos 500 años, Cervantes ya lo mencionó en su tiempo. Se ha erigido en el rey de los cocidos: está elaborado con judías rojas, verduras y carne de cerdo (desde costilla hasta oreja) y es de una contundencia considerable.
Su ‘fantástico’ nombre podría venir de poderida, como palabra referida a la comida que tomaban los poderosos o que daba poder en el sentido de vigor. O podrida por su olor o por el aspecto que tiene en la mesa. En todo caso, el sabor no se corresponde en absoluto con la idea que transmite su denominación. Se come en diferentes partes del país, pero el lugar de referencia para degustar una olla podrida de calidad es Burgos.
Duelos y quebrantos
Una pena de nombre, pero no de sabor. De hecho, era uno de los platos españoles que el mismísimo Don Quijote incluía en su menú semanal: “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos”.
Es caso es que el hidalgo se ponía las botas, porque la receta incluye huevos, chorizo y panceta cocinados en la sartén (son unos huevos revueltos). Empezó a comerse en Castilla-La Mancha, de eso no hay duda, pero sobre el origen de su título hay varias teorías.
Por un lado, se dice que hace alusión al desconsuelo del labrador que utilizaba la carne de uno de sus animales muertos para preparar el plato. Otra se refiere a la ruptura de las leyes religiosas que prohibían comer carne y al arrepentimiento que le seguía. Ahora los lloros más bien serían por el número que marca la báscula después de saltarse la dieta.
Atascaburras
No hace falta moverse de Castilla-La Mancha para disfrutar de esta curiosidad gastronómica. Pese a su nombre, no lleva ni una pizca de carne de asno sino que está hecho con patata cocida, bacalao, ajo y huevo.
Todos los ingredientes se machacan en el mortero y el resultado se adorna con nueces. Es típico del invierno, así que la tradición manda elaborarlo con agua de nieve (aunque solo es una opción, la del grifo también sirve).
Lo de atascaburras puede ser porque es una receta que “harta hasta a las burras” o porque el ruido que hace el burro al andar por el campo de La Mancha, parecido al del mortero.
Carmen López
La verdad que los nombres no son muy apetecibles, pero seguro que tienen un sabor delicioso. La gastronomía española cuenta con una gran variedad de alimentos y productos para hacer combinaciones exquisitas.