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Ubicada al sur de la provincia de Córdoba, en plena comarca de la Subbética, Lucena, la antigua “Eliossana”, fue conocida como la perla de Sefarad. Pocas comunidades judías en el Al-Andalus alcanzaron tan destacada fama como ella. Pero no sólo fue judía, también es la ciudad del esplendor barroco y guarda una historia que se remonta a la edad de los preneandertales.
Como resultado, el viajero encuentra un rico patrimonio histórico y artístico, herencia de ese importante pasado judío, árabe y cristiano que la convirtieron en un enclave próspero. Por si fuera poco, el mar de olivos que la envuelve hace de ella un destino gastronómico imprescindible.
El Óxford de la época
“La casi totalidad de las evidencias arquitectónicas de la Lucena judía debieron arruinarse en las últimas centurias de la Edad Media en la que Lucena, tras su entrega a las tropas castellanas de Fernando III, quedó reducida a un pequeño puesto militar en la frontera con el reino granadino”, explica el historiador Francisco López-Salamanca, cronista oficial de Lucena y miembro de la Real Academia de Córdoba, en uno de sus libros.
Efectivamente, aunque la ciudad acogió entre sus muros la Academia de Estudios Talmúdicos, punto de reunión de grandes intelectuales, filósofos, rabinos, poetas y médicos del momento, lo que la convirtió en algo así como el Óxford de la época medieval peninsular, su impronta se fue perdiendo con el tiempo.
Viaje al pasado judío
El periodo en el que Lucena fue considerada una Maqom Ysrael, es decir, una ciudad de judíos, fue cayendo en el olvido con el pasar de los siglos. Pero una pequeña parte ha salido a la luz gracias a los trabajos y a la iniciativa de varios ciudadanos y de historiadores locales: se han rastreado algunas crónicas árabes, se han buscado citas poéticas de literatos sefardíes, correspondencias entre judíos de Lucena con las sinagogas del Oriente Medio y ha aparecido algún hallazgo arqueológico afortunado.
Una de las figuras destacadas en todo este renacer sefardí fue la del concejal Manuel Lara Cantizani (1969-2020). Si hoy, por ejemplo, las calles del centro histórico de Lucena aparecen con su nombre traducido en hebreo es gracias a él. Muchas de sus propuestas lograron salvar la gran distancia en el tiempo que hay de la época pasada a la actual. Poeta y político, tuvo con Haikus del buen amor desde Lucena (y del mundo) el reconocimiento y cariño de la localidad. Una obra coral en la que él mismo escribió un haiku para el futuro:
Miro la luz,
me ilumino por dentro,
brilla la vida.
Brilla Lucena, judía de nuevo gracias al esfuerzo de muchos como él.
La necrópolis judía de Lucena
Calles rotuladas en castellano y hebreo, tradiciones, vocablos, repostería… Son algunos pequeños detalles que permiten revivir aquella edad dorada sefardí; pero sin duda, es la necrópolis lo que destaca. Fue descubierta accidentalmente mientras se realizaban unas labores de desmonte a finales del año 2006. La aparición de la lápida funeraria del rabí Lactosus corroboró la hipótesis de que aquello era una necrópolis hebrea.
Vista ahora, con sus fosas encintadas, la necrópolis judía de Lucena forma algo así como un conjunto de bella estampa escultórica. La excavación iniciada en 2007 sobre una superficie de 1.500 m2 permitió descubrir un total de 396 tumbas, todas orientadas en dirección Este-Oeste. Se trata del cementerio judío visitable más grande de España. De hecho, se cree que lo que hay hasta ahora solo se trata de una pequeña parte de la enorme extensión que llegó a ocupar.
De todas las tumbas, llama la atención la del gigante de Lucena, un individuo probablemente afectado por gigantismo que llegó a medir 2.2 metros de altura. El cementerio, visitable desde 2013, puso a Lucena en el foco del deseo viajero de una gran multitud de turistas sefardís que llegan de todas partes del mundo, desde Israel a Estados Unidos o Argentina.
Castillo del Moral
Cuando el Ayuntamiento de Lucena lo compró a mediados del s. XX, el castillo estaba en un estado ruinoso. Tanto que se consideró tirarlo abajo y construir una escuela de nueva planta. Finalmente, fue un acierto conservarlo. Muchos lo recuerdan como un solar lleno de escombros en medio de la ciudad y algunos incluso hablan de los tiempos en los que el patio de armas valía como mercado de abastos.
Hoy luce estupendo, con un gran magnolio que decora la entrada y es Monumento Nacional. En la torre cuadrada fue encarcelado Boabdil, que llegó en abril de 1483 a conquistar la ciudad, pero le salió mal la jugada. Enfrente está la torre del Moral, la que da nombre al castillo. En su base hay un escudo del árbol, pero esquemático, si le quitas las ramas, quedan siete brazos, los mismo que tiene una menorá judía.
Cuando lo construyeron los almohades en el siglo XII echaron a los judíos del recinto. Se construyó en llanura, por lo que hoy los turistas que lo busquen en altura, que es el emplazamiento normal en este tipo de construcciones defensivas, se lo van a perder. Y sería una pena, porque el castillo del Moral es un buen punto de partida para adentrarse en los secretos de Lucena, pues hoy alberga el Museo Arqueológico y Etnológico. Obligada visita tanto para conocer la edad de oro del judaísmo lucentino, como para remontarse muchos años atrás, casi hasta los orígenes mismos de la humanidad.
Hoy se puede ver expuesta en el museo la lápida que acabó por confirmar que el hallazgo de las tumbas correspondía a una necrópolis hebrea. Se trata de un bloque prismático rectangular de piedra caliza, ligeramente irregular, en el que se puede leer, a pesar de los desperfectos propios del paso del tiempo, la epigrafía siguiente: Rabí Lactosus duerma en paz…”.
La Lucena barroca
Un mareante síndrome de Stendhal es lo que sufre el viajero al acceder al sagrario de San Mateo, en la iglesia más grande e importante de la ciudad. El barroco cordobés alcanza aquí su máxima expresión. La capilla octogonal con siete grandes ventanales se orientó hacia la puerta del sol para compensar la falta de luz del resto de la iglesia. Porque este barroco debe ser especialmente luminoso, por eso la profusión de espejos colgados por todos los rincones. Es exceso de decoración, líneas curvas, el policromado, el dorado, el blanco, y el uso del azul. De poco presupuesto, pero muy vistosa, deja maravillados a todos los viajeros.
El barroco lucentino se completa visitando el palacio de los condes de Santa Ana, actual Centro de Interpretación de la Ciudad. En su tiempo, la calle San Pedro, paralela a la comercial calle del Peso, fue la más señorial de Lucena.
Se trata de un palacio barroco del siglo XVIII, uno de los mejores ejemplos de la arquitectura civil de aquella época, cuya piedra parecida al mármol, y también presente en muchas otras casas solariegas, viene de las canteras del municipio próximo de Cabra. El balcón central está decorado con el escudo de los dueños del palacio, una familia de judíos conversos que aspiraban a tener un título nobiliario y para ello estaban obligados a tener una casa palacio. Levantaron este en una de las calles más señoriales.
Y más allá en el tiempo…
Tal como se puede comprobar en el Museo Arqueológico y Etnológico de Lucena, a lo largo de la historia han pasado por la ciudad varias culturas y civilizaciones que han dejado su sello de identidad. Para llegar a los orígenes mismos hay que desplazarse un poco en la distancia, desde el centro histórico de la ciudad hasta la cueva del Ángel.
El túnel de acceso a la sima de la cueva del Ángel es un camino en el tiempo. La cueva es una gran falla en la cordillera que se formó hace la friolera de 480.000 años. Un terremoto hizo una enorme grieta de forma que quedó accesible desde el exterior. Algo que aprovecharon los preneandertales para habitarla. Además, en algún momento ocurrió un hecho importantísimo, un incendio fortuito en la sierra de Aras.
Aquellos individuos dieron con la forma de trasladarlo y lo cuidaron durante miles de años, tal como revela la cantidad de capas de ceniza que hay acumuladas en la cueva. Se presupone que aquel fuego se mantuvo en la cueva cerca de 200.000 años hasta que un nuevo terremoto la dejó inaccesible. Hoy la cueva del Ángel de Lucena sólo es visitable dos meses al año, de octubre y noviembre, para proteger la colonia de murciélagos.
Y finalmente, un viaje en el tiempo a través del paladar
El restaurante Tresculturas, en la calle Herrerías, es un destino en sí mismo. Con el lema «un nuevo concepto de la cocina de siempre», aquí se viene a disfrutar del paladar con las diversas propuestas culinarias que concentran lo mejor de la tradición cristiana como la de la judía y la árabe, pura esencia culinaria lucentina. Platos donde tienen cabida las berenjenas sefardíes, las ricas verduras en revueltos mozárabes, el uso de la miel y los dulces de origen árabe, etc. Todo con un perfecto dominio de los caldos de la zona, los buenos vinos Montilla-Moriles.
José Alejandro Adamuz