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Desde Andratx a Formentor, la Serra de Tramuntana se extiende por toda la costa noroeste de Mallorca como un mundo aparte que resiste al trajín turístico. Los vastos campos de naranjos y limoneros ponen el color y el aroma. La calma, los pueblos de piedra y teja, los miradores retirados, las calas secretas. Esta otra Mallorca es depositaria de la esencia rural más auténtica de la isla. Un recorrido a lo largo del casi centenar de kilómetros que va de un extremo a otro permite descubrir una isla que vive de cara a la naturaleza, al paisaje y a culturas ancestrales.
Esta parte de la isla mantiene un idilio especial con su entorno natural, respetado siempre, manteniendo la actividad agraria un equilibrio para que su impacto no lo altere. Esa es la razón por la que la UNESCO incorporó la Serra de Tramuntana como Patrimonio de la Humanidad en la categoría de Paisaje Cultural en 2011.
Un vino con vistas excepcionales
Dejando atrás Andratx y el Parque Natural de Sa Dragonera, sale al encuentro Banyalbufar. En los márgenes de la carretera, hacen su primera aparición los viñedos cultivados en terrazas, entre carrascos, encinas y pinos. Al otro lado, la presencia del mar que más tarde quedará oculto por la sierra. Un bello paisaje concentrado en el topónimo del pueblo: Banyalbufar procede del árabe y significa “viñedos junto al mar”. Este fue uno de los primeros lugares del Mediterráneo donde se plantaron cepas de malvasía, una de las variedades de uva blanca más antiguas. Si se quiere conocer mejor estos vinos, lo mejor será hacer un alto en el camino para visitar la bodega familiar de Ca’n Pico. Fuera de la bodega, junto a los naranjos, está el molino donde la propiedad hace su propio aceite de las variedades picual y arbequina.
Romanticismo en Valldemossa
George Sand y su amante Frédéric Chopin llegaron a Mallorca en noviembre de 1838 y se convirtieron en unos auténticos influencers de la isla. Se alojaron una buena temporada en una celda de la Real Cartuja de Valldemossa, un antiguo monasterio del siglo XV. Ella escribió luego un libro que tituló Un invierno en Mallorca con toda la experiencia de aquellos días. Sintió una fascinación total por los paisajes, pero algo menos por los lugareños, con los que la pareja romántica no acabó de hacer buenas migas. Sin embargo, el libro se convirtió en un bestseller de la época y acabó atrayendo a un buen número de viajeros. A Valldemossa se va para conocer esta historia, pero también para andar por sus callejuelas a ritmo tranquilo y dedicarse un homenaje en forma de merienda con una deliciosa coca de patata en Ca’n Molinas y su correspondiente horchata de almendra.
Otras bellezas rurales
Con Valldemossa aparece un universo de pequeños pueblos de la Serra de Tramuntana que dan razón a Santiago Rusiñol cuando dijo que Mallorca era una una isla donde siempre reinaba la calma. Deià es el pueblo bohemio, el lugar que el escritor inglés Robert Graves escogió para vivir en la isla, tal como se explica en su casa museo. En Pollença, esperan los 365 peldaños para subir arriba del Calvario. Mientras que en Fornalutx se concentra toda la belleza rural de la sierra. Cualquiera de estos pueblos se presentan como bases ideales desde las que disfrutar de los mejor de esta Mallorca más íntima.
Un tesoro modernista
Mención aparte merece Sóller, que aparece en el mapa representado, por tamaño y habitantes, el papel no oficial de capital de la sierra de Tramuntana. Su ubicación aislada dentro de la isla hizo que desde antiguo Sóller mirara más a Francia que a Palma, dotándole ello de una especial idiosincrasia. Desde entonces, se sigue notando este idilio con lo afrancesado que tan buenos resultados económicos dio. El capital que dejaron los barcos que comerciaban con Francia permitió que en la población se implementara el modernismo, con auténticas joyas como la fachada modernista de la iglesia de San Bartolomeu, el Ayuntamiento o Can Prunera, hoy museo dedicado al Modernismo. El tranvía que une el centro con el puerto marítimo regala una estampa pintoresca a su paso por delante del ayuntamiento.
Un mirador excepcional y alta gastronomía
El archiduque Luis Salvador de Austria fue uno de los primeros enamorados de esta parte de Mallorca. Tanto, que se compró una finca para vivir en medio de la sierra. El lujo que hubo en la finca de Son Marroig debió deslumbrar a los lugareños de la época. Se hizo construir también el archiduque un mirador sobre el mar, con vistas a Sa Foradada, que aún se puede visitar. No se queda atrás en cuanto vistas el restaurante Bens d’Avall, donde vale la pena pararse a cargar energía antes de seguir con esta ruta. La apuesta por la sostenibilidad de este restaurante es total, con su propio huerto y con el compromiso del reciclaje del 100 % de sus residuos, algo esencial para mantener la belleza de la sierra de Tramuntana.
Una carretera como obra de arte
A lo largo de la ruta por la Serra de Tramuntana se encuentran diversas carreteras de trazado vertiginoso, pero la MA-2141 se lleva la palma con su tramo destacado conocido como el Nus de sa Corbata. Una auténtica obra de arte de la ingeniería moderna diseñada por Antonio Paretti en 1932 que en la práctica se traduce en una colección de curvas, contracurvas y resaltes. La carretera además tiene premio porque al final aguarda Sa Calobra y Torrent de Pareis, una de las playas más singulares que se pueden encontrar en España: una breve playa de guijarros que se ha abierto paso entre los cortados verticales de la sierra. La imagen vale la pena todas las curvas del camino.
Un faro marca el destino final
Toda ruta tiene un final, y la que sigue a lo largo de la sierra lo tiene en el cabo de Formentor, el entrante de tierra más septentrional de Mallorca. La carretera que conduce hasta él también fue diseñada por el ingeniero Antonio Paretti: entre curvas y curvas, un escenario de paisajes rocosos por los que solo se ven algunas cabras salvajes. Al llegar, uno de los escenarios más míticos de toda la isla.
José Alejandro Adamuz
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