Un vistazo al porno del siglo doce

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06.05.2021

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La iglesia románica de San Pedro de Cervatos (Cantabria) ofrece un asombroso repertorio de esculturas sexuales. Visitamos el templo, recorremos la comarca y escuchamos a los expertos para entender dónde está el escándalo: en las intenciones de los autores o en nuestra mirada.

San Pedro de Cervatos
Señora casada exhibe su vulva ante señor de pene erecto que se lleva las manos a la cabeza, en San Pedro de Cervatos. Por Ander Izagirre.

Subimos por la calle empedrada, levantamos la vista y nos recibe una señora con la cabeza envuelta en una toca, sonrisa contenida, piernas levantadas de manera inverosímil hasta llevarse los talones detrás de las orejas, enseñándonos la vulva en todo su esplendor. A su lado, un señor de cara borrosa se lleva las manos a la cabeza. No parece escandalizado, sino desesperado: luce un enorme pene duro, lleva ochocientos años manteniendo la erección sin posibilidad de alivio.

Cerca de ellos hay un monstruo tripudo, una pareja copulando -él abajo y ella arriba, en plena penetración-, un señor que alza una bola, otro que se lleva su propio pene a la boca, ¡pero esto qué es!

Estos son los canecillos, las esculturas de piedra que recorren el alero de la colegiata de San Pedro de Cervatos (comarca de Campoo, sur de Cantabria). En iglesias románicas de media Europa tallaron imágenes sexuales en algún canecillo, en algún capitel, a menudo como aviso de los castigos que esperaban en el infierno a los lujuriosos: serpientes mordiendo los pechos a una mujer desnuda, monstruos devorando a hombres que se las prometían felices con su erección. Pero en ningún sitio aparece un estallido erótico como el de Cervatos, con más de cuarenta escenas entre la portada, el muro sur y el ábside, sin aparentes amenazas de condena eterna, esculpidas además con una expresividad extraordinaria.

En un día frío de primavera, con el cielo encapotado de nubes negras, el viento abre una rendija y de repente un chorro solar baña la iglesia. Los muros de arenisca se encienden, emiten un resplandor rojizo, como una luz de neón del siglo XII. Este edificio debía de ser un punto fulgurante para los aldeanos de la Edad Media.

—Una iglesia románica tenía que ser un espectáculo para los feligreses —dice César del Valle, coordinador del centro expositivo ROM en la cercana Aguilar de Campoo, ya en Palencia—. La mayoría estaban encaladas y pintadas: muros, columnas, canecillos, capiteles, portadas, todo un despliegue cromático. Luego los feligreses entraban a la oscuridad del templo y se encontraban con la iluminación de los cirios, las esculturas de colores vivos, las pinturas, el aroma del incienso… 

Dentro de aquella experiencia para los sentidos, ya en el límite del mundo terrenal, las esculturas del románico transmitían mensajes. 

—No eran mensajes crípticos. Eran claros y directos como un puñetazo, mensajes morales muy sencillos para los aldeanos analfabetos. Básicamente decían qué te pasaría si te portabas bien (irías al cielo) y qué te pasaría si te portabas mal (irías al infierno). Otra cosa es que nosotros hayamos perdido las claves y no entendamos bien algunas escenas, como las sexuales, pero en aquella época transmitían historias evidentes. Nuestro problema es que pretendemos interpretar mensajes del siglo XII con la mentalidad del XXI, y a veces nos quedamos bloqueados.

El viaje físico por la comarca del Campoo debe acompañarse, por tanto, con un viaje mental por la Edad Media.

Juerga románica

Escena de autofelación en San Pedro de Cervatos. Por Ander Izagirre.

Este paraje de Cervatos, hoy remoto y poco poblado, era un lugar estratégico hace mil años. Entre la meseta castellana y la costa cantábrica, al pie de las montañas divisorias, por aquí trazaron de sur a norte la calzada romana y las rutas de la lana, por aquí hubieran tenido que navegar las barcazas del incompleto Canal de Castilla, por aquí pasan ahora el tren, la carretera y la autovía. Como era habitual para controlar las rutas principales, el conde castellano Sancho García fundó un monasterio. O eso dice el fuero de Cervatos, del año 999, de autenticidad dudosa. En cualquier caso, un siglo más tarde, la reina Urraca y el rey Alfonso VII concedieron privilegios a los monjes, les permitieron explotar grandes territorios agrícolas y cobrar rentas. Con todo ese dineral, en el año 1129 construyeron la colegiata que ahora vemos en la parte alta del minúsculo pueblo de Cervatos, de unos sesenta habitantes. 

La colegiata consta de una única nave, con una torre cuadrada en el extremo oeste, un ábside semicircular en el este y una portada de siete arquivoltas en el muro sur. La portada presenta esculturas de leones y juegos vegetales que le dan un aire oriental, casi mesopotámico, también escenas bíblicas, santos, arcángeles y vírgenes habituales. 

Canecillos grotescos en San Pedro de Cervatos. Por Ander Izagirre.

Con los canecillos empieza la diversión. Bajo los aleros de la portada, del muro sur y del ábside, se desparrama una colección de figuras estupefacientes: 

  • una cabeza grotesca, de boca enorme, que probablemente sea una máscara de carnaval;
  • una pareja copulando, con el hombre debajo y la mujer encima, el pene entrando en la vulva con todo detalle, gusto y precisión; 
  • una cabeza de jabalí;
  • un hombre de abultadísimo pene erecto que se agarra con las manos el rostro deformado por una mueca simiesca; 
  • una orgía de cuadrúpedos; 
  • hombres cargando toneles sobre sus hombros, una mujer pariendo un bebé mientras se lleva las manos a la cara y gime de dolor;
  • músicos con arpas y vihuelas, juglares enmascarados, saltimbanquis;
  • el hombre que se lleva el pene a la boca; 
  • un oso, una cabra, una liebre; 
  • un león devorando a una mujer;
  • la famosa pareja de la ventana sur del ábside, la que nos ha recibido ofreciéndonos vulva abierta y pene tieso…

El vecino que tiene su casa justo enfrente del ábside está habituado al desfile de visitantes que sacan fotos y más fotos al despliegue de pornografía pétrea.

—Antes de la pandemia venían a montones. Es siempre igual, vienen, se quedan asombrados como os habéis quedado vosotros y son todo risitas. 

Qué pasó en Cervatos

San Pedro de Cervatos. Por Ander Izagirre.

¿Qué sentido tenían estas escenas sexuales? ¿Formaban parte de una amenaza, representaban la lujuria que sería castigada para toda la eternidad? En otros templos se ve a san Miguel pesando las almas de los muertos en la balanza, a los pecadores cayendo a las fauces de los monstruos o a las llamas del infierno, mientras los justos ascienden a los cielos y se sitúan a la derecha del Padre, pero en Cervatos no aparece ninguna representación de la condena eterna.  

¿Pretendían animar a los campesinos medievales con pornografía, para que tuvieran hijos y poblaran el territorio en tiempos de colonización cristiana hacia el sur? No parece que fuera necesario explicarles cómo se hacía un hijo ni estimularlos para la procreación: en realidad ya tenían montones de criaturas, el problema era que se les morían muchas. 

¿Fueron obra de canteros picarones, que tallaron escenas cachondas para echarse unas risas? No, aquí no estamos ante un detalle obsceno disimulado en el canecillo de una remota iglesia rural, aquí asistimos al despliegue de docenas de imágenes en las partes más vistosas de una colegiata muy importante, vinculada a la corona de Castilla, financiada por los reyes, dirigida con todo cuidado por el abad, que debió de encargar y aprobar todas las imágenes. En un edificio tan importante, las esculturas transmitían los mensajes oficiales de la jerarquía.

César del Valle recomienda que observemos el conjunto. Nosotros venimos dispuestos a ver las escenas sexuales y por tanto nos fijamos en ellas, como si fueran las únicas importantes, pero no debemos olvidar que se alternan con otro tipo de figuras variadas: juglares, músicos, personajes enmascarados, personajes disfrazados, animales simbólicos, saltimbanquis, bebedores, toda una parranda en la que sí, en la que también aparece gente entregada a los placeres del sexo.

—Parece una representación de las diversiones de la vida cotidiana, los pequeños vicios, los pecadillos que cometemos todos, las juergas, las borracheras, las peleas, también el sexo —dice Del Valle—. No es una representación de pecados mortales, no creo que estas escenas pretendieran asustar a la gente con la amenaza de la condena eterna, parece algo más leve.

En su Guía espiritual de Castilla, el escritor José Jiménez Lozano opina que estas escenas sexuales no transmiten “la moral y la reflexión clerical sobre el feo pecado de la carne”, sino que muestran lo que les ocurre a las personas cuando convierten el sexo en lujuria, cuando se desmadran con las juergas: aparecen deformados, ridiculizados, convertidos en animales, desprendidos de la razón, la belleza y la delicadeza del ser humano. 

Quizá los aldeanos, al llegar al templo, se encontraban con este aviso tallado en piedra: si os desmadráis, os convertís en figuras grotescas como estas, en bestias primitivas. Entrad al templo y elevad vuestro espíritu.

El sexo, en el siglo XII, todavía no era el gran tabú. Constituía un ingrediente más de esas diversiones cotidianas que quizá merecían el reproche de los monjes medievales, pero no escandalizaba más que la bebida, la música o el carnaval. Ahora, en el siglo XXI, cuando César del Valle lleva grupos de turistas a contemplar las escenas eróticas de Cervatos, nota los apuros, las risitas sofocadas y los rubores de algunos visitantes. La visión de los cuerpos desnudos y excitados posiblemente nos turba más, más turba, que a nuestros antepasados del siglo XII.

—Solemos pensar que la Edad Media era una época tenebrosa en la que todos vivían asustados y reprimidos, pero seguramente era más libre y alegre de lo que nos imaginamos —dice Del Valle—. Los cantares de gesta estaban llenos de sexo. Guillermo, duque de Aquitania, escribió el poema La ley del coño también en el siglo XII, en lengua provenzal.

(Aquí va un fragmento: 

“Señor Dios, que es del mundo el capitán y el rey,
al primero que guardó el coño, ¿cómo no lo escarmentó bien?
Nunca hubo oficial ni guardia que tal traición llegó a hacer.

Pero yo os diré enseguida del coño cuál es la ley,
como hombre que allí ha hecho mal y lo ha obtenido también:
todo merma por el uso, en cambio el coño mejora su ser.

Y aquel que mis razones no quisiera comprender,
que vaya a verlo al bosque, en un claro lo ha de ver:
por cada árbol que talan, rebrotan dos o tres”).

—En nuestra sociedad el sexo es algo muy íntimo, de lo que no hablamos abiertamente, es algo que avergüenza —sigue Del Valle—, pero en aquella época probablemente no se escondía tanto, sería más natural, más visible, entre otras cosas porque las familias compartían un único espacio en la vivienda y no tendrían intimidad. En el siglo XVI ya llegó el Concilio de Trento con su ola de puritanismo, pero los habitantes de la Edad Media todavía eran herederos de la Antigüedad, con una visión desinhibida del sexo, como la de los romanos, que usaban la figura del falo como amuleto, lo sacaban en procesión, lo pintaban, le daban su forma a lucernarios, sonajeros, aldabas, todo tipo de objetos.

El escritor inglés James Cleugh, citado por Jiménez Lozano, habla de la “malévola condena eclesiástica del ‘corpus vile’ (del cuerpo vil), una condena irracional, porque la religión cristiana tenía que ofrecer a la humanidad algo mejor que aquel perverso puritanismo” y dice que, como reacción, los artistas del románico se lanzaron a la danza de “un erotismo desencadenado”. El escultor de Cervatos, dice Jiménez Lozano, nos muestra las actitudes y los escorzos de esa danza “con sarcasmo, alegría vital y libertad intelectual”.

Quizá fue una rebelión artística contra la mentalidad imperante, una provocación tolerada por los propios patrones clericales que encargaban las obras, una concesión de los jerarcas “al prestigio de lo artístico”, como hacían los burgueses del siglo XX que se escandalizaban por las obras vanguardistas o no las entendían, pero las colgaban en su casa con orgullo y esnobismo. 

El estallido sexual de Cervatos sigue siendo un misterio. 

No se conoce ninguna otra iglesia con semejante abundancia de escenas eróticas. Las esculturas debían de responder a alguna preocupación de los cargos eclesiásticos en aquel momento y aquel lugar, pero no existen documentos, no existen pruebas, solo caben las suposiciones. 

César del Valle apunta otra: la colegiata de Cervatos la construyeron muy poco después del Concilio de Letrán, en el que la Iglesia prohibió que los sacerdotes y monjes se casaran, anuló los matrimonios de clérigos ya existentes y les prohibió que tuvieran concubinas, como era costumbre extendida. 

—Los curas tenían mujeres, concubinas, hijos dentro y fuera del matrimonio. Para la Iglesia no era solo un problema moral, sino también económico y político: esos clérigos legaban a sus hijos los cargos eclesiásticos, les destinaban tierras y recursos de los monasterios, y así se iba disgregando el control de la Iglesia. Por eso les prohibieron los matrimonios, los concubinatos, el sexo. 

La nueva colegiata de Cervatos quizá decidió criticar, a través de las esculturas, a otros monasterios que no cumplían con el celibato. Y mostró a los lujuriosos con esa apariencia grotesca, ridiculizados, entregados al sexo como animales. Quizá fue una reacción iconográfica a ese conflicto de la época, dice Del Valle.

La evolución de las mentalidades dejó su huella en las piedras. De la naturalidad a la burla, de la burla al reproche, del reproche a la condena, de la condena al tabú: varias esculturas aparecen capadas, solo con la base del pene erecto.

—Me imagino a algún cura escandalizado, en los siglos posteriores al Concilio de Trento, mandando cortar esos penes exagerados.

Conservaron las demás escenas sexuales, quizá porque no se atrevieron a destruir las esculturas de un templo antiguo y venerable, quizá porque aceptaban sus mensajes y toleraban sus representaciones, pero tampoco sabemos si existieron más imágenes eróticas en otros templos del entorno y fueron destruidas, no sabemos si la iconografía de Cervatos era común o si de verdad constituía un caso excepcional. 

Sí queda claro que entre todos los vicios y las juergas representadas en sus esculturas, solo el sexo pasó a ser tan escandaloso. Y no es solo una cuestión de oscuros sacerdotes puritanos: los visitantes del siglo XXI acudimos a Cervatos, vemos monstruos, animales fabulosos, contorsionistas, y lo que nos asombra hasta la risa o el rubor es una pareja copulando.

Cervatos habla de nuestros antepasados tanto como habla de nosotros.

Visita la colegiata de San Pedro de Cervatos

Para visitar el interior de la Colegiata de Cervatos, hay que ponerse en contacto con Pepita en el teléfono: 942750224; o con Clotilde en el 646591848 o con el Museo Diocesano 942840317. Más información

Ruta románica entre Cantabria y Palencia

La iglesia de Moarves de Ojeda presenta una de las fachadas más impresionantes de la comarca. Por Ander Izagirre.

Los canteros se inspiraron en la colegiata de Cervatos para replicar su estilo en otros templos más modestos pero muy atractivos de esta comarca. Una sencilla ruta del románico erótico nos lleva a la iglesia de San Cipriano de Bolmir, muy cerca de Reinosa, en cuyo exterior se repiten algunos de los motivos de Cervatos: la mujer que levanta los talones hasta las orejas para enseñar la vulva, el hombre de pene erecto, músicos que tocan el arpa, animales copulando… En San Martín de Matalbaniega y en Santa María de Cillamayor, ya en Palencia, cerca de Aguilar de Campoo, también encontramos canecillos con escenas sexuales.

El imponente monasterio de Santa María la Real, en Aguilar de Campoo, es un punto de partida estupendo para cualquier ruta por el románico de la zona. Aquí trabajaron los canteros más importantes, los que luego extendieron su arte por las iglesias del entorno. Y aquí tiene ahora su sede el centro expositivo ROM, en el que César del Valle y sus colegas guían a los visitantes en sus viajes al siglo XII. ()

—Aquí enseñamos el monasterio y explicamos el mundo del románico, la vida cotidiana, las creencias, el arte, pero nuestro verdadero museo es el entorno. En cincuenta kilómetros a la redonda tenemos 250 iglesias románicas, algunas en parajes muy atractivos, construidas sobre peñascos, excavadas en la roca o situadas en el centro de unos valles espectaculares. En general son iglesias pequeñas pero con una calidad artística muy llamativa, porque aquí, en el monasterio de Santa María, trabajaron los mejores maestros constructores y escultores del románico. Formaron a canteros locales y ellos extendieron su arte. 

¿Qué ocurría en esta comarca, en el siglo XII, para que se diera esta gran concentración de templos románicos? 

—Aquí había una aldea medieval cada cuatro o cinco kilómetros y todas tenían su iglesia, porque no era solo un lugar de culto, también era edificio defensivo, sede de la administración, de la hacienda, del ayuntamiento, era el punto de reunión, el núcleo de la vida común. En realidad aquí no se construyeron más iglesias románicas que en otros lugares, lo que ocurre es que se conservaron porque siempre hemos sido pobres. En el sur de Palencia, las grandes llanuras cerealistas daban más dinero, los pueblos prosperaban hasta convertirse en ciudades, y cuando la iglesia románica se les quedaba pequeña, la tiraban y construían una gótica, más grande, más avanzada. La Tierra de Campos está llena de enormes templos góticos. Aquí en el norte, en estas tierras altas y frías, al pie de las montañas, no había dinero. Recurrían a lo que yo llamo las iglesias Lego: si querían ampliarla, le añadían una nave, una torre, le iban añadiendo módulos. Pero no las derribaban, por eso conservamos tantas, porque éramos pobres. 

Iglesia románica de San Martín de Matalbaniega. Por Ander Izagirre.
Sansón desquijara al león, en un capitel de la iglesia de Moarves de Ojeda. Por Ander Izagirre.

Desde Aguilar de Campoo podemos emprender una ruta circular de unos sesenta kilómetros para visitar los templos más notables de la zona, pasando por Vallespinoso de Aguilar (la ermita de Santa Cecilia, encaramada a un roquedo, es el mejor ejemplo del románico rural), Moarves de Ojeda (la iglesia de San Juan muestra una fachada deslumbrante), Santibáñez de Ecla (el monasterio de San Andrés de Arroyo es una abadía cisterciense viva y muy bien conservada), Rebolledo de la Torre (la iglesia de San Julián y Santa Basilisa es uno de los monumentos más bellos del románico hispánico, sobre todo por su galería porticada), Olleros de Pisuerga (con una de las mayores sorpresas: la iglesia rupestre de los santos Justo y Pastor, un templo románico excavado en el interior de una gran roca de arenisca) y regreso a Aguilar. 

Ander Izagirre

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