Tenerife, volcanes y naturaleza en el océano
Escrito por
26.03.2018
|
4min. de lectura
Desde el Mirador de Humboldt, en el pueblo de La Orotava de la isla de Tenerife (Canarias), hay una de las mejores vistas de la montaña más alta de España, el Teide. Dicen que aquí paró a descansar el naturalista alemán Alexander von Humboldt, que llegó a la isla en 1799 haciendo escala en su viaje a América.
Con su compañero Aimé Bonpland recorrieron el Caribe y Sudamérica describiendo su flora, fauna y las costumbres locales, y cuando sus libros resultaron ser un éxito de ventas, siempre dio la razón de ello a Tenerife, donde empezó todo.
Realmente desde aquí la vista del volcán de 3.718 metros es impresionante. Desde la cumbre (a veces cubierta de nieve) hasta el mar azul en el que brilla un sol tropical la pendiente de la montaña es constante, pero el paisaje difiere: en la cima, desierto de rocas; a la mitad, bosques de pino canario, que forra la parte intermedia de la isla y posee tres acículas por vaina en vez de las dos de los pinos europeos; y en la parte más baja, tocando al mar, plantaciones de plátano.
En la baranda del mirador hay una estatua del científico alemán sentado, contemplando el panorama e indicando al visitante el camino a seguir para llegar a la cumbre.
Atravesando el bosque de pino canario (en el que vive una de las muchas especies endémicas de la isla, el pinzón del Teide, de un bonito plumaje azul), llegamos a Las Cañadas del Teide, justo en el borde de la gran caldera del Teide. Desde aquí ya se ve el perfecto perfil cónico de la montaña.
Una carretera cruza esta caldera pasando junto a pequeños conos de ceniza volcánica, viejas coladas de lava y formaciones de roca que parecen surgidas de la imaginación de un pintor surrealista. Algunas incluso son famosas, como el Roque Cinchado, una columna de roca que se levanta solitaria en los Roques de García y que figuraba en los viejos billetes de mil pesetas, con el Teide en el fondo.
Ascender hasta la cima de la montaña es más fácil desde 1971, cuando fue inaugurado el teleférico del Teide, que sube a los pasajeros desde los 2.356 metros de altura hasta los 3.555 metros. A no ser que hayamos obtenido previamente el permiso del Parque Nacional para poder subir hasta la cumbre, solo podremos quedarnos a esta cota, pero desde los miradores de la Fortaleza o de Pico Viejo se obtienen igualmente unas fabulosas vistas no solo de la caldera del Teide, sino también del mar, la costa y las islas cercanas.
Bajando por el otro lado de la caldera llegamos a Puerto de Santiago, en la orilla occidental de la isla. Desde aquí tendremos la posibilidad de ver otro fenómeno geológico de la isla: los Acantilados de los Gigantes. Estos se suceden hacia el norte y son unos acantilados de entre 300 y 600 metros de altura que caen a pico sobre el mar. Es un paisaje agreste y duro en el que las oscuras paredes de basalto parecen sobresalir directamente del océano azul.
Siguiendo la carretera hacia el norte llegamos a Icod de los Vinos, una pequeña población a los pies del Teide que guarda en uno de los muchos jardines de sus espaciosas casas, una joya natural: el drago milenario. Este ejemplar de drago (Dracaena draco) es un árbol de veinte metros de perímetro de tronco, pero en realidad no cuenta con más de seiscientos años.
De todas maneras, es un ejemplar extraordinario de esta especie endémica de las Islas Canarias y no debemos perder la oportunidad de verlo. Según se relata en varios libros de medicina medievales, en aquellos tiempos se utilizaba su sabia (que se enrojece en contacto con el aire) para preparar pócimas curativas pensando que en realidad era sangre de dragón.
El drago no es la única especie vegetal endémica de Tenerife. Hay más de 58 solo en el Parque Nacional, y en el este de la isla, en la zona del Pijaral, se encuentra todo un bosque de laurisilva de los mejor conservados de toda la Macaronesia.
Tenerife, la mayor de las Islas Canarias, es también la que tiene mayor diversidad de ambientes y paisajes, por lo que seguro que, tanto si nos gusta andar como descansar, si nos van los bosques espesos o los lugares despejados, si preferimos playas de arena o peñascos junto al mar, Tenerife lo tendrá. Hay Tenerife para todos los gustos.
Jordi Canal-Soler
Etiquetas
Si te ha gustado, compártelo