En la célebre novela de La ciudad invisible, de Italo Calvino, se describen, entre otras, la imaginada Isaura: la ciudad de los mil pozos excavados pacientemente por sus habitantes a fin de obtener agua. Tan importantes son los pozos que muchos creen que los dioses habitan tanto en las poleas como en los cubos que se emplean en el proceso, así como en la profundidad abisal de los mismos. Y también en las palancas de las bombas, en los caños verticales, en los sifones y demás.
Esta obra es una colección de descripciones de ciudades fantásticas que son contadas por el viajero Marco Polo al rey de los tártaros Kublai Kan, pero bien pudiera tener inspiración en el mundo real. Indudablemente, Isaura podría ser un trasunto de la sala GEV, la cavidad subterránea más grande de Europa y la tercera del mundo.
Una cueva vizcaína
Situada en la parte más occidental del valle de Carranza, en el País Vasco, la Torca del Carlista se enclava bajo Peña Ranero, una cumbre de caliza arrecifal urgoniana de 729 metros de altitud.
El entorno está formado por un paisaje kárstico muy abrupto, es decir, que se debe a la erosión del agua en las piedras calizas. Se encuentra cubierto por un lapiaz (pavimento de caliza) con decenas de dolinas. Se han catalogado más de 200 cavidades, entre ellas la Torca del Carlista, que tiene su entrada muy cerca de la cima y forma parte del Parque Natural de Armañón, en los municipios de Carranza y Trucíos. Un parque, por cierto, que tiene 3.519 hectáreas de espacio natural protegido.
El acceso a la Torca del Carlista está a 712 metros de altitud. Es una pequeña grieta de 5 x 2 metros. Una vez cruzada, accedemos a una chimenea de 68 metros que culmina en la parte superior de la bóveda de la sala principal, a 84 metros del suelo de la cavidad.
Entre las cinco salas con las que nos toparemos, la mayor de ellas se llama gran sala Jon Arana o gran sala GEV. El nombre de GEV procede de “Grupo Espeleológico Vizcaíno”, que fue un grupo de espeleología de Bilbao promovido por Antonio Ferrer Bolart, que desarrolló su actividad entre los años 1953 y 1990, y que localizó la cavidad en 1957. El 1 de diciembre de ese año tuvo lugar el primer descenso.
La sala GEV posee 497 metros de largo, 287 de ancho y 97 de altura, y una superficie en planta de 103.115 metros cuadrados. Cabrían sin problemas de espacio las catedrales de Burgos y de Santiago juntas. Su temperatura media anda en torno a los 11,26°C. Las otras salas, más pequeñas, son Aranzadi, Manuel Iradier, Estella y sala GUM.
La sociedad de estudios del medio natural Enbata, que publicó un libro dedicado a la Torca del Carlista en el que dedica 200 páginas repletas de espectaculares fotografías y mapas, cuenta los orígenes de su nombre. Desde el siglo XIX corre la leyenda de que un oficial carlista perseguido por los liberales cayó aquí, desapareciendo para siempre:
“Dicen que cuando el primer explorador de la Torca del Carlista descendió los últimos 84 metros de escala volada, desenfundó su cuchillo y lo blandió hacia la oscuridad. Él no esperaba el ataque de animal prehistórico alguno, no creía en la existencia de criaturas fantásticas, pero tampoco fue capaz explicar después por qué echó mano de la navaja. Sin duda, se dejó llevar por un instinto de supervivencia. La cueva lo abrumó de tal manera que se sintió indefenso, ante la inmensidad de la naturaleza, y no supo cómo defenderse”.
Otras cuevas que rivalizan con GEV
La sala Miao, que forma parte del sistema de cuevas de Gebihe, en el Parque Nacional Ziyun Getu He, situado en la provincia de Guizhou, China, tiene un volumen de 10,78 millones de metros cúbicos. Diez veces la capacidad del estadio de Wembley, en Reino Unido.
Si en vez de fijarnos en el volumen nos fijamos en la superficie, entonces la sala subterránea más grande es la sala o gruta de Sarawak, en Malasia, que tiene una superficie de unos 154.000 metros cuadrados.
La tercera en tamaño es la sala de la Verna, en el Sistema de la Piedra de San Martín, en Saint-Engrace, Francia, muy cerca de la frontera con España. Está a 700 metros de profundidad y tiene 190 metros de altura y 250 metros de anchura. Es tan grande que por su interior han volado en globo aerostático (proyecto desarrollado por una escuela politécnica francesa) y también han construido una presa hidroeléctrica para sacar partido del caudal de una cascada, que proporciona energía a una población de 20.000 personas.
Así de amplias son las estancias del inframundo. Acaso tanto que recuerdan a los agujeros de un queso Gruyere (o no, porque, a pesar de lo que haya cristalizado el acervo popular, no tiene agujeros: es el queso Emmentaler el que los tiene).
Sergio Parra