Hay una serie de alimentos que resultan muy tentadores y, a la vez, llevan aparejados buenas dosis de arrepentimiento cuando cedemos a sus cantos de sirena. Según una encuesta publicada en Appetite, el ranking estaría liderado por las golosinas y los helados, seguido de las patatas fritas, los pasteles, la bollería y la comida rápida.
Todo comida muy calórica que, en exceso, está asociada a enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, muchas personas encuentran a menudo una excusa para vencer a la tentación, devorar alguno de esos alimentos, y finalmente sentirse (o no) profundamente arrepentidos.
La fuerza de la voluntad parece quebrarse con facilidad frente a esta excusa. Un subterfugio que Janet Polivy y C. Peter Herman, investigadores de dietas, bautizado como el efecto «¡qué más da!» (en inglés, what-the-hell effect).
La cadena de acontecimientos puede originarse frente a un momento de debilidad o algún achaque psicológico, del tipo un desengaño amoroso. Ante tamaña situación, uno piensa, «qué más da». Pero ese efecto puede producirse incluso más tarde.
Una vez caemos en la tentación del alimento pecaminoso porque tenemos hambre o porque nos lo han dado a probar, el sabor delicioso derriba por completo el resto de nuestra entereza, y pensamos que qué más da, ya he empezado, así que sigo, en vez de minimizar el daño ya provocado, acabo por romper la baraja (metafórica). Y una vez que se pone en marcha el sentimiento de culpa, entonces incluso se puede acabar comiendo incluso más, atiborrándose.
Este ciclo no solo tiene lugar con la comida o las dietas, sino también entre los fumadores que quieren dejar el tabaco, los alcohólicos que intentan estar sobrios, e incluso los estudiantes que tratan de estudiar para un examen. Sea cual sea el reto, la pauta es muy similar. Tal y como abunda en ello Kelly McGonigal en su libro Autocontrol:
Como ceder a la tentación nos hace sentir mal, queremos hacer algo para sentirnos mejor. ¿Y cuál es la estrategia más barata y rápida para sentirnos mejor? A menudo la que nos hace sentir peor.
¿Cómo mejorar la fuerza de voluntad?
Hay muchos factores que pueden degenerar nuestro autocontrol. Por ejemplo, el estar cerca de nuestro objetivo. Esta degeneración secuencial del autocontrol fue analizada por Janet Polivy y sus colaboradores, concluyendo que los objetivos que nos fijamos, así como lo ambiciosos que sean éstos y lo lejos que estemos de ellos, determinan el grado de nuestro autocontrol.
También solemos ser muy optimistas sobre lo que decimos que haremos, por eso, tras comprarnos una serie de herramientas para hacer ejercicio, estas acaban siendo abandonadas al poco tiempo. El efecto fue puesto en evidencia por dos profesores de marketing: Robin Tanner, de la Universidad de Wisconsin, en Madison, y Kurt Carlson, de la Universidad de Duke. Concluyeron así que hasta el 90 % de los aparatos para hacer ejercicio que adquirían los consumidores terminaban sin ser usados.
Estar permanentemente ocupado quizá nos hace más productivos, pero no nos hace más creativos, como sugiere un estudio reciente; el exceso de trabajo y el estrés también socava la fuerza de voluntad, de la que tenemos una cantidad limitada. Así que una de las maneras más sencillas de tener más fuerza de voluntad es estar más relajados y sosegados.
La culpa también mina nuestro autocontrol. La culpa, por ejemplo, de habernos dejado llevar por la tentación. Según dos psicólogos, Claire Adams, de la Universidad Estatal de Louisiana, y Mark Leary, de la Universidad de Duke, el contrapunto de la culpa puede ser la emoción, que fomentaría el autocontrol. Es decir, sentirse mejor tras haber cedido a una tentación, no peor.
En una serie de experimentos en los que un grupo de voluntarios cedía a comer un donut, saltándose la dieta, se los trató de diferente forma. A unos se les dio el mensaje de que todos cometemos fallos y que no hay que ser demasiado duros con uno mismo. A otros no se les transmitió este mensaje. Posteriormente, se les sometió a todos a una prueba de autocontrol, y los que había recibido el mensaje positivo mostraron un mayor autocontrol.
Esto contradice nuestro sentido común, pero parece ser que dejar de sentirnos culpables no hace que cedamos más a la tentación, sino que cedamos menos. Tal y como explica McGonigal:
Sorprendentemente, es el perdón, y no la culpabilidad, lo que nos hace ser más responsables. Los investigadores han descubierto que si eres compasivo contigo mismo al cometer un error, tiendes más a responsabilizarte de él cuando te censuras. También estás más dispuesto a escuchar la opinión y los consejos de los demás y a aprender de la experiencia. Cuando nos perdonamos, es más fácil corregir nuestros errores, entre otras razones porque disipa la vergüenza y el dolor que sentimos al pensar en lo ocurrido.
Es la autocompasión, pues, la que se asocia con una mayor motivación y autocontrol, y no la autocrítica, que suele ir más ligada a la depresión, destruyendo la fuerza del «lo haré» y la del «quiero». Ser demasiado estrictos con nosotros mismos tras cometer un desliz solo fomentará el autodestructivo «¡qué más da!». Sí, las personas que son más capaces de resistirse a los impulsos dicen sentirse más satisfechas consigo mismas y con sus vidas, como sugiere este estudio, pero también es importante no ser demasiado intransigentes con nuestros deslices.
Sergio Parra
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