Índice
Hay ciertas situaciones mucho más llevaderas en un pequeño pueblo que en una gran ciudad. Nuestros abuelos ya sabían que era mejor disfrutar de espacios abiertos, de casas ventiladas, calma y buenos alimentos. Y es que a veces toca volver a mirar atrás para aprender de lo que hacían bien antaño.
Sí, a veces toca volver a los orígenes para poder seguir adelante. Eso es lo que tiene volver a viajar por tierras castellano manchegas, que vamos directos hacia el interior, a la esencia de las tradiciones que nos permiten evocar un futuro mejor.
La Manchuela (Albacete y Cuenca)
La Manchuela es un buen ejemplo de la diversidad paisajística de Castilla-La Mancha. Al noreste de la provincia de Albacete y sureste de Cuenca, limítrofe con la vecina Valencia, su geografía ha estado condicionada por los ríos Júcar y Cabriel, que han dado tregua a la vez que han alimentado estas tierras. Seguir los dos cauces es una estupenda forma de viajar por esta comarca llena de contrastes que seduce al viajero tanto por su riqueza paisajística como por sus pueblos.
La Manchuela se explica a través de la historia de sus pueblos. Son núcleos que aparecen repartidos entre cultivos de cereal, vid, olivo y en los que hay pocos habitantes. Recorrerlos es volcarse en una comarca en la que todo parece estar por descubrir, en la que hay abundante arquitectura religiosa, palacios y castillos que dan fe de su importante historia. Entre esos castillos, los de Alcalá del Júcar y de Alarcón son especialmente pintorescos.
En Alcalá del Júcar, la postal que configura el pueblo encaramado en la montaña, con su castillo arriba y la erosión que el cañón del Júcar ha realizado a las rocas calcáreas durante siglos es todo un símbolo de la belleza rural de la comarca. No lejos, está Jorquera, también sobre un promontorio rocoso formado por otro meandro del río Júcar. Los restos de sus murallas almohades, su iglesia y un mar de tejas regalan otra de las postales de la comarca. Desde el mirador que hay en la misma carretera se disfruta de una privilegiada panorámica del municipio. Otros pueblos más pequeños como Villa de Ves tienen igual encanto.
En la provincia de Cuenca, la estampa de Alarcón con su castillo (hoy Parador) coronando un meandro del Júcar, es fascinante. Y cerca de Alarcón, Villanueva de la Jara es un pequeño secreto para los viajeros que gustan de descubrir pueblos llenos de encanto y monumentalidad.
A la hora de hacer parada y fonda, aguarda una gastronomía que hará las delicias de los viajeros más foodies. Son famosos los gazpachos manchegos de la zona, el ajo mataero o los embutidos. Sin olvidar la D.O. Manchuela, una de las zonas emergentes en cuanto a vinos manchegos y con una variedad de uva muy propia, la bobal.
Molinos de Viento (Ciudad Real)
Cervantes construyó con el personaje de Don Quijote todo un referente universal gracias a capítulos como el VIII, el de los molinos.
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla…
Una fina línea en el mapa une los pueblos de la provincia de Ciudad Real que podrían ser el escenario perfecto de aquel famoso capítulo, y que quién sabe dónde pudo Cervantes imaginar. Bastará llegar, por ejemplo, hasta Campo de Criptana para casi poder ver a Sancho y a su señor debatiendo si aquello son gigantes o molinos. Que cada cual vea lo que prefiera, pero la Sierra de los Molinos y el Cerro de la Paz constituyen en sí mismos un museo al aire libre compuesto por molinos de viento datados del siglo XVI.
Pero hay más altos en este camino que va de pueblo en pueblo, oteando en el horizonte la silueta mítica de estas construcciones agrícolas. Alcázar de San Juan tiene en el cerro de San Antón, cuatro molinos de viento, de los que se pueden visitar dos, el Rocinante, donde hay un centro de interpretación del Paisaje Manchego, y Fierabrás, donde conocer la ingeniería molinera. Los molinos de la cercana Herencia, de los que quedan siete enclavados en la Sierra de San Cristóbal, son algo más tardíos pero igualmente imponentes.
Tierras de Moya (Cuenca)
Debido a su privilegiada localización, la antigua villa de Moya fue plaza deseada y objeto de muchas disputas a lo largo de los siglos. No en vano, muchos historiadores la califican como ‘llave de Reinos’ (el de Castilla, el de Aragón y el de Valencia). Aunque hoy en ruinas, en su época de máximo esplendor fue cabeza del Marquesado de Moya, que comprendía 36 pueblos de la provincia de Cuenca y llegaron a vivir en ella 1.200 habitantes. Algo de todo aquello lo atestigua hoy la presencia de sus murallas y puertas, su castillo con la torre del homenaje, sus siete iglesias, su ayuntamiento o la plaza mayor que aparecen como pecios de la historia.
Estas ruinas son el punto de partida para conocer las Tierras de Moya mediante una ruta circular entre cerros llenos de pinares, choperas y tierras de labor, hoces y riberas. Se puede seguir hasta Carboneras de Guadazaón, donde se encuentra aún hoy el Panteón de los primeros Marqueses de Moya (Beatriz de Bobadilla y Andrés de Cabrera). Antes, un alto en el camino para visitar las pinturas rupestres de Villar del Humo (Patrimonio de la Humanidad junto a todas las del Arco Mediterráneo). Le sigue en el recorrido el pueblo de Pajaroncillo, donde se encuentra el paraje erosionado como salido de un mundo de fábula, se trata de Las Corbeteras.
Cañete será el perfecto final de ruta. Aguarda allí un interesante conjunto histórico-artístico con enclaves llenos de encanto. Hay balconadas, callejones y puertas, una muralla medieval bien conservada, un laberíntico trazado de calles por el que dejarse llevar y una plaza mayor porticada que es un destino en sí misma, el verdadero corazón rural que hace latir la vida cotidiana aún hoy en el pueblo.
Molina de Aragón (Guadalajara)
“Por Santa María iréis a pasar,
id a Molina, que queda más adelante,
la gobierna Abengalbón, que es mi amigo de paz,
con otros cien caballeros bien os escoltará”.
Así dicen los versos 1462 y siguientes del Cantar de Mío Cid, dando idea de la pronta relevancia que tuvo Molina de Aragón cuando estaba regida por el tal Abengalbón. Todo ese peso de la historia que se presupone de un pueblo que tiene el Aragón pegado a su topónimo estando como está en Castilla-La Mancha se nota nada más llegar. Lo que se ve es el resultado de batallas históricas, tanto en la Edad Media como las más recientes en el tiempo contra las tropas napoleónicas. Y es que lo primero que llama la atención al llegar es la muralla exterior y sus numerosas torres que dibujan un imponente anillo defensivo sobre la falda del monte. Se divisa bien la fortaleza del s. XII, su torre del homenaje y la llamada Torre de Aragón algo más arriba. Si el conjunto sigue imponiendo hoy, qué no sería en su máximo esplendor, cuando llegó a tener hasta ocho torres.
Al abrigo de este castillo, queda el mar de los tejados de Molina de Aragón. Basta recorrer sus calles estrechas para transportarse a otra época. Hay que caminarla para sentir el poder evocador de sus callejuelas y de su judería. Hay recoletas plazas que aparecen como por arte de magia, portales amurallados, palacios, casas blasonadas e iglesias románicas y góticas -la de Santa Clara (XIII) y San Martín (XIII-XVII), la iglesia gótica de San Pedro- que merecen ser visitadas con atención. Tampoco puede faltar un alto en el puente románico, el otro símbolo de Molina de Aragón junto al castillo.
Además de todo el patrimonio monumental con el que cuenta, Molina de Aragón es una buena base para hacer algunas interesantes rutas paisajísticas hacia el Parque Natural del Alto Tajo. Por ejemplo, a sólo 11 km siguiendo el Camino del Cid, se encuentra el Santuario de la Virgen de la Hoz encajonado entre fantasiosos farallones. Para recuperarse de los rigores del camino, nada como un buen morteruelo o una morcilla molinesa o cualquiera de las buenas carnes que ofrecen los asadores del municipio.
La Jara (Toledo, Castilla-La Mancha)
Parece mentira que a solo una hora de Madrid se encuentre una comarca llena de atractivos aún por descubrir. El primero, su entorno natural, con sus bosques de robles, castaños, pinos y dehesas. Y el segundo, sus pueblos. Más de una veintena de municipios se reparten un territorio antaño disputado por cristianos y musulmanes que ha sufrido los rigores de la despoblación y que se caracteriza por una geografía de sierras boscosas y rañas esteparias.
De hecho, su nombre procede de la voz árabe ‘Cha’ara’, que significa tierra despoblada. Una despoblación a la que se le ha plantado cara con el turismo sostenible. De hecho, La Jara ha sido destino turístico finalista de los premios EDEN (Destinos Europeos de Excelencia), que promueven el turismo sostenible. En ese sentido, la Vía Verde de la Jara ha sido uno de los núcleos a partir del que se ha desarrollado un modelo de turismo basado en los recorridos a pie y en bicicleta.
A su vez, el ser desde la Edad Media paso obligado para los peregrinos que se dirigían hacia Guadalupe ha hecho que la comarca esté llena de interesantes muestras patrimoniales. Para descubrir tal tesoro nada mejor que acercarse a sus pueblos. En todos ellos se respira un tiempo calmo, una tranquilidad propia para hacer el flâneur rural y dejarse maravillar por pequeños secretos y patrimonio sorprendente, como ermitas e iglesias del XV construidas en ladrillo visto o de mampostería, torreones, plazas y plazuelas, calles decoradas con encanto floral y arquitectura popular jareña, con casas de mampostería de pizarra.
Hay que marcar en el mapa los restos más antiguos, los sepulcros y enterramientos excavados en la roca de Los Navalucillos, o el Dolmen de La Aldehuela, en La Estrella. No pueden faltar tampoco las iglesias de Alcaudete de la Jara, Sevilleja de la Jara o Los Navalmorales y Belvís de la Jara. En esta última población, se puede hacer acopio de cerámica roja para el recuerdo. Y es que la comarca sigue conservando el legado de los artesanos, los que trabajan la madera en Los Navalmorales, los cestos de mimbre de Robledo del Mazo, o los bordados de Sevilleja de La Jara y Aldeanueva de Barbarroya. Son todos objetos de detalles cuidados que llevar a casa de vuelta como recuerdos de un viaje por tierras manchegas, pero sobre todo, de un viaje a nuestro propio interior.
José Alejandro Adamuz
Etiquetas
Si te ha gustado, compártelo
Viso del Marqués. Allí, en un pequeño pueblo de la provincia de Ciudad Real, se levanta el palacio renacentista del Marqués de Santa Cruz, con un hermoso patio, frescos en las paredes y una magnifica escalera, además de otras estancias. En la iglesia, que está al lado del palacio, podrán ver el cocodrilo que Don Álvaro de Bazán trajo del Nilo.
Si no está Enguídanos este listado no me vale
la cascad del Nervión, normalmente, en Verano, No tiene agua