Todas nuestras opiniones, así como nuestras propias concepciones del mundo, nuestra misma cosmovisión, son fruto de la naturaleza epidemiológica de los memes engranada con la naturaleza darwiniana de los genes. Es decir, que hallar la razón profunda, freática de que las cosas de connotaciones positivas estén por encima espacialmente de las cosas manchadas de connotaciones negativas es infructuoso, una empresa propia de un arqueólogo que busca el Dorado.
Sin embargo, tenemos algunas pistas desde el punto de vista de la ciencia cognitiva, lo que nos puede permitir, al menos, combatir esta tendencia que tiene más de prejuicio que de juicio.
Metáforas personificadas: Cielo / Infierno
Ya el lingüista George Lakoff, y más recientemente otros psicólogos sociales, aportó pruebas convincentes de que nuestra mente piensa en metáforas y que estas metáforas son muy personales. Es decir, definen en parte cómo somos, lo que hemos vivido, cómo conceptuamos el mundo. Otras metáforas parecen venir de serie, preinstaladas, cableadas ya en nuestro cerebro desde un inicio.
Es el caso del concepto espacial básico de verticalidad asociada al concepto de moralidad y virtud.
Estudios recientes llevados a cabo por Brian Meier, Martin Sellbom y Dustin Wygant sugieren que las personas codifican conceptos relacionados con la moral (frente a los relacionados con lo inmoral) más rápido si se presentaban en una posición vertical alta.
Los resultados indican, pues, que la moralidad está parcialmente representada en la dimensión vertical, aunque se desconoce si estas metáforas simplemente ayudan a la comunicación o indican un modo más profundo de representación del conocimiento. Lo más curioso de todo, no obstante, es que las personas inclinadas a la psicopatía, es decir, las que tienen dificultades para reconocer normas morales, eran incapaces de establecer estas relaciones metafóricas con «arriba» y «abajo».
Según explica Simone Schnall, directora del Laboratorio de Cuerpo, Mente y Comportamiento de Cambridge, en el libro Eso lo explica todo, de John Brockman:
«La gente no solo piensa en todo lo bueno y lo moral como alto, sino que también considera que Dios está arriba y el demonio abajo. Además, los que tienen poder son «los de arriba» en relación con aquellos que están por encima y controlan.»
El poder de la verticalidad espacial es tan importante para nuestra moral que incluso influye en las propias acciones morales. Como demostraron en otro estudio Lawrence Sanna, Edward Chang, Paul Miceli y Kristjen Lundberg, al manipular la situación de la gente por la dimensión vertical puedes hacer que se comporte con más rectitud. Por ejemplo, si alguien acababa de subir por las escaleras mecánicas de un centro comercial era más probable que depositara dinero en una hucha para una obra de caridad que quienes habían bajado por la escalera.
También las personas que habían contemplado una película en la que aparecían nubes vistas desde un avión, es decir, el cielo, las alturas, más tarde mostrarían una conducta más solidaria que quienes habían visto una escena más corriente y menos «elevada» desde la ventanilla de un coche.
Estos estudios contribuyen así a la literatura sobre la prosocialidad al documentar los efectos no examinados previamente de la cognición social enriquecida con metáforas, como también sugiere el investigador Thomas Schubert.
Este efecto es tan universal que también tiene lugar en culturas muy diferentes a la nuestra, como la china. En otro estudio llevado a cabo por investigadores chinos, por ejemplo, se solicitó a los participantes que identificaran si una palabra china representaba un grupo poderoso o impotente (por ejemplo, ‘rey’ o ‘sirviente’), que se presentaba en la parte superior o inferior de la pantalla.
El análisis de comportamiento mostró que juzgar el poder de las palabras poderosas era significativamente más rápido cuando se presentaban en la posición superior, en comparación a cuando se presentaban en la posición inferior. Además, se midieron las respuestas cerebrales a través de electroencefalografía, es decir, que los hallazgos proporcionan evidencia electrofisiológica adicional de que pensar en el poder puede activar automáticamente el esquema de imagen espacial subyacente arriba-abajo (verticalidad) y que la influencia de la posición vertical en los juicios de poder no solo ocurre en la etapa de percepción temprana del procesamiento de palabras de poder, sino también en la etapa cognitiva superior.
Este es el sorprendente poder de las palabras, los conceptos, las ideas asociadas. Por ello somos también tan proclives a cambiar nuestro juicio moral frente a determinadas palabras, no digamos ya ante la retórica, como describe Robert Sapolsky en su libro Compórtate: La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos:
«Los influencias verbales también incluyen en la toma de decisiones morales. Tal como sabe cualquier abogado procesalista, los jurados deciden de forma diferente dependiendo de lo colorida que sea su descripción de los actos del acusado. Los estudios de neuroimagen muestran que una redacción más colorida aumenta la participación de la región cingulada anterior. Además, la gente juzga las transgresiones morales más severamente cuando se describen como «erróneas» o «inapropiadas» (en lugar de «prohibidas» o «reprobables»).»
Quizá una forma de socavar en parte esta tendencia pase por evitar que las ideas inertes se infiltren en los sistemas educativos. Alfred N. Whitehead, uno de los filósofos más importantes del siglo XX, en su discurso The Aims of Education, de 1916, fue quien abordó la importancia nociva de estas ideas en la educación. Las ideas inertes son emitidas por los docentes y recibidas por los discentes sin ser utilizadas, o contrastadas, o incorporadas en combinaciones nuevas.
Estas nociones de bueno y malo, arriba y abajo, así como sus ejes X e Y, quizá perderían parte de su poder y su influencia si se combatieran con un mayor espíritu crítico desde edades tempranas. Porque, después de todo, no, lo malo no está abajo necesariamente, ni lo bueno está arriba. Estamos más ante un prejuicio infructuoso que una heurística productiva.
Sergio Parra
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